Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático de Historia Moderna de la UCA

De la política y sus malos usos

De la política y sus malos usos De la política y sus malos usos

De la política y sus malos usos / rosell

Nadie duda que la política es necesaria. Sin embargo, su ejercicio tiene hoy un alcance mucho mayor que antes. Al socaire del vacío dejado por la crisis religiosa, su dominio se ha extendido a un terreno que afecta a lo más íntimo del ser humano: la moral y las conductas ligadas a ella. La legislación relativa a la homosexualidad, el aborto, la eutanasia, los contenidos de la enseñanza, los vientres de alquiler o la violencia doméstica, entre otros, a merced de los partidos en el poder, les toca muy directamente. El espacio de la moral común o social, que antes perteneciera a las iglesias, se ha trasladado ahora a los gobiernos y parlamentos, que ya no deciden en exclusiva sobre temas económicos y políticos, sino que, a imitación de los estados totalitarios, pretenden llenar ese vacío ético, señalando al ciudadano, sean cuales sean sus creencias personales, qué es lo bueno y lo malo, lo permitido y lo condenado. Así, al elevarlo a categoría de ley, se arrogan una autoridad que no les pertenece en temas sustanciales para el hombre, pues en última instancia afecta a su conciencia sobre sí mismo y el mundo; en definitiva, a su propio sentido como ser humano.

Se podrá replicar: ¿acaso los gobiernos no surgen en democracia de las mayorías y, por lo tanto, legislan en función de las creencias más extendidas en la sociedad? Surgen a este respecto dos importantes objeciones: ¿pueden las mayorías determinar leyes, por muy justificadas que estén políticamente, sobre algo que afecta a la conciencia de cada persona, obligándole, si llega el caso, a ajustarse a lo que las mismas hayan podido decidir en su nombre? ¿Y si la ciudadanía con esa capacidad, en una alta proporción, se hallase alienada o bajo los efectos de una gran crisis moral que impida a sus miembros distinguir el bien del mal? ¿Deberíamos ir todos al matadero?

El tema no es baladí si recordamos el poder que ejercen, a través de medios de comunicación cada vez más invasivos, los grupos de presión y determinadas ideas fuerza adscritas a lo políticamente correcto, hoy determinado, en buena medida, por la llamada cultura progre. Tal vez por eso, quienes todavía poseen resquicios de una conciencia libre y sensible a la visión cristiana de la existencia, estrechamente unida a nuestras propias raíces, no puedan aceptar sin un renuncio, la vuelta ética del calcetín operada en las sociedades occidentales en el último medio siglo, tras el tiempo de rearme de las conciencias que supuso el término de la II Guerra Mundial. Ello explica, y no así la mera evolución de nuestros conocimientos, que ideas y conductas rechazadas durante siglos, y no solo en nuestra civilización occidental, en un período corto de tiempo, hayan sido toleradas, impulsadas, protegidas e, incluso, propuestas como modelo.

Tampoco debemos extrañarnos de acciones, cada vez más habituales entre nosotros, que comportan una salida dramática (suicidio, asesinato, violencia, nihilismo) a una situación conflictiva. Ni que los gobiernos, con independencia de su signo político, se vean impulsados a dictar leyes, cada vez en mayor número y pobres resultados, de carácter opresivo e injusto, queriendo combatir por su medio, lo que ellos mismos han coadyuvado a fomentar con su apoyo a determinadas doctrinas y opiniones, buscando el voto a sus partidos de unas masas desorientadas.

A la postre, el sistema no permite invocar principios comunes normativos que pongan cortapisas a conductas perniciosas, tal es la dispersión y fragmentación de nuestra época en este orden de cosas. Ni la presión ejercida por los miembros de las propias formaciones políticas, partícipes de las ideas y argumentos que las sostienen, a veces por mera conveniencia, para justificar su situación personal. Y, sobre todo, no lo permite la influencia de quienes perdieron ya la capacidad de autocrítica en su obligada adaptación a los presupuestos tácticos del partido o de su interés. Ni tampoco aquellos que se adhieren a tales ideas, silenciando su conciencia para poder admitirlas o tranquilizándola con la tesis del mal menor o del fin que justifica los medios. Maquiavelo puro, negado, mas tantas veces disimuladamente seguido.

No debe, pues, sorprendernos que, cuando alguna formación, institución o persona les señala sus propias vergüenzas e incoherencias, arremetan contra él con todo vigor por tierra, mar y aire, intentando destruirlo si pueden, anatemizarlo con mentiras o medias verdades, porque está poniendo de manifiesto sus errores o su inanidad. Desgraciadamente, hemos dejado la política, que hoy todo lo mancha, a este albur, tal vez porque sean esas y no otras sus perversas reglas de juego. Sólo nuestro sentido de la responsabilidad, que nos llama a ser solidarios con lo común o a elegir lo menos malo, nos impulsa a sumar nuestro voto en las elecciones a los de nuestros conciudadanos, no obstante de habernos percatado de lo incierto de su destino. Pero, ¿acaso no estamos en el mejor sistema de los posibles?

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