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El odio al diferente

El auge de la antipolítica propia del paleoconservadurismo es el germen de la destrucción de una organización de la sociedad basada en la libertad de los ciudadanos, la ley y la justicia

El odio al diferente El odio al diferente

El odio al diferente / rosell

Para conocer cuándo una oferta como la de los paleoconservadores españoles, basada en la confrontación, la tensión y la tergiversación de la realidad ha sido tan rentable políticamente, debemos remontarnos a la llegada del fascismo en los albores de la Segunda Guerra Mundial, si bien más recientemente en otros países europeos volvió a funcionar la fórmula a lo largo de la última década.

El déjà vu de la estrategia de los paleolíticos de la política, orden y seguridad para justificar una libertad demediada, continua su implantación a pasos acelerados entre una ciudadanía huérfana de narrativas alternativas, especialmente por parte de la derecha y el centro derecha, mediante políticas identitarias que debilitan la posición electoral incluso del centro izquierda: machismo, homofobia, xenofobia, racismo, y, en general, odio al diferente, con defensa virulenta de la violencia.

El panorama mundial es ciertamente desalentador: en occidente, no hay debate intelectual ante el agotamiento de las políticas de la inevitabilidad, el creciente imperio chino se rige mediante planificaciones sólidas llevadas a cabo con mano férrea, en la autocracia rusa se intenta imponer la política de la eternidad avanzando a través de una senda obsoleta de filósofos y pensadores de hace un siglo y, además, estamos conviviendo con un grupo numeroso de países regidos por leyes teocráticas en pleno siglo de la ciencia cual oxímoron de la historia.

El auge de la antipolítica propia del paleoconservadurismo es el germen de la destrucción de una organización de la sociedad basada en la libertad de los ciudadanos, en la ley y la justicia, y en la equidad, lo que podría devolvernos a la selva o nos sometería a un régimen dictatorial de consecuencias inimaginables hoy para la inmensa mayoría de las personas. Esto último sería posible si se diera una alianza fatídica de facto con un ciberleviatán al que desde que comenzó la crisis económica hace más de una década le hemos dejado el terreno abonado, gracias a las desregulaciones de los neoconservadores y a la inacción irresponsable de los neoprogresistas.

No obstante, esa alianza no sería perdurable en el tiempo, dado que la gobernanza de las Big Tech, favorable a la paz social y a la globalización incluso a costa de una renta básica universal, no casaría bien con el nacionalismo autárquico y la confrontación como estrategia de los paleoconservadores para alcanzar el control del poder político. En cualquier caso, ese futurible exige un muro de defensa por parte de los demócratas con una narrativa alternativa a la de los paleoconservadores, una oferta humanista y una gestión eficaz y eficiente de la cosa pública, en el marco de la generación de un nuevo estado de bienestar. Liberales y socialdemócratas tienen por delante la tarea de configurar comunidades integradas por una nueva clase media, en línea con la que brotó en su momento gracias al gran pacto del que nació el estado de bienestar en el siglo XX y que fue abducida por la falacia de una crisis económica que realmente lo era más de ética y calidad democrática, evitando que caiga en la seducción del orden y la seguridad con libertad asistida de un capitalismo tecnológico de vigilancia que impondría una nueva gobernanza que le garantizaría unos mínimos de subsistencia, para evitar que surjan movimientos luditas en su hoja de ruta hacia un nuevo paradigma de organización de la sociedad basado en el transhumanismo.

Si seguimos mirando al dedo en vez de a la luna, la acción política pronto estaría en manos de influencers, los ciudadanos se convertirían en meros followers domesticados cual mascotas cibernéticas y la organización de la sociedad, la política, no toleraría ningún margen para la libertad personal, desaparecería la utopía de la igualdad y la equidad, y la justicia quedaría en manos de unos algoritmos alimentados por los intereses de unos pocos que no representarían ni siquiera el 1% de la población mundial.

Finalmente, cuando las barbas de tu vecino veas rasurar, pon las tuyas a remojar. Lo del Brexit no es un caso aislado. Tanto la antipolítica de Trump, como la política mística de Putin, tienen como diana romper la UE, algo que a España le afectaría muy negativamente. El nacionalismo autárquico de los paleoconservadores españoles va en esa línea, la de un Spexit, por lo que su grado de peligrosidad está alcanzando un nivel insoportable para cualquier demócrata.

Estamos a tiempo de reaccionar, pero no nos queda tanto como el que nos gustaría.

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