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La tribuna

José Antonio López de la O

Experto en mercados energéticos

El viajero del futuro (cercano)

El viajero del futuro (cercano) El viajero del futuro (cercano)

El viajero del futuro (cercano) / rosell

Estamos inmersos en lo que se ha venido a denominar la cuarta revolución industrial, en la que la confluencia de una serie de tecnologías disruptivas supone un cambio para los modelos sociales existentes. Su impacto se está haciendo patente: los procesos emergentes crean nuevas formas de movernos, comunicar, crear valor y distribuir oportunidades. Entre las transformaciones que ya están en marcha, el transporte tiene un papel preponderante. La movilidad tiene una significación importante en la vida de las personas: la sensación de libertad. Sin embargo, de la forma en que está ahora diseñada se derivan una serie de retos y costes difícilmente asumibles por la sociedad.

Para que nos hagamos una idea, en la investigación realizada por el Premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman se comprobó que el peor momento del día para muchas personas es el desplazamiento hacia el lugar de trabajo, siendo incluso más problemático para aquellas que usan el vehículo privado. En España, los conductores pierden 420 millones de horas al año en las congestiones de tráfico, lo que supone 5.500 millones de euros. Se ha calculado que los costes de esa congestión suponen entre el 2% y el 4% del PIB como resultado de las pérdidas de tiempo, el gasto de combustible y el incremento de los costes para poder realizar negocios.

El transporte, tal como está ahora concebido, es uno de los elementos que mayores emisiones de gases de efecto invernadero produce. La Organización Mundial de la Salud calculó en 2015 que se habían producido en el mundo más de 7 millones de muertes prematuras atribuibles a la contaminación, sobre todo en las grandes ciudades, de la que una parte significativa provenía del tráfico urbano.

No se puede obviar que, a pesar de la irrupción de estas nuevas tecnologías, de los nuevos modelos de negocio y de los diferentes modos de transporte, la mayoría de las grandes ciudades del mundo continúan congestionadas y peligrosamente contaminadas, aun cuando están invirtiendo de forma exponencial en el transporte público.

Además, el acceso a la clase media de más de 2.000 millones de personas para 2030, especialmente en ciudades de mercados emergentes, disparará la venta de automóviles hasta las 125 millones de unidades por año para esa fecha. Algunos analistas han llegado a predecir que, de seguir la actual tendencia para ese año, el mundo podría contar con un parque automovilístico de 2.400 millones de vehículos.

Sin embargo, cabe margen para el optimismo. El futuro no tiene porque seguir, necesariamente, ese camino. Se da, en este punto, un círculo virtuoso, las nuevas tecnologías y sus consiguientes procesos pueden modificar comportamientos en el ámbito del transporte. Ese cambio favorece al conjunto de la sociedad y, además, los grandes beneficiarios en esta revolución de la movilidad serán los consumidores, que dispondrán de más y nuevas formas de desplazarse, más baratas, más rápidas y prácticamente personalizadas.

En otras palabras, la planificación de sistemas de transporte y movilidad urbana eficientes y eficaces debe responder a las necesidades de todos los usuarios, ordenando el desarrollo y la combinación de los diferentes modos de transporte con la sostenibilidad medioambiental, la factibilidad económica, la ecuanimidad social, la seguridad y la salud. El desarrollo de una movilidad inteligente es un proceso imparable en un entorno globalizado en el que las grandes ciudades proyectan acoger el 70% de la población mundial en 2050.

En este sentido, concurren en el tiempo, cinco tendencias en el sector del transporte que pueden y están modificando los paradigmas de la movilidad: el uso de la electricidad en los vehículos, la conducción autónoma, la conectividad y el uso de los datos, el mayor uso del transporte público u otros medios de transporte sostenible, y la movilidad compartida. La confluencia de todos ellos está provocando un nuevo paradigma en la forma que tenemos de desplazarnos.

La movilidad del futuro se está planteando bajo una consigna clara: que las personas puedan desplazarse teniendo toda la información en su poder, lo que les permitirá decidir cómo y cuándo y, además, procurando que la experiencia del viajero sea lo más agradable posible. Cada vez se habla con más seguridad de que será el paradigma público-privado, las acciones coordinadas entre estos dos ámbitos, el que diseñará el transporte del futuro. Como ejemplo, Helsinki, que goza de un transporte público excelente y tiene establecido un ambicioso plan de movilidad que haga innecesario el automóvil privado para 2025.

Sin embargo, queda todavía un escollo por salvar. Es imprescindible incluir un actor fundamental: los ciudadanos, las personas que viajan, que son las que definirán con sus decisiones, esa movilidad del futuro, Y es en este campo donde probablemente, ese papel del consumidor tenga más sentido.

No se puede platear en esta revolución, en la que las máquinas, los datos, la inteligencia artificial tienen un papel tan significativo, una visión del mundo sin personas. En este cambio sin precedentes, los humanos somos elementos críticos.

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