FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

Tribuna

César romero

Escritor

El síntoma Unamuno

En casi todos los ámbitos, pero especialmente en el cultural, está muy extendida la idea de que ya no hay artistas como los de antes. Es más fácil reconocer al genio pasado que al actual

El síntoma Unamuno El síntoma Unamuno

El síntoma Unamuno / rosell

Parece que el viejo Unamuno, ese escritor relegado a los planes de lectura obligatoria para adolescentes con su breve e insulso San Manuel Bueno, mártir (ya se podría haber atinado a la hora de elegir otra obra suya, que las tiene mejores), está resurgiendo y vuelve a ocupar páginas de periódicos y carteleras de teatros y cines. Hace poco se ha avivado una polémica, en uno de los periódicos de referencia del país, sobre si el famoso enfrentamiento entre el entonces Rector de la Universidad de Salamanca y Millán-Astray, con motivo de la inauguración del curso académico en el convulso 1936, fue como nos ha llegado o no fue exactamente así. No queda memoria sonora del acto ni nadie que asistiera a él vivo, por lo que es imposible atestiguar que dicha confrontación fue como se nos viene contando desde mediados del siglo XX o sucedió como un reciente reportaje narraba. Sea cual sea la verdad, dijera Unamuno o no, en presencia de Millán-Astray, cuando éste abogó por la muerte de la inteligencia, su famoso "Venceréis, pero no convenceréis", el mito está fijado y ya se sabe que a la realidad le cuesta derribar los mitos que levanta.

Más allá de la veracidad de las versiones dadas, la pervivencia de aquella escena, que también es la central de una reciente obra de teatro donde el escritor vasco era encarnado por José Luis Gómez y de una película que anda rodando uno de nuestros directores de cine más rutilantes, revela dos rasgos de nuestro tiempo. De un lado, la simplificación, pues parece que lo que queda de Unamuno, un escritor con una obra inmensa, contradictoria e interesante (probablemente uno de los cuatro o cinco mejores poetas que dio España en el siglo XX, y los ha habido de enorme talla; sin duda, uno de nuestros ensayistas más jugosos; y un nada desdeñable narrador, que exploró nuevos caminos) y un hombre impulsivo, valiente y también injusto, incoherente y exagerado y de un innegable atractivo, es esa única escena casi postrera, ese enfrentamiento contra el representante del poder golpista, como si en su azacaneada vida de setenta y dos años, con una presencia pública de medio siglo, todo hubiera quedado arrumbado ante esa confrontación última (sus años de rectorado, su destierro en Fuerteventura cuando la dictadura de Primo de Rivera, sus coqueteos con la política, la mitificación de su figura una vez proclamada la Segunda República, etc.). En el mundo de los 140 caracteres, donde todo quiere entenderse de un vistazo y casi nadie tiende a pararse a pensar, analizar, ir más allá, ese don Miguel con cara de búho, viejo, huraño y valiente, a las puertas del Paraninfo donde le había cantado las cuarenta a un golpista, rodeado de una muchedumbre con brazos alzados que en cualquier momento puede zarandearlo o lincharlo, es el icono al que está siendo resumida, jibarizada, una vida larga, fecunda y contradictoria. Una imagen que revela otro rasgo de este tiempo: se piensa que ya no hay intelectuales así, que faltan quienes tengan los redaños de enfrentarse con el poder, aunque el coste sea enorme. Pero, ¿es cierto que hoy no existe esta clase de intelectuales?

En casi todos los ámbitos, pero especialmente en el cultural, está muy extendida esa idea, la de que ya no hay artistas como los de antes. Quizá no sólo sea propio del nuestro, sino de cualquier tiempo: es más fácil reconocer al genio pasado que al actual, porque el tiempo ya hizo su criba y nos ha dejado a los grandes, olvidando a los segundones, porque nadie es un héroe para su ayuda de cámara, que lo ve en paños menores, y a los artistas presentes los vemos, oímos, leemos, seguimos a diario, no son seres fijados por el mito y la lejanía. Pero aquellos grandes también tuvieron sus miserias y hoy también hay intelectuales que se enfrentan al poder. No sólo al poder político, sea cual sea su signo (y no sólo si es de determinado signo, como hacen tantos artistas supuestamente "comprometidos"), sino sobre todo al poder de los imperativos sociales que, bajo la legitimación de que son exponente del deseo de una mayoría de la sociedad, ejerce una coerción en el pensamiento notable. Algunos escriben semanalmente en la contraportada del periódico que ha avivado la polémica unamuniana, o en suplementos semanales, o en columnas de otros medios. Y a veces son zurrados fuertemente por esos mismos que proclaman que ya no hay intelectuales como Unamuno, quizá porque, con unas maneras algo menos toscas que las del tuerto fundador de la Legión, éstos tampoco quieren ser convencidos ni convencer, sino sólo vencer.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios