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OPINIÓN. EL BOLSILLO por José Ignacio Rufino

Entre bananas y jamón 'light'

Entre los que alimentan al sistema y a la vez son arrastrados por él y los que, en el otro extremo, renuncian a las reglas y presiones de la promoción profesional al uso hay una extensa gama de grises. En esa zona intermedia se mueven los descreídos pero pragmáticos, los que desisten por salud a cuestionarse filosóficamente cada cosa a cada momento, los que nunca se han planteado nada sobre eso del sistema –cosa de raritos y paranoicos– y, en definitiva, el gran batallón de infantería: la gente normal. Permítame un par de fábulas para cada una de las dos posturas extremas.

Quizá le suene una técnica para cazar monos utilizada en Centroamérica. Se trata de poner una banana dentro de una jaula con una abertura muy pequeña, de forma que la mano del mono cabe a duras penas por ella. Cuando nuestro primo agarra la banana e intenta largarse con el botín, ve que no puede sacar la mano con la fruta: no caben las dos. Pero no suelta la banana para poder sacar sólo la mano. Se queja, se desespera, zarandea la jaula y deja de vigilar su alrededor… y en eso, los tramposos cazadores, que estaban acechantes, le echan una red encima. De esa forma, es cazado “por engorilamiento”; una metáfora del olímpico más lejos, más alto, más fuerte que ofusca el sentido de nuestra vida diaria y, dentro de ella, de la vida profesional. No queremos soltar nuestra banana: trabajo intenso, vida social intensa, ocio intenso, culturilla general intensa. E ignoramos la amplitud del bosque, obnubilados y domesticados en la competencia y el medrar. El ya añejo término yuppie es un acrónimo que representa ese tipo de actitud en la vida.

Sobre el extremo contrario, encontramos un malicioso ejemplo en el impagable último anuncio de Campofrío para la televisión. Se trata de una familia vegetariana cuyos padres parecen ejercer el rigor propio de quien viene de vuelta de excesos y despistes, e implanta alrededor suya una tiranía de costumbres de disfraz sereno y espiritual. Entre esas costumbres, la de no comer carne (cosa muy sana y muy defendible, dicho sea de paso). El chaval de la casa, ya pilosillo, armándose de valor, declara querer probar la carne, lo que hace que la madre –Torquemada de la lechuga-– convoque a la muy hippy unidad familiar en un círculo de manos entrelazadas en pos de energía positiva, en parte perdida por el kharma malo del hijo que quiere comer cadáver animal. Esta actitud alternativa casa, por su parte, con aquella actitud de contrapeso, el  downshifting, que hacía referencia a los ejecutivos que, cual Saulo de Tarso, cayeron del caballo del yuppismo y abrazaron la fe de lo pequeño, lo cercano, lo sencillo.(Por cierto y sin meter todo en el mismo saco, hay mucha gente por Internet indignada con el anuncio de marras por su guasa maniquea con los ideales vegetarianos: veganos, macrobióticos y ovolácteos; pienso que incluso amantes del solomillo al whisky  a quienes no gustan las bromitas).

Uno toma conciencia de la cantidad de personas que están resentidas con la realidad y el poder cuando gestiona un blog: la tentación de ser francotirador en la trinchera del anonimato exacerba la tendencia a ver a la mano negra detrás de todo.

La situación económica actual es fuente de malas noticias, acongojes y oscuros augurios, lo que estimula la carga de quienes hablan de “los de siempre”, “los poderosos” o “los especuladores”, principalmente desde Internet. Y hay que decir que no les falta razón a la vista de los periódicos. Esta semana, la nada  antisistema Comisión de Comercio de Materias Primas de EE.UU. afirma que nada menos que el 71 por ciento del mercado del petróleo “está en manos de especuladores”. La cifra cobra valor si la comparamos con la valoración de ese componente especulativo en 2007: sólo un 31 por ciento. O sea, que no todo es chinos e indios –ya también  detrás  de la banana– en el estratosférico precio del crudo. Están también los que saben, los que pueden, los que tienen información privilegiada, los que manejan hilos, los virgueros de los mercados de futuro. Ésos sí saben sacar la banana de la jaula.

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