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COOPERACIÓN EN MOZAMBIQUE

Una luz en la oscuridad

  • Cooperantes y miembros de ONG de Andalucía relatan cómo Mozambique sobrevive a la miseria. Una de las claves es que ha desarrollado una estrategia de lucha contra la pobreza eficaz y que hoy es un modelo

No hay una sola luz eléctrica en los 450 kilómetros de carretera que une Pemba y Nampula, en el norte de Mozambique. Los faros alumbran brevemente a los que caminan por los arcenes. Se pierden en la noche cargando sobre sus cabezas bidones de plástico, leña, racimos de pequeñas bananas. Una tropa de niños se arroja inconsciente a los escasos coches que pasan ofreciendo anacardos a los viajeros, en busca de una propina que llevar a casa. La oscuridad se traga las aldeas, media docena de chozas de adobe con tejados de paja. En su interior, las mujeres preparan las esteras para dormir sobre el suelo de tierra batida. Los hornillos de carbón prestan una pálida luz amarillenta. Es más brillante el cielo, cuajado de estrellas, que el paisaje nocturno de la vía que une dos de las ciudades del país africano.

Mozambique es uno de los seis países más pobres del mundo. En 1975, tras quince años de conflicto con Portugal, la guerrilla marxista del Frelismo puso fin a cuatro siglos de colonización. Pero el país se enfrascó de inmediato en una guerra civil entre el partido gobernante y el opositor Renamo, apoyado por Suráfrica. El experimento marxista-leninista finalizó en 1990 con una nueva Constitución y la guerra terminó dos años después. El Frelismo desde entonces ha ganado todas las elecciones, abandonando extremismos en favor de una economía fiel a las indicaciones del Fondo Monetario Internacional. Treinta años de guerra y un país arruinado les han vuelto prácticos: desde entonces casi la mitad de su presupuesto nacional procede de la ayuda de diecinueve países donantes, se benefician de programas internacionales de reducción de deuda y han tenido un crecimiento del 8% anual. Este pragmatismo económico y la estabilidad política han favorecido el desarrollo de la cooperación internacional. Es uno de los 21 países prioritarios, junto a la población saharaui y los territorios palestinos, que reciben el 70% de la ayuda bilateral española. España aportó 36 millones de euros en 2008 a Mozambique, 25 de ellos gestionados por la Agencia Española de Cooperación (Aecid).

La embajada española está en la calle Damião de Góis, humanista portugués del renacimiento y amigo de Erasmo de Rotterdam, junto a la avenida Julius Nyerere, padre del “socialismo a la africana” y primer presidente de Tanzania. Puro retrato de la convivencia entre la herencia colonial y la marea marxista de los sesenta en una zona de hermosas viviendas cuyas calles llevan el nombre de Mao Tse Tung o del dictador coreano Kim Il Jong.

Todo un ejemplo

El sevillano Juan Manuel Molina, embajador de España en Mozambique, asegura que el país es un ejemplo para la cooperación. El documento estratégico que la Aecid elabora para cada país donde se aplican mecanismos de ayuda reconoce que “Mozambique, siendo uno de los países más pobres del mundo, ha desarrollado una eficaz estrategia propia de lucha contra la pobreza. No es extraño, por tanto, que la cooperación internacional haya incrementado ininterrumpidamente su inversión”.

Quince ONG españolas trabajan en el país, casi todas con una organización local, las “contrapartes”, puesto que su objetivo es dar protagonismo a los mozambiqueños en el desarrollo de su país. De ellas, ocho han firmado convenios con la Aecid siguiendo las pautas del documento estratégico que apoya enfoques a medio y largo plazo, “que permitan a los países en desarrollo fortalecerse y hacer frente a las necesidades de sus ciudadanos de forma sostenible”, dice Miguel González Gullón, coordinador general de la cooperación española en Mozambique. Para conseguir el mayor impacto en la lucha contra la pobreza las prioridades son el apoyo a la gobernanza democrática, la mejora de la salud y educación, el desarrollo rural y las microfinanzas. Por eso “la ayuda asistencial tiende a reducirse, que no a desaparecer, a favor de la ayuda al desarrollo”, prosigue Gullón.

