Córdoba

Aguilar o la eclosión de la ministra en zapatillas

Rafael Ruiz

El 20 de octubre de 2010, Rosa Aguilar Rivero (Córdoba, 1957) cerró un círculo. Después de ser durante tantos años el joven valor de la izquierda no socialista, después de ser parte del aparato comunista, después, en suma, de haber realizado un viaje ideológico desde la adolescencia en el posfranquismo hasta el socialismo 2.0, Aguilar respondió a la llamada que le hizo el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, para que hiciese las maletas de la Consejería de Obras Públicas al Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino, en un gabinete pensado para el relanzamiento de las opciones del PSOE hasta las elecciones de 2012 si no media adelanto electoral. Aguilar había dado el paso un año antes, cuando dejó la Alcaldía de Córdoba, tras años de incompresiones mutuas con la organización política que la vio nacer, Izquierda Unida, y que la había lanzado al estrellato.

La vuelta a la Corte, sin embargo, suponía cerrar el círculo. Volvía al Madrid que tan bien trabajó a mediados de los 90 como portavoz parlamentaria de Julio Anguita –quien prácticamente le ha retirado el saludo- y que la convirtió en uno de los personales políticos más queridos, a tenor de las encuestas. Zapatero, o quien la propusiera, sabía qué buscaba. Aguilar podrá no tener ni idea de agricultura pero tiene un gancho popular innegable. El Partido Socialista lo sabe y ya la ha usado con profusión tanto en las elecciones catalanas apoyando al batido José Montilla como en la presentación de candidatos a alcalde en toda España. Las intervenciones de la nueva ministra van más allá de tomates, pimientos o especies en peligro de extinción. Se ha convertido en una defensora de la política general del Gobierno, pese a existir evidentes problemas de coherencia con su postura tradicional de izquierdas en materia de recortes sociales, pensiones o política presupuestaria. Además, lo ha hecho en zapatillas, como se presentó en su primer Consejo de Ministros, haciendo uso de lo que mejor se le da: hablar en público alejada de las formas tecnócratas de su antecesora, Elena Espinosa.

El presidente de la Junta, José Antonio Griñán, reconoció que la dejó ir sólo cuando se le garantizó que no sería ministra de Trabajo, precisamente un cargo ejercido por el propio jefe del gobierno andaluz con Felipe González. Griñán sabía lo que ocurría. Las diferencias en materia agrícola y ambiental entre la Junta y la Administración central del Estado habían sido tan evidentes que era necesario una nueva etapa donde no se deslindara el dominio público de Doñana sin pacto previo. Las encuestas de conocimiento y valoración siguen dando valores altos para Rosa Aguilar, bien es verdad que de una forma más atenuada dado el carácter de su departamento. La única ministra andaluza de Zapatero –que además no tiene todavía carné socialista- se encuentra en un Ejecutivo complicado donde la proyección está concentrada en Alfredo Pérez Rubalcaba y, en menor medida, José Blanco.

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