FERIA Toros en Sevilla en directo | Cayetano, Emilio de Justo y Ginés Marín en la Maestranza

Tribuna

José maría agüera lorente

Catedrático de Filosofía

Sin vergüenza

Rajoy, que siente que el asunto del máster de Cifuentes representa una "polémica bastante estéril", asegura que España es un país serio. ¿Serio y sin vergüenza?

Sin vergüenza Sin vergüenza

Sin vergüenza / rosell

Cualquiera ha tenido la ocasión de experimentar ese sentimiento del que brota la expresión "eso no está bien". Ese sintagma marca una valiosísima frontera moral, siempre revisable ciertamente, siempre objeto de crítica y de controversia. En muchas de las ocasiones en las que esas cuatro palabras son pronunciadas lo que las respalda es un sentimiento o conjunto de sentimientos, no razones; compasión, culpa o vergüenza sustentan una valoración que se precisa inmediata y poderosa capaz de conducirnos a proceder moralmente. Son imprescindibles en toda sociedad si se quiere que sus individuos puedan identificar, eficaz y pertinentemente, esos principios cuyo seguimiento mayoritario mantienen en buen nivel sus mínimos éticos. Son las que Jon Elster, en su libro Tuercas y tornillos, llama "emociones intensamente sociales" y a las que atribuye "un rol importante en la operación de las normas sociales". Ellas son las que en primera instancia previenen contra el riesgo de impunidad ante conductas lesivas contra el bien común. Tras la vergüenza y la culpa está el temor a la punición, a la mirada de los otros que solidariamente constituyen la comunidad moral. Como Elster señala certeramente: "Las emociones importan porque nos conmueven y perturban y porque mediante sus vínculos con las normas morales estabilizan la vida social".

En otro libro repleto de sutilezas, Alquimias de la mente, el autor citado le dedica suculentas páginas a la vergüenza. En él, esta emoción social se disecciona certeramente, señalándose que lo que la despierta es algo que normalmente genera en otras personas el desprecio, el escarnio o el aislamiento. De alguna manera, se requiere la presencia de los otros para que esa emoción brote: "En el caso de la vergüenza, existe una conexión causal entre lo que otras personas realmente sienten y lo que el agente siente". Cuando experimentamos esta emoción, "el impulso inmediato es el de esconderse, huir, achicarse -cualquier otra cosa para evitar ser visto-". Ahora bien, siendo esta la tendencia automática o primaria, reconoce el filósofo noruego que caben otras reacciones. A veces, la vergüenza puede desencadenar una conducta agresiva, como forma de recuperar el equilibrio de condiciones del agente respecto de los otros; es decir, "humillando a otra persona, uno puede intentar defensivamente reparar y, comparativamente, incrementar el sentido de valía personal hecho añicos".

Estos días estamos siendo testigos los ciudadanos de este país del enésimo episodio de palmaria inmoralidad que se representa en el escenario político. Contemplamos atónitos cómo una persona que está al frente de una institución pública de gobierno regional miente descaradamente. Es verdad que la señora Cristina Cifuentes estuvo desaparecida y muda durante algunos días; quizá llegó a sentir vergüenza, pero ya lleva bastantes días durante los cuales su conducta es una contundente prueba de lo expuesto más arriba, de que quien ha sido cazado en su nuda deshonestidad puede muy bien reaccionar con el ataque. En el caso de la interfecta, dirigido contra la prensa y la oposición política, y todo ello acompañado de una estrategia retórica que tiene por finalidad culpar únicamente a la Universidad Rey Juan Carlos de todo lo que huele mal en relación a su archifamoso máster.

Pero ¿y si en verdad no siente vergüenza ninguna? Recordemos que, en el caso de esta emoción, la causa de que la señora Cifuentes pueda sentirla reside en qué sienten realmente otras personas respecto de lo que ella ha hecho. He aquí la clave a mi juicio. Basta con oír las declaraciones de sus compañeros de partido y ver el abrazo con el que le ha obsequiado el jefe del mismo en la fiesta que celebraron en Sevilla para saber lo que siente realmente esa gente que ella tiene como grupo de referencia. No ha lugar, pues, a la vergüenza.

Ello tiene un coste para la ciudadanía de este país en términos de debilitamiento de los límites morales y, por ende, de pérdida de estabilidad, pues -recordemos- son los vínculos entre las emociones como la vergüenza y el cumplimiento de las normas los que otorgan estabilidad a nuestra vida social, ahorrándonos entre otras cosas, conflictos que merman las fuerzas que precisamos para entregarnos a los proyectos que nos mejoran.

Nuestro ínclito presidente del Gobierno, que siente que el asunto del dichoso máster de la señora Cifuentes representa una "polémica bastante estéril", asegura que España es un país serio. ¿Serio y sin vergüenza?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios