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El alcornocal andaluz

Corcho para salir a flote

  • Arranca la campaña del descorche en el Parque Natural de Los Alcornocales, productor de más de la mitad de la materia prima que se extrae en Andalucía. El sector no atraviesa un buen momento.

En El mundo de Juan Lobón, los civiles ya no persiguen a cazadores furtivos por veredas de cabras y las cañadas y cordeles no los cruzan contrabandistas a lomos de mulas, sino agentes forestales a bordo de todoterrenos. Tampoco queda apenas rastro del humo del carboneo, fábrica natural del otrora imprescindible picón. Sin embargo, los golpes secos y cadenciosos de las hachas de los corcheros siguen machacando el aire por estas fechas, como cada año, en los barrancos, gargantas y laderas de los Montes de Alcalá de Los Gazules, en pleno corazón del Parque Natural de Los Alcornocales, en la provincia de Cádiz.

Según datos de la Consejería de Medio Ambiente correspondientes al año pasado, el bosque mediterráneo mejor conservado de Europa, produce más de 26.201 toneladas métricas (tm) de corcho húmedo al año, la mayor parte de las 49.995 que proporcionan los alcornocales de toda Andalucía. Esta última cifra representa más de la mitad de la producción de todo el territorio nacional, que completan Extremadura y, en menor medida, Cataluña. Además de Los Alcornocales, procuran la misma materia prima la Campiña de Jerez y, con una aportación testimonial, la Sierra de Grazalema, en Cádiz; la Serranía de Ronda, en Málaga; Sierra Morena y el Corredor de la Plata, en Sevilla; la Sierra de Aracena y Picos de Aroche y Cuenca Minera del Riotinto, en Huelva, y la Sierra Morena cordobesa. Con más de 20.986 tm anuales, la producción gaditana representa el 46,64% de la comunidad autónoma, que acoge el 50% de la superficie española de alcornocal y el 10% de la mundial, con 190.000 hectáreas de masas forestales puras o alcornocal dominante.

Pero centrémonos en Alcalá de Los Gazules para conocer el difícil momento que atraviesa un sector en franco declive. Las causas: la falta de mano de obra cualificada, la regresión del alcornocal a causa de la seca –que no es nombre de plaga, sino de una amenaza aún peor que comprende varias– y la desconexión casi absoluta de un mercado de la manufactura y la transformación que controlan en exclusiva portugueses y catalanes. El negro panorama lo completa la dura competencia de los tapones de plástico para las botellas de vino, siempre acompañada –dicen voces del sector– de una dura, larga e injusta campaña de desprestigio contra el de corcho.

Después de unas lluvias escasas, pero providenciales, acaba de arrancar la campaña del descorche en los montes alcalaínos. Año tras año, como si de una boya salvavidas se tratase, la saca del corcho o pela del alcornocal pone a flote la economía doméstica de un centenar y medio de familias. Y salva las modestas finanzas de un ayuntamiento que administra un municipio de 48.000 hectáreas en el que, en estos tiempos de crisis, salen adelante unas 6.000 personas. El 60% de esa superficie, más de 33.000 hectáreas, está dentro de los límites del espacio protegido, con la "servidumbre ambiental y las limitaciones de desarrollo, sin compensaciones de ningún tipo, que eso conlleva", lamenta Arsenio Cordero, alcalde socialista de la localidad. De ellas, el 70% son alcornocal. Ysólo 5.600 hectáreas son propiedad municipal, repartidas en ocho fincas: Hernán Martín, Jota, Montero, Sauzal, Laurel, Laganes, Zarza y Barrancones. Unas 1.500 hectáreas están en proceso de repoblación, bajo una protección absoluta. Cordero considera "necesario y urgente" reabrir un debate sobre la ordenación de los recursos, la gestión y los usos del parque natural, "que no hipoteque el futuro de Alcalá". El resto son fincas particulares.

Si el tiempo acompaña, es decir, si no suben en exceso las temperaturas, hasta mediados de agosto se prevé una producción de entre 9.000 y 10.000 quintales castellanos, la histórica medida de peso del corcho, equivalente a 46 kilogramos. Esperan, pues, entre 414 y 460 tm, que superarían con creces los escasos 3.390 quintales castellanos (156 tm) de 2006 e incluso los 8.490 (390 tm) de 2007. De la exigua saca de hace dos años tuvo la culpa la impresionante nevada caída en El Montero, que impidió la pela de los pies de umbría, los que proporcionan las corchas de mejor calidad. En cualquier caso, la Concejalía de Medio Ambiente y Montes que encabeza Javier Pizarro no prevé llegar a los casi 11.800 quintales castellanos (543 tm) de un magnífico 1996.

"El alcornocal está en regresión por un cúmulo de males –explica José Manuel Vázquez, que antes de agente forestal fue veterano corchero–: los pies son muy viejos, tienen más de cien años, y las raíces, varios siglos. Además, en las últimas décadas, las lluvias han sido muy escasas y espaciadas y hay zonas muy afectadas por plagas como la culebrilla, que provoca un escarabajo perforador de los troncos (Coroebus undatus) y la hormiga o morito (Crematogaster scutellaris Olivier), además de ciertas clases de hongos". A este alarmante decaimiento también contribuyen factores climáticos y "la contaminación del polo químico del Campo de Gibraltar, que está provocando extrañas desfoliaciones parciales", aseguran el alcalde y Antonio Calero, coordinador de la guardería forestal en la zona de El Aljibe.

Pese a todo, se esperan mayores ingresos que el año pasado, que ascendieron a 511.528 euros (más de 85 millones de pesetas), pero no tantos como los 135,37 millones de pesetas (unos 813.621 euros) que obtuvieron en 1999. Sin embargo, las cifras engañan. "Hace 30 ó 40 años, la corporación municipal le podía sacar a la operación un beneficio del 70% o el 80%. El año pasado sólo obtuvimos entre el 20% y el 25%", apunta Arsenio Cordero. El quintal castellano se pagó entre los 60 y los 85 euros, dependiendo de la calidad, que, en general, es muy buena en la zona, por encima de la media andaluza

¿La razón de esta merma de los beneficios? El incremento de los costes de mano de obra. "Antes, un corchero trabajaba en el monte, de sol a sol, quince días seguidos, dormía en el hato, un campamento provisional e itinerante, y nada más clarear, estaba de vuelta en el tajo. Era un trabajo durísimo, medieval. Hoy, afortunadamente, las condiciones laborales y los jornales han mejorado mucho y un trabajador hace ocho horas, con dos descansos, de siete de la mañana a tres de la tarde, y duerme en su casa todas las noches", explica el alcalde. Un hacha, un rajador, un corchero o un recogedor (todos los especialistas de la cuadrilla cobran lo mismo) contratado por el ayuntamiento viene a sacar unos 6.000 euros por los 50 días que dura la campaña, a razón de 120 euros el jornal: una caja de resistencia para parte del año. El salario de los arrieros, imprescindibles en un medio abrupto como el de Los Alcornocales, es caso aparte. Con ellos se negocia un precio que depende del número de quintales que transporten sus mulas y de las dificultades de acceso a cada zona. Entre nueve y doce euros pagará este año el consistorio. Los dueños de fincas particulares no llegan ni a la mitad por razones –dicen– de rentabilidad.

Amanece con bochorno un viernes de junio en el que se ha tomado una tregua el fuerte viento de levante. Arriba, en Los Barrancones, faena muy duro la cuadrilla de 30 hombres que capitanea el capataz Manuel Carrasco. Todos van protegidos por guantes y espinilleras, bajo la atenta mirada de un técnico de Egmasa. De ella forman parte su hijo Cristóbal y su padre Pedro Carrasco, de quien cuentan que es capaz de sobrevivir meses en el monte sin una navajuela. "La faena es más suave hoy, pero echo de menos el hato", confiesa con una sonrisa de oreja a oreja. Le quedan 40 días por delante.

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