La tribuna
Inteligencia, algoritmos y emociones
En mi lejana etapa de rector de la Hispalense visité Israel con intención de establecer un sistema de colaboración en materia biotecnológica con ciertos grupos científicos ubicados en el desierto del Néguev. Me acompañaban sendos catedráticos de Bioquímica, formados en la excelente escuela de profesor Losada. Uno de ellos jugó después un importante papel en el CSIC, desde donde colaboró decisivamente en convertir en una prometedora realidad el Laboratorio Andaluz de Biología, en el campus de la Universidad Pablo de Olavide, un proyecto cuya dirección me había encargado el gobierno socialista andaluz. El otro catedrático, cuyo sentido del humor era proverbial, ejercía a la sazón de Vicerrector de Investigación. Con un conductor israelita al volante, nos adentrábamos en el desierto y de repente el asfalto se difuminó y vimos un cartel que anunciaba que íbamos a entrar en una zona peligrosa por posibles ataques de los guerrilleros. Mirando al horizonte, considerando que ya no se veía la carretera y temiendo la posibilidad de un ataque, el vicerrector exclamó “¡Tiene guasa que esto sea la Tierra Prometida!”. Pues bien, en el momento de escribir estas líneas, cuando Zelensky acaba de enviar un misil de largo alcance contra un objetivo situado en territorio ruso, me siento tentado a repetir que tiene guasa que todo un fundador del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Madrid, como un servidor, se vea obligado a esperar del presidente electo Trump que fuerce a Zelensky a negociar con Putin un alto el fuego, e incluso el fin de la guerra con Rusia. Me frustra extraordinariamente que el derrotado presidente Biden haya autorizado ese uso del armamento que facilita a los militares ucranianos. Y me asusta terriblemente que Putin haya anunciado que responderá con armas nucleares a ese tipo de ataques. No quiero verme obligado a pensar que acerté cuando acepté dirigir la campaña andaluza contra la ratificación del ingreso de España en la OTAN en el referéndum que, de forma honorable, había convocado el presidente socialista González. Por hablar claramente, considero aceptable entregar a Rusia los territorios de Crimea y del Donetsk a cambio de la paz. Y rechazo frontalmente cualquier estrategia que, so pretexto de no mostrarnos débiles ante los rusos, nos encamine hacia una Tercera Guerra Mundial.
No quiero ni pensar que el largamente retenido Tercer Secreto confesado por la Virgen de Fátima a Lucía dos Santos, con su imagen de los obispos siendo masacrados por soldados en una ciudad en ruinas, anunciase la temida guerra nuclear. No sé a qué espera el Papa para convocar a todos los creyentes a elevar de inmediato oraciones por la paz en Europa. ¿O es que no figuran en la bandera de la Unión Europea las doce estrellas que simbolizan las doce tribus israelitas, los doce apóstoles de Cristo y, especialmente, la corona que lucía, en el Apocalipsis, la mujer parturienta generalmente asimilada a María? Resulta absolutamente urgente que detengamos a los políticos, militares e industriales que abogan por la guerra. A los países de la Unión Europea, y en particular a España, no le conviene en absoluto desencadenar una guerra contra Rusia. Y no me trago que se trate de ninguna guerra defensiva. Más bien ha ocurrido que hemos ampliado el alcance de la OTAN hasta la misma frontera con Rusia, violando así los acuerdos establecidos con el presidente Gorbachov durante el proceso de transición de la dictadura soviética a una democracia rusa. Me muestro dispuesto a colaborar con cualquier iniciativa ciudadana, política o religiosa que promueva la paz en Europa. Exijo que el nuevo encargado de las relaciones exteriores de la Unión Europea abandone la mentalidad belicista mostrada por el señor Borrell, cuya trayectoria política en otros aspectos consideraba admirable.
Siempre defendí, ante el propio Carrillo, la conveniencia de que los países europeos se dotasen de unas fuerzas armadas propias, lo que nos permitiría relajar la subordinación militar a los Estados Unidos. No era partidario de la OTAN, pero tampoco de dejar indefensa a Europa. Ni siquiera logró que desistiese de esa tesis el poeta Marcos Ana. Y ahora reclamo la extrema urgencia de detener la espiral bélica con Rusia. Se impone establecer conversaciones con el gobierno de Putin para alcanzar alguna clase de acuerdo que garantice la seguridad mutua entre su nación y el conglomerado europeo. En cualquier caso, España no tiene ningún contencioso con Rusia, ni la capacidad de influir en sus estrategias. En consecuencia, debería desvincularse de cualquier iniciativa que propenda a entrar en guerra abierta con los rusos. Felizmente, los tiempos de la División Azul ya pasaron. O deberían haber pasado.
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