La cooperación mira al futuro, pero se tropieza cada día con el presente. Casi la mitad de los niños menores de cinco años están malnutridos. Uno de cada cinco no llegará a cumplir esa edad. La esperanza de vida no llega a los 40 años, y desciende cada año por la epidemia de sida que se ha cebado en África subsahariana donde viven dos tercios de la cifra mundial de enfermos. La malaria provoca el 40% de los ingresos hospitalarios. Casi el 80 % de la población vive en áreas rurales, donde no hay fácil acceso a atención sanitaria, educación o agua potable. La salud es una de las prioridades de la cooperación para romper el círculo vicioso de pobreza y enfermedad que les tiene presos, como dice Pedro Alonso, reciente Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional por sus investigaciones sobre la malaria. El centro que dirige en Manhiça, al sur de Maputo, ha recibido nueve millones de euros de ayuda española desde 1996. “Están enfermos porque son pobres, y son pobres porque están enfermos y es inmoral que Occidente vuelva la vista ante la tremenda injusticia que supone sufrir este destino sólo por el lugar del mundo donde te ha tocado nacer”, dice Alonso.

África no necesita pena

En Montepuez, a más de dos mil kilómetros de donde trabaja Alonso, el sida ha arrasado la aldea de María Francisca Antonio. Sólo han quedado ancianos y niños. “Nos asociamos hace un año para buscar una solución a nuestra vida. Tenemos que alimentar a los niños. Solos no conseguimos nada, necesitamos apoyo mutuo y ayuda del Gobierno y de otros países, pero un poco de batata, un poco de arroz no sirven para nada”, dice. La aldea en pleno se reúne hoy bajo un gran árbol y todos intervienen. “Tenemos derechos, pero nadie ha hecho nada por nosotros”, añade. Valentín Jaume continúa: “Queremos un dispensario, un técnico que nos enseñe a labrar la tierra, a conseguir alimentos. Estamos hartos de esperar, los niños están enfermos”. Hablan en macúa, la lengua local. El jefe del poblado los traduce al portugués y añade por su cuenta lo que se le ocurre. Al haber cumplido con creces más años de los que se puede esperar vivir en el país, me corresponde el honorable título de “mama” con el que el jefe me pide: “Cuente en su país lo que nos pasa, mama, aunque somos ancianos tenemos fuerzas para seguir, pero queremos un futuro mejor para nuestros hijos. Aquí sólo hay sufrimiento”.

Los niños revolotean alrededor de las cámaras digitales. Nunca han visto su cara en un espejo y se parten de risa cuando se identifican junto al amigo al que reconocen en la fotografía. Todos van descalzos, la mayoría tiene los ojos amarillentos por la malaria y muchos tienen sarna. Y una sonrisa que no les cabe en la cara. Sus mayores posan orgullosos con los útiles de labranza que les ha proporcionado la Aecid: apenas unos rastrillos, regaderas y unas carretillas, suficiente para labrar la tierra antes sin cultivar.

A los habitantes de la aldea de Alropa, a unos kilómetros, la organización local ROSA les ha enseñando a mejorar sus métodos de labranza, con el apoyo de la ONG española Ayuda en Acción. Muestran orgullosos el pequeño embalse que les garantiza agua, el bien más preciado. Una cobertura de paja protege ahora los plantones de animales y de la fiera luz solar. Bajo el árbol, de nuevo, la comunidad escucha al técnico. En una pizarra improvisada, el listado de proyectos y necesidades.

