Betis - Sevilla

El ambiente: La arritmia de los decibelios en un repleto Heliópolis

Fueron 728 días sin los sonidos de un derbi, casi dos años, que se cumplirán este miércoles, cuando los sevillistas aún disfrutarán del triunfo y los béticos aún rumiarán la decepción. Ganó el que jugó mejor, o el que jugó menos mal, en un duelo de máxima rivalidad en el que decepcionó a sus fieles el Betis de Pellegrini, demasiado contemplativo, demasiado desleal a su apuesta alegre y ofensiva, ante el Sevilla de Lopetegui, que se acomodó perfectamente al fútbol control al que lo invitaron su archirrival y la dura derrota ante el Lille, del que dijeron que debían aprender la lección de no desbocar los partidos. Y no, no fue un derbi desbocado, aunque sí tuvo sus dosis de polémica.

El derbi vino a ratificar la normalidad según Sevilla, una ciudad que, antes de esa desunión visceral y balompédica inherente a su esencia, ya se había unido por lo que más la une: su irrenunciable pulsión cofradiera, que cobró la mejor de las formas con la santa misión del Gran Poder que llevó a la gran devoción de San Lorenzo a los barrios más menesterosos, tanto en lo crematístico como en cuestiones que en otros lares se soslayan, lo espiritual, los vínculos emocionales, el arraigo. Lo que unió el Gran Poder, de forma multitudinaria en un evento histórico digno de un profundo estudio antropológico –para el que no conozca la ciudad, claro–, lo desunió el derbi. Así es Sevilla.

Las mismas personas que se arremolinaron al conjuro de la emoción compartida, incluso hombro con hombro portando a la portentosa imagen de Juan de Mesa, se dividieron sentimentalmente en ese otro factor al que tampoco es capaz de escapar la ciudad, el fútbol, con los dos equipos además en lo alto de la clasificación liguera, para darle más empaque a esta esperadísima vuelta a los partidos de máxima rivalidad con público, 728 días después de aquel 10 de noviembre de 2019 en el que, también en Heliópolis, se vivió con esa pasión incontenible, tanto de los miles de espectadores presentes como en los que sufrieron el nerviosismo en sus hogares.

Las emociones comenzaron por la mañana y se desarrollaron a lo largo de una larguísima jornada de nerviosera. Desde Nervión intentaron insuflar ánimos centenares de hinchas que recibieron y despidieron a la expedición sevillista desde que se concentró en su habitual lugar de vela. En Heliópolis, el ambiente se palpaba desde muchas horas antes, con ese corazón palpitante que es la calle Tajo. Cada cual se preparaba por dentro, anímicamente, y por fuera, sobre todo aquellos que acudieron al estadio heliopolitano. Era noche de bocata, bufanda y abrigo, que noviembre ya entró de verdad en el calendario otoñal.

Y desde ambas aceras, los ánimos, los cánticos... y los insultos, claro. Volvió a sonar el himno del Betis cantado por la afición verdiblanca atronador. Nunca suena tan al unísono y fortísimo como en un derbi. La normalidad es la normalidad en su más vasta extensión y la convivencia visceral impele al exabrupto, por mucho que los mensajes desde las partes inviten siempre a la mesura y la deportividad. Esto es fútbol, por más que quiera domesticarlo LaLiga, y la hermandad sin mácula ya quedó atrás con la extraordinaria manifestación devocional y social del Gran Poder.

Los decibelios tuvieron la arritmia que marcaron las contingencias del partido: un gol anulado justamente a Bellerín y un gol en propia puerta del propio Bellerín con dudosa posición de Montiel. Los primeros ¡huys! locales fueron una promesa incumplida. La expulsión de Guido Rodríguez, que había comprado varios boletos, terminó de enfriar a la grada local. A 10 grados de temperatura, las bufandas cumplían su función original antes que su función simbólica y de animación, salvo en esa comunión verdiblanca inicial y en los momentos en los que los 600 sevillistas presentes replicaban a la abrumadora mayoría local: sonó claro, aun más piano, el himno del Sevilla.

Hubo 50.534 espectadores, casi 50.000 béticos que se resignaron a otra derrota con un significado doloroso por las altísimas expectativas que había en el nuevo Betis de Pellegrini para cambiar la dinámica de los derbis. No fue así, en el cómputo global, los sevillistas decantaron hacia su lado los partidos de la máxima rivalidad en el campo del Betis: 23 triunfos locales, 21 empates... y 24 visitantes en el total de partidos jugados en Heliópolis. La normalidad también trajo la actualización de las frías estadísticas en la fría noche hispalense. Y la normalidad de los debates futboleros durará dos semanas de parón. Para felicidad sevillista y escarnio bético.

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