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Un hogar donde alcanzar la reinserción social

Una alambrada retorcida y poblada de afilados aguijones centra la visión en mi despedida de Sevilla II, el Centro Penitenciario de Morón de la Frontera. Atravesamos la pasarela de cristal que enlaza el edificio de entrada con las celdas, para dar por finalizada una jornada de visita que ha eliminado de raíz muchos de los estereotipos que adoban ese halo de misterio y hermetismo, que de forma instintiva y casi irremediable, acompaña a una prisión de máxima seguridad.

"Puedo decir que es prácticamente imposible escaparse de una cárcel como ésta, aunque lo de máxima seguridad viene aplicado a todas las cárceles de nueva construcción, no es relativo a los internos", explica Paco, uno de los educadores de Sevilla II y el principal artífice de que estemos aquí. Paco ha sido el impulsor de que el grupo La Bejazz presente su nuevo disco ante los internos de Morón, un acontecimiento que ha permitido a 250 presos disfrutar de un concierto que salta lo común en el ideario de un centro penitenciario.

La población supera los 1.600 internos, en un espacio acondicionado con 1.008 celdas dobles. "Es como un pueblo", relata José Luis, subdirector de seguridad. Su oficina es el primer lugar que visito, después de sortear complejas medidas de seguridad. No se abre una puerta sin que se cierre otra, y evidentemente, su fisonomía se antoja, cuanto menos, invencible. Antes de lanzarnos a la zona sensible, llega hasta su despacho el informe positivo de un test toxicológico. "Es el principal problema que tenemos". En estos casos, la jurisdicción penitenciaria actúa, "con castigos disciplinarios". No es para menos, la lucha contra la adicción centra los esfuerzos en pos de la reinserción. "Muchos llegan aquí por problemas de drogas".

Rafael es un interno del módulo 14, con servicio terapéutico de desintoxicación. "Llevo cuatro meses sin consumir y me siento nuevo. La droga arruinó mi vida y tengo que eliminarla para siempre". Su futura reinsertación dependerá mucho de sí llega a conseguir el propósito que anuncia. "Si apostamos por reinsertar a los internos hay que adecuarse a un sistema abierto, donde la familia pueda visitarlos y logren permisos gracias a su actitud", comenta Paco. Por contra, "con un sistema cerrado lapidaríamos sus posibilidades".

Abandonada la zona de oficinas, desembocamos en un patio que da acceso a los módulos de celdas y pabellones. El paso ante zonas de control se hace rutinario. Por primera vez siento la atenta mirada de innumerables cámaras de seguridad, y sobre todo, de la imponente torre de control. Una esbelta mole de hormigón que ya divisé en la carretera de acceso al recinto y de cuya presencia creía haberme olvidado. "Más que vigilante, su función es intimidadora", apunta el subdirector de seguridad sin que medie pregunta por mi parte.

El trajín de funcionarios es continuo, fácilmente reconocibles por un sencillo uniforme de pantalones oscuros y polo beige. Nada de prendas especiales, nada de armas. Una hache invertida sirve como modelo arquitectónico de la zona más delicada del recinto. Son 15 los módulos que acogen las celdas de los reclusos. Cada una de estas instancias dispone de patio con instalaciones deportivas, comedor, consulta sanitaria y psicológica, aulas de talleres ocupacionales y formación, comedor y economato. Los internos sólo mantienen contacto con los integrantes de su módulo y están estudiosamente ubicados en cada una de las secciones. El módulo 11 es el de respeto y el 15, el terapéutico, por citar algunos ejemplos. ¿Y las celdas de castigo?, cuestiono presa de una idea previa estereotipada. "Eso no existe. Tenemos celdas de aislamiento", contesta un jefe de servicio,"y están en el módulo 13", añade, explicándome que la superstición asociada por mí sólo se trata de una simple casualidad.

El módulo de respeto está compuesto por internos con condenas avanzadas y que demuestran un grado de responsabilidad mayor. "Ellos llevan a cabo las tareas del módulo y se les exigen una colaboración en sociedad que facilita la reinserción", me cuenta Paco mientras paseamos tranquilamente por el patio. Los saludos son constantes, y puedo comprobar la admiración que la figura del educador despierta entre los internos. Las relaciones humanas que percibo me abstraen del lugar en el que me encuentro. Pero todo vuelve a la realidad cuando, tras subir dos escaleras, me enfrento un pasillo interminable atestado de macizas puertas de apertura automática. Nada de barrotes.

El día se inicia a las 8:30. A esa hora los internos bajan al patio o a la sala de día. Muchos de ellos acuden a talleres ocupacionales, de carpintería, maquetería, jardinería, búsqueda de empleo o formación académica. También están disponibles los llamados destinos. Trabajos realizados en la misma cárcel, con contratos de trabajo, alta en la Seguridad Social y remuneración económica. "Entre los 150 y los 500 euros", según cuenta el educador. Están destinados a lograr una mayor autosufiencia del recinto. Panaderos, cocineros, limpiadores, o personal de los servicios de la prisión, como Antonio, uno de los internos que realiza labores de catalogación de libros en la biblioteca. "Me reconforta ofrecer cultura a otros presos, es una tarea muy social". Piensa que para él la reinserción no conllevará "grandes esfuerzos", porque "habita en un entorno favorable".

Un aspecto fundamental para Raquel, psicóloga de los módulos 11 y 14. "El entorno marcará su futura reinserción. La inestabilidad emocional es muy común entre los internos y la entrada en una cárcel acarrea una importante dosis de frustración". Una labor delicada, pero "gratificante si esa persona es capaz de convivir en armonía en la sociedad una vez que cumpla su pena".

Un objetivo común, la palabra más repetida en prisión: reinserción, aunque no la más conseguida. Una condena para ganarse una libertad que perdieron de "de forma justa", como me reconoce emocionado un joven interno. Frases que me abordan cuando dejo de ver la retorcida alambrada o la sublime torre de mil ojos, como aquella que decía que la libertad termina donde empiezan los derechos de los demás.

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