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Tribuna

Abel veiga

Profesor de ICADE

Entre la esperanza y la incertidumbre

El fracaso de los populismos en América Latina es bien conocido. Obrador es consciente de ello. Sabe que reconciliar significa hablar, pero también, y sobre todo, liderar

Entre la esperanza y la incertidumbre Entre la esperanza y la incertidumbre

Entre la esperanza y la incertidumbre / rosell

La izquierda gana en México. Pero más que la izquierda gana un hombre, Andrés Manuel López Obrador. Era la tercera elección presidencial a la que concurría. La primera fue trágica, bajo la sospecha de la corrupción y el fraude electoral y apenas medio punto diferencial. Aquellas elecciones las ganó el PAN de Calderón, Obrador se instaló en el Zócalo durante meses y meses. Peña Nieto ni supo, ni quiso, ni pudo quizás revertir el paso de la historia y lleva al PRI a su desastre más absoluto. Hoy Obrador, paciente, y tras recoger el descontento social y apaciguar el ánimo y vehemencia de los grandes empresarios, se erige con una mayoría sólida, aplastante y depositaria de millones de esperanzas. El México hastiado por la corrupción, que se siente abandonado por los oligarcas del poder y las familias todopoderosas que tejieron las redes clientelares y corruptas durante décadas, han votado por el cambio. No tanto por la ideología de AMLO (acrónimo de su nombre y apellido), ésta entre lo social y populista, cuanto por un hilo de esperanza de cambiar e invertir el paso de la historia y del presente de México, el país más grande del mundo de habla hispana y en el que 89 millones de mexicanos estaban llamados a votar, a renovar y a reunir en torno a Obrador un nuevo proyecto que rompa con las viejas inercias del poder. Llevarlo a cabo será otra historia, otro cantar.

México se enfrenta a su transición política, social y económica. No es tiempo de revoluciones ni involuciones, tampoco de populismo estériles y demagógicos. La experiencia de los populismos de izquierda en América Latina, su fracaso, son hoy bien conocidos. Obrador es consciente de ello. Sabe que reconciliar significa hablar, pero también y sobre todo, liderar. Liderar en lo político, en lo social, otorgar estabilidad y confianza a las inversiones extranjeras. Luchar contra la corrupción descarnada y cancerígena que corroe las entrañas públicas y también privadas del país. Afrontar una política tributaria moderna, justa, equilibrada, pero que no ahogue ni el consumo ni la inversión, mas suficiente para llevar a cabo unas políticas sociales y de redistribución justas y urgentes.

Obrador no solo gobernará con el mayor poder que ha tenido nunca la izquierda en el país. Habrá de hacerlo con inteligencia, sin sectarismo, rebajando la enorme polarización política en el que se sumerge el país. Sus retos son luchar frente a la corrupción, una corrupción voraz, y aquí, amén de su propia honestidad deberá tener un decálogo de medidas para afrontarla, desde educación, sanidad, cultura de la mordida, tráfico de influencias, nepotismo, prevaricación, contratación pública, el poner al frente de instituciones en todo el país a personas honestas y ejemplares, tarea sin duda hercúlea. Deberá luchar frente a la violencia, una violencia que desde 2006 ha atrapado al país en una guerra sin fin entre narcos y Estado, miles de ciudadanos asesinados, cientos de periodistas silenciados, candidatos políticos asesinados y una creciente inseguridad ciudadana.

Reconciliar México como pretende el presidente electo significa generar confianza. Su elección debe generar confianza y sus primeros pasos han de ir encaminados por esa senda, siendo como son, y conociéndolo el candidato que son muchos, a pesar del vuelco electoral y tsunami político que vive el país con su elección.

Los desafíos son descomunales. Abismales en un país con unos recursos extraordinarios, no solo en hidrocarburos, pese a tener fechas de caducidad las reservas de petróleo, sino de todo tipo. El miedo a expropiaciones y nacionalizaciones ha sido aventado por los intereses económico y empresariales. México tiene un vecino al norte que no le permitirá derivas populistas ni bolivarianas. Obrador lo sabe, como también sabe que esas medidas no conducen a nada. Reconciliar es reeducar un país para la convivencia, la democracia, el respeto, la pluralidad, la vida, la libertad y la justicia social.

La pobreza se erradica con educación, con recursos, formación, empleo, acceso a trabajos dignos, tierras, ayudas al emprendimiento, microcréditos, eliminado la corrupción, estableciendo un sistema tributario justo, proporcional y que luche contra el fraude y la evasión, atrayendo inversión, no jugando caprichosamente con la deuda pública y aumentado irresponsable y demagógicamente el gasto público. Gobernar México para los mexicanos es una tarea hercúlea de alguien que ha hecho su razón de vida en los últimos veinte años llegar a la presidencia. Ahora lo ha conseguido. El desafío es titánico. Las esperanzas siempre son lo primero que se quiebran. El presidente lo sabe. En sus primeras medidas irá el germen del acierto o del fracaso para su presidencia. Cambiar el curso de la historia tiene algo de sentimental, pero la realidad es más adusta, más agresiva y menos benevolente.

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