Tribuna

Julián Sobrino

Profesor de la Universidad de Sevilla

Un ruso en el Guadalquivir

El doctor en Historia del Arte hace un repaso por el panorama museístico de la ciudad aprovechando la posibilidad de la apertura de una sede del Museo Hermitage en Sevilla

La Real Fábrica de Artillería se ha barajado como uno de los posibles emplazamientos del Museo Hermitage.

La Real Fábrica de Artillería se ha barajado como uno de los posibles emplazamientos del Museo Hermitage. / Belén Vargas

Dejando a un lado la calidad de las posibles obras que el Museo Hermitage pudiera ceder a su franquicia en Sevilla hay que constatar no los aspectos negativos de esta operación, aunque también los tiene positivos, sino la ausencia de estrategia de esta ciudad desde la perspectiva museográfica. He oído muchas veces que Sevilla no necesita un museo de la ciudad porque la ciudad es un museo. Craso error para quien visite las principales ciudades del mundo y descubra algunos de estos museos: Bristol City Museum, Museo de Historia de Barcelona, Museo de la Ciudad de Buenos Aires, Museum of London, Museo de la Ciudad de Bruselas, Wien Museum, Musée Carnavalet de Histoire de Paris, Museum of the City of New York, Museo de Historia de Madrid, y así hasta un interminable etcétera. Museos que, además de recuperar espléndidos edificios y promover intervenciones arquitectónicas de calidad, albergan colecciones y obras singulares que permiten recorrer en el tiempo la historia de esas ciudades desde la perspectiva arqueológica a la de las artes decorativas, desde el urbanismo a las manifestaciones científico-técnicas, desde las infraestructuras a las bellas artes.

Pero, además, las ciudades o regiones que disponen de esa oferta didáctica aplicada a la interpretación del patrimonio histórico urbano, también cuentan con increíbles museos de arte contemporáneo que se han convertido en extraordinarios dispositivos de innovación y creación, además de ejercer como sede de importantes colecciones, que operan no sólo como atractores de grandes exposiciones, individuales o colectivas de artistas foráneos, sino que promueven, a la manera de los hubs, el encuentro de las diferentes tendencias propias de la ciudad que vitalizan constantemente la oferta museológica de estas instituciones. Sevilla, desgraciadamente, no dispone de una estrategia museográfica de ciudad. En esta ciudad conviven, como resultado de la espontaneidad y de la casualidad, distintos proyectos museográficos, públicos (municipales, autonómicos o nacionales) y privados que, con diferentes grados de calidad en cuanto a sus propuestas y, obviamente, con excepciones, ni constituyen una red reconocible, ni cumplen con las exigencias de la museología actual desde la perspectiva del binomio: sociedad-realidad.

Si entendemos el museo como un reproductor de “realidades” y trazásemos el mapa de la realidad de Sevilla y de Andalucía a partir de los relatos y de las “cosas” (siguiendo a mi admirado George Kubler) que ofrecen los museos de esta ciudad ¿Se imaginan ustedes cuáles serían los resultados? Porque ¿Dónde está la historia urbanística, de la arquitectura, de la vida doméstica, de la industria, de las infraestructuras, de las culturas que aquí se asentaron, de las vidas de las personas que vinieron a vivir, de los dramas sociales, de quienes aquí escribieron, pintaron, hicieron ciencia o promovieron importantes reformas sociales …? Pues, como dice Bruno Latour, estas narraciones “determinan” y operan como “telón de fondo para la acción humana”, es decir escenifican lo que pensamos, lo que prohibimos, lo que ocultamos, lo que sobreexponemos, lo que marginamos… Y en Sevilla es evidente que existen muchas Sevillas invisibles.

El Plan Director de Patrimonio Histórico Municipal de Sevilla (PDPHMS) recientemente aprobado contempla nada más y nada menos que 29 Espacios Museísticos Municipales de Sevilla (EMMS) y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) sigue sin tener una sede en la que se pueda exponer permanentemente su extraordinaria colección, como Museo de Arte Contemporáneo de Andalucía, situación a la que se añade el obligado nomadismo del Museo Arqueológico y la permanente insuficiencia espacial del Museo de Bellas Artes para desarrollar con plenitud el programa que le corresponde tanto por la importancia de su colección y como por el equipamiento que demanda la museología actual dirigida a la interacción con la ciudadanía ¿No sería mejor dejar el asunto de la franquicia del Hermitage para otra ocasión y resolver los problemas pendientes de nuestra casa?

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