DIRECTO Jueves Santo en Sevilla, en directo | Semana Santa 2024

El tiempo El tiempo en Sevilla para el Jueves Santo y la Madrugada

Tribuna

salvador moreno peralta

Arquitecto

El pulpo parlamentario

Desde que la cultura de masas entronizó el espectáculo como razón última del consumo que sostiene la sociedad, estamos legitimados para juzgar las cosas por su apariencia

El pulpo parlamentario El pulpo parlamentario

El pulpo parlamentario

Hace algún tiempo tuve que hacer una gestión en Sevilla ante un parlamentario, acompañado de un exconsejero, o quizás fuera al revés. Era un asunto sencillo que debía resolverse por el supuesto automatismo procedimental, pero desde siempre en España las velas "procedimentales" se inflan con el viento de las recomendaciones. Desde que entré con mi amigo en el virreinal Parlamento andaluz, Hospital de las Cinco Llagas, noté una atmósfera de grata complicidad entre todas las personas que por allí pululaban, desde porteros a ujieres, secretarias, parlamentarios de distinto signo político y ese personal indefinido dedicado a la actividad de mover viento. El franco optimismo por la espléndida rehabilitación de esta joya renacentista condenada a la ruina, mitigaba la algo abrumadora ampulosidad de su arquitectura. Sólo en los países nórdicos de Europa los edificios institucionales se implantan discretamente en sus entornos urbanos como una declaración de principios de proximidad y prevalencia cívica. En el resto del mundo se tiende a la facundia clasicista, también como una declaración de principios. (En Málaga, el genio popular ha bautizado un noble caserón decimonónico de estilo Beaux Arts que alberga el organismo más burocratizado y opaco de nuestra región, como Palacio de la Tinta). En todo caso, el enfático institucionalismo de nuestras autonomías ha servido para rescatar de la ruina muchas piezas del patrimonio edificado, como hizo Fraga con los Paradores, Dios le tenga en su gloria.

El que congeniaran animadamente en los pasillos diputados que minutos antes se habían despellejado en la antigua capilla, hoy convertida en salón plenario, quizás podría aturdir un poco a quien no está acostumbrado a los civilizados protocolos de la política. Como en la copla racial, en la calle, cuando uno se cabrea se cabrea de verdad, porque a nadie le interesa cabrearse por frivolidad y, de repente, esta palabra -frivolidad- me perturbó. Qué poco sabía yo, pobre Sancho, de estos menesteres de la política y de la grandeza de la democracia parlamentaria, cuyo máximo exponente tal vez sea la Cámara de los Comunes británica, en donde los diputados contendientes se enzarzan sin problemas estando a tiro de puñetazo. De repente, digo, la cordialidad en el foyer tras la bronca sobre la escena dejó de parecerme la sublimación de una civilizada actitud democrática para resultarme, simplemente, una impostura. Soy consciente de lo terriblemente injusto que pueda ser esta apreciación, pero desde que Pirandello escribió Así es (si así os parece) y desde que la cultura de masas entronizó el espectáculo como razón última del consumo que sostiene el pedaleo de la sociedad, estamos absolutamente legitimados a juzgar las cosas por sus apariencias. No es culpa nuestra.

En este caso, las apariencias eran 109 diputados de cinco partidos discutiendo, desde la férrea disciplina de grupo, asuntos legislativos que debían traducir distintas opciones teóricas y prácticas de interés colectivo; pero bien sea por la retórica banal de un parlamentarismo sin suficiente tradición o, simplemente, por interés de partido -atavismo del instinto de supervivencia tribal-, lo que allí se dirimía cada vez parecía alejarse más y más de las inquietudes de la calle. Insisto en que esto no hará justicia a parlamentarios abnegados ni a la seriedad y los desvelos de las comisiones, grupos de trabajo y demás órganos. Pero ello no obsta para que tomen conciencia de la sensación de alteridad, de endogamia y distanciamiento con que su digno menester es contemplado por una población alejada y desafecta, de la que son los últimos en darse cuenta. Tan lejos -pero tan cerca- de aquí, en Estados Unidos, el equipo de Clinton no se percató de lo irritante que resulta no pertenecer al club y ver la fiesta desde la calle. Todavía se preguntan qué pasó. Y es que si eso es política, entonces se trata de una representación de la política con el patio de butacas vacío por el elevado coste de las entradas. El Teatro y la Política tienen hoy en común su crisis de espectadores.

Los parlamentos albergan los puntos terminales de unos tentáculos que tienen su origen en un conglomerado de intereses que debían ser públicos, y no me cabe la menor duda de que el propio control parlamentario así tiende a garantizarlo. Pero no podemos esperar la absoluta pulcritud en un mundo imperfecto, de ahí que el parlamentarismo sirva en muchas ocasiones para el blanqueo de intereses particulares, personas, partidos o corporaciones. No nos escandalicemos, pues, demasiado. El problema es cuando, de todo este sistema tentacular, lo único que queda visible en su soledad ensimismada es el pulpo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios