Provincias

2011: catarsis colectiva

Antonio Lao

Director de Almería Actualidad

Decía Abraham Lincoln que "ningún hombre es lo bastante bueno para gobernar a otros sin su consentimiento". La cita, del presidente americano que abolió la esclavitud, refleja con arrollador realismo la situación que se ha vivido  en la provincia en 2011. Los almerienses hemos querido, con nuestros votos, poner nuestro destino en manos del Partido Popular de forma abrumadora. Atrás quedaron en mayo, y luego en noviembre, los procesos de interiorización de nuestros problemas o la expectación creada por las elecciones que en 2010, de alguna manera, nos subyugaban.

Mantenemos la misma fuerza, las mismas individualidades y un 30% de paro, aunque percibo ciertos cambios colectivos derivados de la ilusión generada con el cambio de la gran mayoría de alcaldes y dirigentes que nos gobiernan.

Lejos parece haber quedado el pesimismo -la verdad es que este pueblo nunca lo ha tenido- y se vislumbra en la calle una especie de catarsis colectiva para alejarse de forma definitiva del ladrillo como forma rápida de hacer dinero para abrir el alma y el monedero al progreso derivado de los cultivos bajo plástico, el medio ambiente, la innovación en forma de energías limpias y en el sol, el sol de Almería y sus playas como el sostén claro, abierto y real de nuestro futuro.

2011 será recordado en Almería como el tiempo en el que la agricultura mantuvo el tipo mal que bien, vendió más que nunca, con menos ingresos y, lo que es más importante, fue capaz de mantener el empleo en niveles soportables. Eso sí, con una economía sumergida superior al 20%. Un dato revelador con dos caras. La primera, negativa, por aquellos que no cotizan y no mantienen el sistema y otra positiva, porque de alguna manera el colectivo sin empleo mantiene el tipo y sobrevive a la feroz crisis.

Con el sector no han podido los agoreros que veían en Marruecos un competidor, (el acuerdo entre la UE y el país magrebí sigue en stand by), ni los que se empeñan en dividir en vez de unificar y los postulantes de proyectos de fotomatón fácil, a la caza de la instantánea, para luego enterrarla en el baúl de los recuerdos y cerrarlo con siete llaves.

El 22 de mayo, y luego el 20 de noviembre, han traído una especie de aire fresco a la política, con cambios en la mayor parte de los ayuntamientos y un asentamiento, casi abrumador, del poder del PP en la provincia. Veintiocho  puntos es la diferencia que los hombres y mujeres liderados por Gabriel Amat sacan en esta tierra a un maltrecho socialismo, atenazado por la crisis interna, descabezado en su dirección en el verano y tratando de respirar de la mano de José Luis Sánchez Teruel.

Gobierno Central, Diputación y casi todos los ayuntamientos están en manos del PP. El PSOE se enroca en la Junta de Andalucía como baluarte y se aferra a este clavo ardiendo como el único capaz de sacarlos de un permanente atolladero, del que no saben como salir y al que tampoco parecen ponerles muchas ganas.

La crisis se tensa o destensa en la misma medida en que seguimos creyendo en nosotros mismos. Abiertos al mar, somos una tierra por la que han pasado fenicios, cartagineses, romanos o árabes. La mezcla explosiva nos lleva, irremediablemente, a renacer de nuestras cenizas una y otra vez. Lo hicimos a principios de siglo con el declive de la minería; repetimos en los sesenta con el fin del cultivo de la uva de mesa, y nos recuperamos de nuevo después del mayor cataclismo llegado con la construcción y sus pelotazos. Sólo necesitamos un pequeño empujón, algo en lo que creer, para levantarnos, laborar y acrecentar nuestra leyenda de surcos y arrugas, convertidos en innovación, desarrollo tecnológico y creatividad y, a eso, nadie nos gana.

Los almerienses, casi todos, han entendido que la agricultura intensiva, que los cultivos bajo plástico, son el maná que genera cada año dos mil millones de euros, miles de empleos directos y otros tantos indirectos. La industria auxiliar que llegó ligada a los invernaderos nos sitúa en la vanguardia europea en investigación y desarrollo. La cuarta o quinta gama, el control biológico de las plagas o los cultivos hidropónicos son algunos de los avances que nosotros hemos desarrollado y que, pese a los errores, nos han devuelto la autoestima y nuestra capacidad de crear. No nos atormenta que los precios de las hortalizas no sean los que esperamos, tampoco que el Magreb aceche como ave de rapiña o que la competencia de Turquía o Egipto preocupe en el futuro. Nuestra camaleónica capacidad para adaptarnos nos hará ganadores en el futuro más cercano y a largo plazo.

Con veranos que se prolongan casi doce meses y con una parte de la costa aún virgen, el turismo se suma, casi agazapado, a las expectativas económicas de esta tierra en la misma medida que no se entendería esta provincia sin la agricultura. Nos está costando salir del caparazón, de proyectarnos en toda nuestra extensión y nuestras posibilidades, aunque los estudios económicos una y otra vez se empecinan en alabar y proyectar las grandes posibilidades de las que disfrutamos.

Tierra yerma, árida si quieren, pero rica, generosa y agradecida. Tierra lúcida para unos ciudadanos que creen en sus posibilidades de futuro, que destierran los malos augurios con fogatas por San Antón o se purifican en las aguas del Mediterráneo por San Juan. Almerienses capaces, inasequibles al desaliento que han visto pasar un 2011 preñado de dificultades para superarlas todas. Un año que ha devuelto la esperanza a una tierra que nunca la perdió en forma de cambio.

Contamos ya con una buena parte de las infraestructuras básicas hechas y, las que no, como el tren de Alta Velocidad, están en obras; el gas ya discurre por nuestro territorio y las conexiones aéreas son más que razonables.  La provincia mantiene la ventana abierta del problema del agua. El año que termina ha dejado sobre la mesa las obras de la planta desaladora del Levante (Villaricos); seguimos sin tener la desaladora de Carboneras a pleno rendimiento, no sabemos qué hacer con la planta de Rambla de Morales, terminada, y vemos como el grueso del Plan del Agua sigue siendo un proyecto. Aún así, las lluvias de los dos últimos años nos ha llevado a olvidar que somos una provincia seca, en la que los buenos años hidrológicos son escasos y que lo normal es que la sequía sea endémica.

¿Hemos avanzado? Sin duda sí, pero no todo lo que cabría esperar.

En este mar en calma en el que nos movemos, sin apenas oleaje, la vista se fija en las elecciones autonómicas de marzo de 2012. De los resultados de los comicios penden demasiados proyectos para esta provincia, que no está para seguir la senda de los bandazos políticos, sino para ejecutar necesidades perentorias, que nos fijen por el camino del crecimiento del que nos hemos salido en los últimos años. Tenemos la materia prima. Contamos con las personas. Parimos las ideas y sólo buscamos desterrar el síndrome de esquina que a veces nos atenaza, aunque cada vez son menos los que lo padecen. Los más, por fortuna, ya nos lo hemos sacudido.

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