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Tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide

La izquierda invertebrada

Es deseable un proyecto político internacionalista, capaz de confrontar al nacionalismo y al injusto modelo de relaciones económicas hegemónico

La izquierda invertebrada La izquierda invertebrada

La izquierda invertebrada / rosell

Dicen que el primer golpe seco producido por la puerta de la celda es inolvidable. Sólo después de eso, los Jordis entendieron una de las características asociadas a la norma de un Estado que se pretenda vivo: la eficacia. Algunos afirman que el hedor, provocado por los intestinos de los depositantes premium tras constatar la posibilidad de transmutación de euros en pujoles estimuló a muchos de los empresarios que habían nutrido las arcas separatistas a abandonar el barco. Otros señalan que la mera visión de un burofax con un membrete de un gobierno invisible, de una tal España -la nieta con trenzas de Franco según TV3-, provocó la inmediata renuncia de un jefe de Policía, cuyo exquisito gusto y olfato no toleran nada que sea español. Curiosa forma de adentrarse en la validez normativa. En definitiva, agitadores profesionalizados, empresarios de seny y políticos displicentes sintieron, en sus emotivos cogotes, el aliento de algo así como un fantasma; como el Godot al que nunca se espera porque no existe: España. Desgraciadamente, tenían sobradas y convincentes razones para pensar así.

Parafraseando, la novela de Semionov, sobre los últimos días de la II Guerra Mundial, los nacionalistas catalanes se encontraban inmersos en sus diecisiete instantes de una primavera. A cada cual más caótico, pero al fin y al cabo, recubiertos de ese celofán tardoadolescente que tanta fortuna hace en nuestras sociedades de autómatas ciegos. De hecho, aún sueñan con la primavera árabe que les conduzca, por la vía de los hechos o de los muertos, a la conquista de la cola de pasaportes del Prat. No obstante, este último sentimiento es nuevo. La idea siempre había sido reeditar, en las cabezas de los autómatas de todas las edades, la sabiduría complaciente de los libros ochenteros que nos prometían el inglés sin esfuerzo en cuatro semanas. Y todo porque España era algo abstracto, una entelequia, un proceso de renuncias, el gorjeo lejano de un grillo tras una noche de barbacoa veraniega.

Las recientes apelaciones a que la psiquiatría deba explicar la actitud de los líderes separatistas son absolutamente infundadas. En realidad, tienen motivos para pensar y actuar así. El cumplimiento de la norma ha sido optativo. La presencia del Estado irrisoria. La atención a los catalanes no nacionalistas insultante. Mejor, indigna.

Las responsabilidades están repartidas a derecha e izquierda. No obstante, la izquierda nominal ha tenido un papel decisivo en la construcción y éxito del relato nacionalista. El PSOE cimentó un tripartito en Cataluña que asumió los postulados del nacionalismo. Desarrolló los pactos con el pujolismo y cercenó cualquier mínima veleidad internacionalista en su seno. Al contrario, siempre se mostró exultante con la colonización que el PSC hizo de los rescoldos de un imaginario español que se extinguió proporcionalmente a su socialismo. De hecho, sus políticas antisociales fueron contestadas en las plazas con nitidez, sencillez y realismo: "No nos representan", decían los manifestantes a ZP y a Mas. Cuando un partido deja de ser obrero, socialista y español, se convierte en el partido; una herramienta que permite ganar elecciones contra un contendiente erosionado por un turnismo gris. Pero nada más.

IU siguió un camino semejante. La integración del nacionalismo en su ideario aniquiló al viejo PCE, que continuó su caída libre bajo el pseudónimo de IU. Finalmente, se travistió en algo que se denominó Podemos, donde las inercias suicidas de la vieja tradición "llamazárica", interpretada por sus ayudantes bolivarianos, se agudizaron hasta convertirse en el actual cadáver político. Su papel en la tragicomedia separatista ha acelerado su descomposición. Por un lado, la foto grupal de Vista Alegre ha quedado reducida al amado líder; por otro, se confirma que es un partido inhabilitado para gobernar España. Esta izquierda invertebrada ha querido hacer del libro de Ortega una profecía autocumplida.

Y no es cuestión de sentimiento. Como bien señalaba Savater, uno no se siente español, sino se sabe español. Una España felizmente vertebrada como proyecto colectivo, como representación del esfuerzo de nuestros abuelos por abandonar la miseria a la que condujo el cainismo y la incultura. Como un estado en el que existe un notable consenso en torno a los derechos sociales, como probó el 15-M. España es ahora un país de ciudadanos hartos de dirigentes que no creen en él o se avergüenzan de sus símbolos. De ciudadanos hastiados de una izquierda que en vez de confrontar el nacionalismo, lo asume y promueve. La ensoñación estaba justificada.

Es deseable un proyecto político internacionalista, capaz de confrontar al nacionalismo y al injusto modelo de relaciones económicas hegemónico. Una izquierda con un programa sólido en favor de la justicia social y de un proyecto común que ha superado sus complejos y al que denominamos España. Un país que se sabe capaz de afrontar desafíos y cuya esperanza es derribar fronteras.

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