Ser el hijo menor: cómo te condiciona psicológicamente asumir siempre el papel de sociable en la familia
Según Sigmund Freud, el padre espera que este hijo sea una prolongación suya aliviando las heridas narcisistas
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Aunque todas las familias son diferentes es cierto que, los patrones se repiten. Cada miembro ocupa un lugar único que influye en su desarrollo personal, en su forma de relacionarse con los demás y en la manera en que percibe el mundo. Entre todos los roles, el del hijo pequeño ha sido objeto de especial interés por parte de la psicología y la sociología, ya que su posición dentro del orden de nacimiento le otorga características particulares. Ser el menor de la familia no solo significa llegar después de los demás, sino también crecer en un entorno ya formado, con reglas, costumbres y afectos previamente establecidos.
El hijo pequeño suele ser percibido como el “bebé” del hogar, incluso cuando ya ha alcanzado la adolescencia o la adultez. Esta percepción se debe, en parte, a la tendencia de los padres y hermanos mayores a sobreprotegerlo, ya que es el último en llegar y, por lo tanto, el más vulnerable durante la infancia.
Esta protección puede brindarle una sensación de seguridad y apoyo constante, pero también puede generar cierta dependencia emocional o dificultades para asumir responsabilidades por sí mismo. Sin embargo, el hijo menor también aprende a desenvolverse en un ambiente donde los demás ya han experimentado distintas etapas de la vida, lo que le permite observar, aprender y adaptarse con rapidez.
Desde un punto de vista psicológico, el hijo pequeño suele desarrollar una personalidad más sociable, creativa y persuasiva. Al crecer rodeado de personas mayores, aprende a llamar la atención mediante el humor, la simpatía o la negociación, más que mediante la autoridad.
Esto lo convierte, muchas veces, en un excelente mediador dentro del hogar y en un individuo capaz de adaptarse fácilmente a distintos contextos sociales. No obstante, esta misma búsqueda de atención puede derivar, en algunos casos, en una cierta tendencia al egocentrismo o en la necesidad constante de aprobación.
El menor puede desempeñar un papel unificador. Su presencia introduce frescura, alegría y renovación en la rutina familiar. Los padres suelen sentirse rejuvenecidos ante su llegada y los hermanos mayores, aunque puedan experimentar celos o rivalidad, terminan desarrollando hacia él un sentimiento de ternura y responsabilidad. El pequeño se convierte así en un punto de conexión emocional entre los miembros de la familia, un recordatorio constante del cariño y del paso del tiempo.
Por otro lado, el hijo pequeño también enfrenta desafíos particulares. A menudo se le subestima o se le excluye de ciertas decisiones bajo el argumento de que es demasiado joven. Esto puede generar frustración o una sensación de inferioridad frente a sus hermanos. Además, cuando los mayores abandonan el hogar, el menor puede experimentar soledad o un exceso de atención parental que limita su independencia.
Según Sigmun Freud, el hijo menor se identifica más con el padre. El progenitor espera que sea una prolongación de este. Sin duda, es una forma de aliviar las heridas narcisista de su antecesor. Normalmente, cuestiona las tradiciones y no se vincula con nada.
Referencias bibliográficas:
- Pros y contras de ser el hijo pequeño: https://lamenteesmaravillosa.com/pros-contras-ser-hijo-menor/
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