Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático de Historia Moderna de la UCA

Al límite

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Al límite

España se nos va de las manos. Éste podía ser el resumen del año 2018. Exagerada conclusión para algunos que no quieren ver, no quieren alarmar, ejercen sin fisuras la profesión buenista o justifican cualquier desaguisado político de su opción ideológica. Mas la realidad es tozuda, a veces increíblemente tozuda, en nuestro caso, además, urgente.

Qué duda cabe que las circunstancias del país no son comunes con los de nuestro entorno. Imposible concebir un Gobierno, obligado por ley y vocación a defender su nación, al que se le debe presuponer un mínimo de sentido patriótico, que se alía con quienes pretenden destruirla, y bajo apariencia de arreglar las cosas, justifica y engorda al enemigo; deja sin apoyo a quienes debiera defender y les cede importantes parcelas de un patrimonio que a todos nos pertenece. Con un agravante cierto, el hecho de concederlo a los nacionalistas catalanes, implica insoslayablemente la obligación de hacer lo mismo con los nacionalismos vascos, navarros, mallorquines, valencianos y lo que caiga. Entretanto, se mantienen las embajadas, se ignoran los movimientos internacionales de los enemigos de España y la impunidad de Puigdemont actuando desde la sombra.

Alarmados, contemplamos con estupor una estrategia que nos lleva sin duda (¿qué se apuestan ustedes?) al enfrentamiento, la disolución de una vieja nación como es España con una historia esforzada detrás, y a la humillación de abandonarla a su suerte en medio de la dejadez, la abulia, la cobardía e, incluso, la traición. Los acontecimientos que estamos viendo día a día no pueden recibir otra calificación que la de atentado de lesa patria, aunque no queramos reconocerlo.

Pero todo esto, con ser de una gravedad extrema, contrasta con la escasa respuesta dada en comparación con la magnitud del desaguisado: un discurso institucional de la Corona, una limitada presencia en momentos puntuales de los llamados constitucionalistas en la calle y un timidísimo 155 en la época Rajoy. Mientras, la falta de medidas adecuadas al desafío, el tiempo perdido, no han hecho sino acrecentar la osadía de los independentistas y extender la inquina contra España (los medios, la administración y la enseñanza continúan en sus manos). Constatamos el aburrimiento, cansancio y humillación de gran parte de la ciudadanía que se siente española y querría defender con firmeza la integridad de su país. No pocos de sus miembros, ante la inacción de las diferentes autoridades que tienen el deber constitucional de preservar la unidad nacional y llenan su boca loando las bondades del texto de 1978, aceptan ya la irreversibilidad del proceso.

Llego a creer, tal vez malévolamente, que tal actitud forma parte de la esperanza de una mayoría de partidos políticos: que la gente pase del tema y así dejar que los independentistas logren, mediante alguna triquiñuela legal y una propaganda activa para que no se vea, lo que apetecen, quitándose ellos de encima esta la patata caliente.

Porque la estrategia del dar, ofrecer y tolerar les va a fallar, pues las concesiones al trasgresor para que deje de transgredir, se implementan con nuevas trasgresiones para conseguirlas mayores. Esto lo sabe cualquiera o, al menos, debiera de saberlo. Si no se debilita primero a los golpistas, difícilmente podrá llegarse a acuerdos que no les beneficien con nitidez. Debemos ser conscientes de la ruptura de las reglas de juego que se ha producido.

Que la situación es muy delicada, compleja, arriesgada, nadie lo duda. Sabemos que las recetas mágicas no existen; entendemos el miedo a provocar más dolor, a la crítica feroz de los medios que antes te incitaban a actuar si se comete cualquier exceso en la contestación, por mucho cuidado que se haya puesto en evitarlo. Pero hay momentos históricos, y éste sin duda lo es, que no queda otro remedio que ceñirse la cintura, tomar decisiones difíciles y comprometidas, necesariamente urgentes, pudiendo perder incluso el poder.

Mas mucho me temo que sea escaso el número de líderes para llevarlo a cabo, salvo alguna excepción. Son varios los que esperan a que amaine el temporal (no lo hará) o a que el otro tome la decisión para luego criticársela. Es la lógica de la partitocracia que tanto nos debilita. Las dificultades para la unión entre los políticos saltan a la vista. Se consiguió en la Transición porque, entre otras cosas, convenía a quienes eran débiles a la salida del régimen anterior. Se tomaron no obstante decisiones erróneas y se ha ahondado en ellas en casi todas las legislaturas. Esto forma ya parte de la narración histórica. Y ahora, además, en medio del entorno de una Europa muy debilitada y de una nación con un peso político en el exterior insignificante. Probablemente nos encontremos ante un caso similar al que vivió España, en un contexto internacional difícil, a inicios del siglo XIX, con la traición de Fernando VII hacia su propio país; pero, en la ocasión actual, sin un nuevo dos de mayo.

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