Ambas comunidades están en la provincia de Cabo Delgado, al norte del país, zona prioritaria de la cooperación española. Ayuda en Acción trabaja aquí con su organización matriz Action Aid. La coordinadora local, Hilda Silva, es incansable. Conduce temerariamente por los carriles de tierra que se inundarán cuando lleguen las lluvias y visita cada proyecto. Escucha sus peticiones y les orienta en la reclamación de sus derechos. Sobre todo los de las niñas, frecuentes víctimas de abuso sexual en las escuelas, y las mujeres que como en toda África sostienen el país.

Desarrollo frente a ayuda. Ello exige el fomento de las asociaciones de ciudadanos y la participación ante la administración local. El Gobierno ha descentralizado parte del presupuesto en los 230 distritos del país, pero no siempre las inversiones cubren las necesidades de la gente. Paulo Silva, coordinador nacional de Action Aid cuenta: “algún administrador comienza por plantar césped en su residencia y comprarse una bonita mesa de reuniones. Tenemos que explicarles que hay que dar una utilidad a esa mesa, que tienen que reunirse a resolver los problemas”. Este brasileño de rostro agotado, que dice que no supo lo que era el SIDA hasta que vino aquí, insiste en que “África no necesita pena, sino solidaridad”.

Las ONG se enfrentan también a la inexperiencia y la falta de formación en las organizaciones locales. Asuntos triviales como emitir una factura, llevar las cuentas, no son moneda corriente. Celia Peñas, la auditora de Ayuda en Acción, sudaba, y no por el calor, controlando las cuentas de los proyectos que esta ONG tiene en el país. “¿Cómo vamos a exigir la factura de un bocadillo a gente que no sabe leer ?”, se queja.

El control de la ayuda internacional es una prioridad para los donantes. “Hacemos grandes esfuerzos, dice Gullón, para garantizar la transparencia y la lucha contra la corrupción en el uso de fondos de cooperación. Es uno de nuestros grandes desafíos y también el de los propios países en desarrollo”. Sin duda: el desvío en Congo de 1.300 millones de dólares procedentes de la ayuda al desarrollo y el procesamiento por corrupción de la mujer del ex presidente de Zambia fueron esa semana portada del diario local Savana.

Ayuda en Acción tiene en Mozambique dos proyectos financiados totalmente por andaluces. En Boane, al sur, la Fundación Obra Social de Cajasol ha ayudado con casi 44 mil euros a un grupo de mujeres viudas con sida. Les ha proporcionado cuatro hectáreas en aparcería, capacitación y herramientas agrícolas para obtener alimentos. Es uno de los cuatro proyectos que apoya la Caja andaluza en África y que han beneficiado este año a catorce mil personas con una ayuda de 190.000 euros. El resto de su ayuda fue a seis países de América Latina, con más de 415.000 euros y una población atendida de 15.418 personas.

El otro proyecto andaluz de la ONG está en la provincia norteña de Tete y ha permitido comprar el mobiliario de una escuela. La Asociación Horizonte, compuesta por mujeres de Villaverde del Río (Sevilla) donó los 3.000 euros que obtuvo con un mercadillo artesanal. “Queríamos ayudar a mujeres con sida en África, y nos pusimos en contacto con Ayuda en Acción. Nos propusieron varios proyectos y elegimos el de la escuela porque es una ayuda directa. Todas aportamos algo hecho por nosotras”, cuenta Pastora Aldana su presidenta. Los chiquillos que hoy se sientan muy formales en los pupitres nunca han visto los famosos flecos de los mantones sevillanos pero ya saben donde se hacen. “Vinieron de Mozambique a explicarnos el proyecto y para nosotras fue tanta la ilusión de ver cómo podíamos ayudar, que este año queremos seguir y animar a todo el mundo a que se implique un poco más. Si desde una asociación de pueblo hemos podido, entre todos podemos conseguir muchísimo”, añade.

¡ Turistas!

Sólo se puede llegar a Ibo en avioneta o en un ferry que puede tardar dos días, dependiendo de las mareas. Es una de las 36 islas del Parque Nacional de las Quirimbas, al norte del país, patrimonio natural por su belleza y diversidad marina. El millonario árabe Adel Aujan ha ocupado ya algunas de ellas con una cadena de hoteles de lujo, pero Ibo, que fue un centro importante del comercio de esclavos, se mantiene casi igual desde que los portugueses la abandonaron.

