Provincias

Córdoba se queda sin la Capitalidad Cultural

Alfredo Asensi Lidón

Córdoba vivió en 2011 una de las mayores frustraciones de su historia reciente con la pérdida de la Capitalidad Cultural de Europa de 2016. Diez años de trabajo y una considerable reforma del mapa cultural de la ciudad (con la incorporación de actividades como los festivales Cosmopoética, Eutopía y Animacor y La Noche Blanca del Flamenco, además de la apertura de nuevos espacios como el museo de Medina Azahara y el desarrollo de proyectos como el Espacio Andaluz de Creación Contemporánea) no fueron suficientes para convencer al jurado, que eligió la propuesta de San Sebastián. La decepción fue mayúscula en una ciudad que invocaba la cita de 2016 como el trampolín necesario para articular toda una estrategia de futuro, un proyecto de regeneración, superación de lastres, desarrollo cultural y apertura a Europa que quedó abruptamente cancelado la tarde del 28 de junio en el Ministerio de Cultura.

La designación de San Sebastián, gobernada desde hacía un mes por la coalición independentista radical Bildu, generó una sucesión de polémicas que supuso un punto final triste e inesperado al proceso de designación de la Capital Cultural de Europa de 2016. En primer lugar, por las palabras del presidente del jurado (integrado por 13 miembros, siete de ellos de procedencia europea), Manfred Gaulhofer, que, tras anunciar el nombre de la ganadora, destacó la aportación que la Capitalidad puede realizar al proceso de pacificación del País Vasco (una idea repetida sin descanso en los últimos años por el ex alcalde donostiarra Odón Elorza). Un argumento político para justificar una decisión que debía sustentarse en elementos técnicos. El escándalo estaba servido, se manifestó con mayor o menor fuerza en todas las perdedoras (Burgos, Segovia, Las Palmas de Gran Canaria y Zaragoza, además de Córdoba) y fue creciendo a medida que el mundo batasuno mostraba su absoluta voluntad de monopolizar la Capitalidad y convertirla en un mero instrumento al servicio de la promoción de sus intereses. Bildu se encontraba con la obligación de gestionar un proyecto al que había dirigido duros ataques y que convierte la ciudad en representante cultural ante Europa del estado del que la formación postula sin titubeos la separación. En segundo término, por una carta anónima que recibió el alcalde de Córdoba, José Antonio Nieto, en la que se aportaba documentación sobre el supuesto trato de favor que la integrante del jurado Cristina Ortega Nuere, asesora cultural del Gobierno vasco y profesora de la Universidad de Deusto, ofreció al la ciudad ganadora. Mientras su titular, Ángeles González-Sinde, se refería insistentemente a San Sebastián 2016 como "el proyecto de Odón Elorza", el Ministerio de Cultura abrió una investigación no muy entusiasta en la que no detectó irregularidades y Ayuntamiento de Córdoba, a través del despacho de abogados Mariano Aguayo, llevó el asunto a los tribunales; en primera instancia, a la Audiencia Nacional, que se declaró no competente y lo derivó al Tribunal Superior de Justicia de Madrid.

El gran sueño de la Capitalidad, que logró involucrar a la ciudadanía en una espiral de ilusión muy pocas veces vista en Córdoba (como quedó reflejado, sobre todo en los últimos años, en multitud de actos), acabó en un penoso capítulo de escándalo y sospechas. En la certeza de que no hubo juego limpio. Y los responsables institucionales intentaron aplacar la decepción con fórmulas diversas, la mayoría poco afortunadas y carentes de contenido. Una de ellas fue la creación de una asociación de ciudades finalistas en el proceso de la Capitalidad (con la finalidad de intercambiar propuestas y programas) que tras una reunión inicial en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba quedó en el olvido. Otra, planteada por la Junta de Andalucía, la proclamación de una Capitalidad Andaluza de la Cultura que le sería otorgada a Córdoba. Una idea apresurada que no tardó en desinflarse. El Ayuntamiento, la Diputación, la Junta, la Universidad y la Fundación Cajasur decidieron mantener con vida la Fundación Córdoba Ciudad Cultural, el organismo que desarrolló la candidatura, pero sin objetivos concretos, sin infraestructura y sin voluntad de aportarle recursos. Y, si bien se mantiene la mayoría de las actividades (algunas, eso sí, extremadamente reducidas), la sensación de retroceso cultural es inevitable. A ello contribuyen la crisis económica, la falta de definición de algunos proyectos y la interrupción de algunas líneas de desarrollo que la ciudad había puesto en marcha en los últimos años.  

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