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Tribuna

rafael rodríguez prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Univ. Pablo de Olavide

Los jueves, investidura

Lo peor para Iglesias es que el relato que calará en la opinión pública será el anuncio electoral brillantemente presentado por Sánchez el jueves a la hora de almorzar

Los jueves, investidura Los jueves, investidura

Los jueves, investidura / rosell

No hay peor astilla que la de la misma madera". Eso debió pensar Sánchez mientras esperaba desde su escaño el inicio de un nuevo verano como presidente del Gobierno. En su mente se dibujaba el rostro de Errejón y la posibilidad de que Cs firme un pacto similar al que suscribieron en su día, una vez que Rivera ya no pueda explicar lo inexplicable. Ese acuerdo fue torpedeado por Iglesias cuando aspiraba a sustituir al PSOE y permitió la agonía de Rajoy. Algo parecido a lo que ahora trata de hacer Rivera con el PP, con resultados similares. Y es que por mucha razón que pudiera tener Iglesias, lo único viable para el PSOE era que Podemos aceptara el trágala ofertado. Todo lo demás era suicida. "Hoy no se fía, mañana sí".

Una semana antes, se nos apareció Pablo Iglesias bajo la advocación de un Jesucristo posmoderno pidiendo un crédito. Gran jugada, dijeron. Pero Sánchez sabía que no podía negociar en serio. Les ofertó un mobiliario carente de competencias reales y de presupuesto holgado, pero le ofreció un lenitivo capaz de hacer más dulce, a las menguadas huestes de un partido difunto, la inexorable transición al mundo de la irrelevancia. Probablemente algunos esperaban la llamada. Los futuros directores y asesores verían recompensados sus años de activismo o de militancia en la derrota. En fin, se trataba de garantizar algo tan terrenal como un sueldo a fin de mes.

En Podemos se puede liar. Iglesias lo sabe. Por eso dijo desde su escaño "qué poca vergüenza", mientras Lastra leía su discurso. Lo peor para Iglesias es que el relato que calará en la opinión pública será el anuncio electoral brillantemente presentado por Sánchez el jueves a la hora de almorzar. El razonamiento con el que han condenado a Iglesias es tan patético y pueril como el aplicado a PP y Cs. Si a estos últimos se les reprendía diciendo que por su culpa Sánchez iba a caer en manos de los nacionalistas, a Podemos se le espetaba su falta de experiencia en la llevanza y gestión de un presupuesto. El primero recuerda a aquellos que justifican su uso de la trata de mujeres porque su matrimonio va mal y el segundo es como si UCD hubiera acusado a los González, Solana o Boyer de inexpertos en 1982.

Poco nos ha ofrecido este debate gris y destructivo. Lo mejor que nos puede pasar es que Pedro Sánchez no se crea lo que dice, como Aznar cuando soltó aquello del "movimiento vasco de liberación" para referirse a los terroristas etarras. Y todo porque, por vez primera, un primer ministro asume la gran mentira del relato separatista en el Parlamento. Aquella que vincula la inadmisible erosión de derechos fundamentales, que padecen los no nacionalistas en Cataluña, y el intento de golpe de estado a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Mas y ZP. Si el nacionalismo vasco necesita Navarra para su proyecto supremacista y separatista, el catalán precisa de una justificación que legitime todos los atropellos actuales a derechos básicos de personas y colectivos. Los mismos que califican de extremista a un presidente extranjero, cuya pretensión era enviar a congresistas al país de origen de sus familias, quedan impasibles cuando algún nacionalista manda a Andalucía o Murcia a los que no piensan como ellos.

Y es que en España tenemos problemas semejantes a los de otros países europeos, pero aquí se califica de "progresista" a la extrema derecha xenófoba y racista que representa el nacionalismo catalán y vasco, cuya última actividad consiste en espiar a los niños en los recreos. Por eso, reclamarles convivencia, aunque sea por Manolo Escobar, es algo tan estéril como bienintencionado. Ellos se nutren de la división y del odio. Si Junqueras y compañía van a estar unos años en prisión es sobre todo por instigar el enfrenamiento civil y con las fuerzas estatales de seguridad. Si fracasaron esta vez fue porque, hasta para el más fanático, ser el muerto del procés no era un título apetecible.

Los jueves, milagro es una película de Berlanga en la que las personas más influyentes de un pueblo deciden inventarse un milagro para promocionar su balneario. Con el fin de dotar de veracidad al montaje, visten de San Dimas a uno de ellos y realizan apariciones los jueves para que la gente se convenza. Este ciclo de votaciones e investiduras con las que los políticos nos tratan de convencer de que hacen algo por nosotros, se asemeja cada vez más a esos jueves en los que se esperaba un milagro. En nuestro caso, el milagro sería que los políticos se dedicaran a resolver los problemas y no a crearlos. A hacer posible la justicia social y defender los derechos básicos de la ciudadanía.

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