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El 22-M: la noche en la que Córdoba cambió de color

Félix Ruiz Cardador

La noche del 22 de mayo no será fácil de olvidar para la izquierda cordobesa. Y es que en realidad lo que en aquella jornada electoral aconteció fue la mayor pesadilla, el más amargo trago, por la que ha tenido que pasar desde que España conquistó su democracia. Las urnas dictaron sentencia y el fallo fue claro: el PP gobernaría los próximos cuatro años con mayoría absoluta en el Ayuntamiento y en la Diputación, algo inédito hasta la fecha, al mismo tiempo que lograba alcaldías en lugares hasta hace poco tan impensables como Montilla -una de las cabeceras de la otrora Campiña Roja- o la ciudad minera de Peñarroya-Pueblonuevo. Hasta tal punto llegó aquella jornada de comicios locales que a día de hoy la ciudad de Montoro, de unos 10.000 habitantes, es la única cabecera de comarca cordobesa en la que los socialistas gobiernan con mayoría absoluta, algo inimaginable hace sólo unos años.

Lo del Ayuntamiento de Córdoba era algo que se preveía, aunque tuvo sus matices novedosos, y especialmente amargos para la izquierda. Las encuestas daban al PP como claro favorito para lograr la primera mayoría absoluta de su historia y había razones para pensar que así sería. Su candidato, José Antonio Nieto, era un hombre joven con un currículum electoral impecable, mientras que el ambiente nacional, con gran parte del país profundamente molesto por las políticas económicas de Rodríguez Zapatero, les favorecía. Su máximo rival, el entonces alcalde Andrés Ocaña, de IU, comparecía a su vez bajo duras críticas por su gestión y la de su partido durante la última década, mientras que el PSOE concurría con un candidato, Juan Pablo Durán, que ocupaba la secretaría provincial del partido pero que, aún con eso, era un auténtico desconocido para muchos cordobeses. La sombra de Rosa Aguilar, que se implicó en la campaña en favor del PSOE por vez primera desde su polémico abandono de Izquierda Unida, también pesaba de forma evidente para los dos candidatos de izquierdas.

El enigma se encontraba no obstante en saber lo que podría lograr el otro invitado de aquella fiesta, el empresario de la joyería y la construcción Rafael Gómez, que aparecía en la parrilla de salida como cabecera de la lista del partido Unión Cordobesa, creado por él y para él. Gómez, conocido por sus atípicas y mesiánicas arengas y por los casos Malaya y Colecor, aspiraba en su fiebre de optimismo a la mayoría absoluta, aunque al final hubo de conformarse a regañadientes con un resultado más modesto pero aún así sorprendente: cinco actas de concejal por tan sólo cuatro de IU y otras cuatro de PSOE, lo que convertía al industrial en el jefe de la oposición. El PP logró por su parte una más que solvente mayoría absoluta, cifrada en 16 ediles, que le permitió investir a principios de junio a José Antonio Nieto como nuevo alcalde de la ciudad.

Lo que nadie o casi nadie barruntaba es que aquella noche también caería en las manos de los populares la Diputación, feudo socialista desde los albores de la democracia. El avance del PP en las ciudades medias de la provincia, en las que tradicionalmente había tenido una aceptación moderada o incluso pírrica, permitió sin embargo un espectacular vuelco que convirtió a la alcaldesa de Priego de Córdoba, María Luisa Ceballos, en la primera presidenta popular de la institución provincial. El PSOE, atribulado por tremendo fracaso, se veía obligado a ocuparse de las labores de oposición, en las que de nuevo, y al igual que en la capital, volvía a encontrarse con el empresario Rafael Gómez.

El gran año electoral del PP no quedó ahí, sino que vivió un nuevo capítulo feliz cuando la noche del 20-N el partido que fundase Manuel Fraga logró otra victoria histórica en la provincia y ayudó a conseguir la mayoría absoluta a Mariano Rajoy. Pese a no lograr los soñados cuatro diputados, sí que se igualaba 3 a 3 con el PSOE, mientras que en el Senado ganaba por 3 a 1. Los populares cerraban así un año de apoteosis electoral en el que se les concedía una alta responsabilidad: la de sacar a la provincia del atolladero económico en el que anda metida. Díficil, muy difícil misión.     

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