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Tribuna

Javier González-Cotta

Editor de Revista Mercurio

El rastrillo de los mundiales

En México 86 comienzan las telas sintéticas y los horribles degradados que estallarán en Italia 90 (la peor Copa del Mundo por juego rácano y por moda desagradable)

El rastrillo de los mundiales El rastrillo de los mundiales

El rastrillo de los mundiales / rOSELL

Hubo un tiempo originario y tal vez puro, donde la camiseta blanca se asociaba en el fútbol a una moral compartida. El blanco remitía a la noble acción viril y, en suma, a la sana porfía sobre el pasto de un terreno de juego. El estupendo Atlas mundial de camisetas, publicado por Lunwerg con ocasión de Qatar 2022, nos desvela anécdotas históricas de las diversas zamarras nacionales (lo que va de la lisa y blanca inglesa de 1872 a la camiseta de tipo body de Camerún, sin olvido de los adornos amarillos sobre blanco de la camiseta española de 2016, más conocida como "vómito de paella").

En el primer Mundial de Uruguay (1930), el blanco predomina en las 13 selecciones participantes. Los orientales lucirán su clásica celeste sin escudo (debe su origen al River Plate FC de Montevideo y no al River Plate argentino). La heráldica da pie a hermosísimos escudos. Francia hace ya uso del gallo (que remite a la Galia por su juego de palabras). El león de Bramante ocupa el pecho de los belgas. Y la Yugoslavia de entreguerras luce en su preciosa camiseta azul el águila bicéfala de Bizancio. Giorgio Armani dijo con razón que la elegancia no consiste en destacar, sino en ser recordado.

La hora fascista nos remite, no obstante, a una de las etapas más bellas en cuanto a diseño de camisetas. En Italia 1934, bajo el égida de Mussolini, la selección transalpina luce su zamarra azul (color de la Casa de Saboya) y el fasces (símbolo fascista con sus varas amarradas junto a un hacha). Alemania muestra su blanco de prusianos orígenes, más el águila del Sacro Imperio Gérmánico y… la esvástica. Húngaros y checoslovacos enseñan la cruz de Lorena. Egipto, exótico invitado, propone el verde islámico y el cuarto creciente como escudo.

A poco de atronar la Segunda Guerra Mundial, la estética no es ajena al abismo venidero. En Francia 1938 (el presidente francés Lebrun no distinguía un balón de un queso camembert), los italianos usaron una camiseta negra (alusiva a los Camicie Negre de la Marcha a Roma) para no coincidir con el azul de los galos (fueron silbados por los muchos italianos exiliados). La esvástica en la zamarra germana retorcía de nuevo el dilema entre belleza y simbología. Brasil usará un raro tono celeste, alusivo a su patrona Ntra. Sra. Aparecida.

Tras la guerra, la Copa del Mundo 1950 en Brasil es evocada como un retortijón en la memoria brasileña por la final perdida ante los uruguayos. El Maracanazo fue también un trauma cromático. Los cariocas desterrarán para siempre el uso del blanco en sus zamarras. Inglaterra, por su parte, sí lució su austera camisola blanca, con el clásico escudo de tres leones (emblema de Ricardo Corazón de León) y la once rosas rojiblancas de los Tudor.

España, pese al recelo de Franco, volvió a vestir de rojo, el de las hordas marxistas, en su preciosa camiseta con el águila de los Reyes Católicos (en la posguerra de los 40 había lucido prendas azul mahón). La Yugoslavia de Tito se presentó en Brasil con una de las camisetas más bonitas de la historia: azul y con un escudo fraternal de seis antorchas encendidas (una por cada república socialista que conformó el nuevo país).

En Suiza 54 la neófita Turquía luce su vistoso emblema con la bandera nacional. Brasil muestra su histórica verdeamarela para lo por venir. Alemania preserva el blanco prusiano y el águila imperial (en el anterior Mundial fue castigada y no participó). Invitados a la fiesta, los escoceses enseñan su escudo amarillo, con el león de Guillermo I y los once cardos rojos alusivos al mito de la defensa frente la invasión danesa. Ya en Suecia 1958, aparece uno de los acrónimos más rematados de la historia demodé del balompié: la CCCP del dinosaurio soviético. Sólo la DDR de Alemania oriental es equiparable.

Década tras década, el aroma vintage en las camisetas se irá diluyendo en los diseños más obsesivos y traumáticos para el buen gusto. Aparecerán modas subversivas, como las pinstripes en España 82 (rayitas finas y verticales). En México 86 comienzan las telas sintéticas y los horribles degradados que estallarán en Italia 90 (la peor Copa del Mundo por juego rácano y por moda desagradable): tramas frondosas, rayos lisérgicos, signos indescifrables. En Estados Unidos 94 se reproduce el horror, algo se atenúa en Francia 98, para encarar el siglo XXI con la fratricida guerra comercial entre marcas deportivas. En Rusia 2018, Nike llegó a diseñar todo un mapa de sudoración textil según la anatomía del jugador. Aparte, como falso canto ecológico, confeccionó sus camisetas con botellas de plástico recicladas. Por ahora, Qatar nos deja estéticamente fríos. Algo es algo.

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