La pequeña avioneta ronronea tomando tierra en un sembrado que cruzan tranquilamente las mujeres con su carga de leña en la cabeza. “¡Turistas!”, exclama Mohammed, y echa a correr desde su cabaña para llegar el primero, en busca de la propina por transportar las maletas hasta el pueblo. No hay coches en Ibo. Tampoco luz eléctrica. Un generador funciona tres horas al día en los dos pequeños hoteles de la isla que cuenta con un bello conjunto arquitectónico y tres fortalezas del siglo XV en sus calles de arena blanca donde el tiempo se ha detenido. Aquí vive Isabel Martínez, una abogada sevillana, que con su marido, Luis Herrero, aparejador malagueño, son los responsables de la Fundación Ibo que promueve en la isla un proyecto de turismo y recuperación de su rico patrimonio arquitectónico. Para ello ha creado una escuela de carpintería, está construyendo un hotel y mejorando las infraestructuras de saneamiento. También tienen un programa de nutrición infantil. Hoy Luis está en la selva, obteniendo madera para las cuadernas de un barco para los futuros turistas. La Fundación está compuesta por profesionales y empresarios, casi todos procedentes de la Escuela de Negocios de la IESE, que han visto claras las posibilidades de desarrollo turístico de la isla. Isabel, que lleva aquí tres años, reconoce que en este tipo de cooperación la ayuda es mutua. Para los locales es la oportunidad de asegurarse un futuro más allá de la ayuda ocasional. Para los promotores, una oportunidad de negocio. Todos ganan.

Mohammed ríe abiertamente con el comentario de un vecino que le ve cargando bolsas de equipaje.

–¿Qué te ha dicho, Mohammed?

–Que hoy comemos en mi casa.

Y se va tan contento mostrando su sonrisa desdentada. Hoy ha sido él quien ha ganado.

Una herida en el corazón

Tony Blair, el anterior primer ministro británico, dijo en el Informe de la Comisión que presidió en 2005 que África es “ una herida en el corazón” y propuso triplicar en 2015 la cifra anual – 25.000 millones de dólares– que los países ricos destinan cada año a África como ayuda al desarrollo. Parece mucho dinero, pero la mayoría no llega al 0,7% de su renta nacional bruta, uno de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio. Sólo cinco países destinan esta cantidad: Noruega, Suecia, Luxemburgo, Dinamarca y Holanda. España es el séptimo donante mundial, dedicando un 0,41% de su RNB. Para la anulación de la deuda que África tiene con Occidente pidió reformas políticas y el control exterior de la aplicación de estos recursos. Nada se dijo de la deuda moral con África por los quince millones de personas que sobrevivieron en tres siglos de esclavitud a las batidas que acabaron con una cifra diez veces superior de africanos.

En la Ilha de Mozambique, antigua capital del país, un jardín recuerda esos millones de personas en lo que fue la casa de una familia secuestrada por los negreros. A unos pasos, la hermana Antonia, franciscana y almeriense, regenta un orfanato donde cada día comen 100 niños. Viven de donaciones particulares, como los que se alojan en la Casa do Gaiato, cerca de Maputo, donde pasó las pasadas navidades el embajador español. “Nos estamos quedando sin amigos”, bromea desde Cádiz la presidenta de la Fundación Mozambique Sur, Blanca de la Cámara. Ellos gestionan la casa y un programa de desarrollo en seis aldeas en los distritos de Boane y Namaacha. La generosidad de amigos y empresas mantiene estos proyectos que intentan ir más allá de la ayuda asistencial, pero que siempre se ven desbordados por las necesidades urgentes. Saben que no son más que una luz que alumbra “el continente oscuro”, como llamó a África Henry M. Stanley, el que consiguió encontrar al doctor Livingstone.

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