Implantado el techo del límite salarial que hace que los ricos sean más ricos y los pobres más tiesos de lo que en realidad son, al Betis se le viene encima un chaparrón de aúpa. Una serie de quebraderos de cabeza que sólo puede evitarse mediante una venta de activos que debilitaría el plantel o que los resultados en la cancha sean tan espectaculares como poco probables. Y en esta hora me acuerdo de un ciudadano llamado Enrique Setién.

Se está propagando que el potencial económico del Real Betis Balompié había bajado hasta los inasumibles límites de 2017. Y ese fue el año en que llegó al club nuevamente el gran Lorenzo Serra, el hombre milagro con silbato y chándal que venía a reeditar hazañas ahora en moqueta y con teléfono. Pero se obvia que a la misma vez arribó al club Quique Setién para la misión que antaño realizaba el balear, que no era otra que la de enfundarse el chándal de entrenamiento.

Ambos colisionaron desde el minuto uno, desde que el cántabro desairó al balear por preferir a Mandi antes que a Pezzella. Luego evitó Setién que Fabián se fuese al Barça B por la módica cantidad de un millón de euros. Agua pasada, claro, pero también es agua pasada la revalorización del plantel. Tanta que los traspasos del propio Fabián y luego de Júnior y de Pau López y Europa fueron el combustible que permitió que el Betis navegase con un límite salarial asumible.

Hoy siguen las medias verdades, que en realidad son dobles mentiras, y se obvia lo que Setién produjo para bien del Real Betis Balompié. A Dios gracias, hoy cuenta el Betis con un entrenador contrastado y, sobre todo, más impermeable que Setién, pero se debería analizar la historia con más rigurosidad y poner a cada uno en su sitio. La vida y el Betis continúan y las cosas son como son, pero ya está bien de contar lo que pasó como si fuera una historia de héroes y villanos.