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Tribuna

José María Agüera Lorente

Catedrático de Filosofía

De injusticia, bancos e hipotecas

El fetichismo monetarista, descrito por Georges Corm, supone que el dinero pasa de ser un medio de representación a un fin en sí mismo

De injusticia, bancos e hipotecas De injusticia, bancos e hipotecas

De injusticia, bancos e hipotecas / rosell

El ciudadano lo percibe como una injusticia; más aún, como una burla. La actuación del Tribunal Supremo respecto de la sentencia sobre el impuesto de actos jurídicos documentados aplicado a las hipotecas echa más leña al fuego de la indignación de quienes todavía nos hallamos convalecientes tras el último y cuasiapocalíptico crac financiero.

Ante la enésima injusticia, esta vez de una institución primordial en un Estado de derecho, las gentes endeudadas sienten más que piensan. Y una ciudadanía que siente herida su dignidad puede por esa herida contraer cualquier infección que a la postre puede ser letal para el espíritu democrático sin el cual queda la democracia reducida a una cáscara retórica desvinculada de la verdad.

Lo ocurrido estos últimos días con la susodicha sentencia, así como lo sabido tras la novedad legislativa impuesta desde el ejecutivo sobre la probable reacción de los bancos que llevaría a encarecer las hipotecas, me trae a la mente las palabras de Dante ante la misma boca del infierno tal como aparecen en su inmortal Divina Comedia: "Abandonad toda esperanza quienes aquí entráis". ¿Sería muy exagerado que los bancos colocaran esta frase literaria en el frontispicio de todas sus sucursales? ¿Es el rasgo definitorio de nuestra flamante economía global siglo XXI lo que el historiador y economista libanés Georges Corm llama "fetichismo monetarista"?

La economía tiene que ver con el dinero, ciertamente. Pero el dinero sólo "es un símbolo de lo que otros en nuestra sociedad nos deben, o de nuestro derecho a cantidades particulares de los recursos de la sociedad", como nos aclara el economista Ha-Joon Chang en su libro titulado Economía para el 99% de la población. El fetichismo monetarista supone que el dinero pasa de ser un medio de representación a un fin en sí mismo. En una economía en la que el cáncer extractivo del sector financiero ha hecho metástasis en todo el sistema, el poder lo tienen aquellas instituciones con acceso ilimitado a lo que ya no es símbolo, sino recurso; y recurso más importante que el aire limpio o el tiempo libre. Es la perversión esencial de una economía en la que la producción de bienes y servicios está supeditada al poder omnímodo del dinero. De la misma forma que en las sociedades del antiguo régimen estamental el poderoso era el terrateniente que obtenía la riqueza de los demás mediante un sistema extractivo de rentas, hoy en día los rentistas institucionales son los bancos, los gestores de fondos de cobertura, que saquean empresas y vacían sus reservas de pensiones; también los propietarios que abusan de sus inquilinos (amenazándolos con el desahucio si no cumplen con unas demandas abusivas y desorbitantes), así como los monopolistas que extorsionan a los consumidores con precios no justificados por los costes reales de producción.

A partir de los acuerdos de Bretton Woods de 1944, el dinero rompe definitivamente con su nexo material haciéndose posible la alquimia monetaria hasta entonces metafísicamente imposible; el dinero será capaz de crear dinero por sí mismo. Es la magia de las matemáticas del interés compuesto que nadie osa discutir. Merced a ella los bancos crean dinero a través de las deudas (como las hipotecas), las cuales son a su vez instrumentos de una nueva forma de esclavitud, la propia no ya del mundo feudal, sino del libre mercado. En él la aristocracia rural de la Europa feudal es en nuestros días el sector financiero. Y como antaño esos señores tenedores de las tierras eran favorecidos por un sistema político injusto a todas luces, en este siglo que apenas echó a andar los bancos tienen a las instituciones jurídicas y políticas de su lado. Lo prueba de manera sangrante que -como hemos constatado con el episodio protagonizado por el alto tribunal español- cualquier intento de gravar su negocio se vuelve en contra de los usuarios a los que siempre se acaba amenazando con el encarecimiento de costes o -lo que es peor, pues equivale a la muerte- con la negación del crédito. Como denuncia el economista norteamericano Michael Hudson en su reciente libro dramáticamente titulado Matar al huésped: "Las dinámicas financieras de hoy en día están llevando de nuevo a desplazar la presión fiscal hacia el trabajo y la industria, mientras que los bancos y tenedores de bonos, lejos de haber visto recortados sus títulos de deuda, han obtenido rescates".

Lo dicho: una injusticia.

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