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Sanidad

Algo más que humo

Alfonso Pedrosa Elbal

El BOE del último día del año traía una nueva ley firmada por el Rey: la 42/2010, que venía a modificar una parte del articulado de la 28/2005; en plata, la nueva ley del tabaco. O antitabaco. O sobre la prohibición del consumo de tabaco en espacios públicos. Para los colectivos más beligerantes con el tabaquismo, la fecha de entrada en vigor de la nueva normativa es una suerte de día de la libertad. Para los colectivos más beligerantes con la prohibición, una intromisión del Gran Hermano estatal en la vida de la gente. La propuesta de modificación de la antigua ley contó en junio con la unanimidad del Congreso de los Diputados. Los meses restantes hasta la publicación del nuevo texto fueron protagonizados por los debates políticos de detalle, salvo, quizá, el chirrido de la negativa del Gobierno a compensar a los hosteleros que hicieron obras para crear espacios de fumadores el año pasado y que ahora no sirven para nada. En la calle, el debate social se quedó donde estaba. Todo el mundo sabe que fumar es malo y que Hacienda recauda impuestos con su consumo. Todo el mundo entiende que los fumadores pasivos no tienen por qué intoxicarse con el humo del tabaco. En la periferia argumental del asunto se podrán aducir motivos (a favor de la reforma legislativa) de alineamiento de la secularmente atrasada España con algunos de los países más avanzados (vale decir, restrictivos) de Europa o de veleidades reglamentistas con tufo totalitario (en contra). Pero, en el fondo, adictos a la nicotina y denostadores de su consumo ven la reducción progresiva del territorio social de la comunidad de fumadores de tabaco como un proceso, hoy por hoy, imparable. La ley de Pajín, como su antecesora, la ley de Salgado, no es tan rompedora como cabría deducir del ruido que puedan originar algunas resistencias a su aplicación y como les gustaría a sus proponentes. Porque fumar ya no es un valor social. Quizá se mantenga como costumbre privada, privadísima, pero fumar ya no es una marca de identidad socialmente en alza. El tabaco empieza a oler a clandestinidad, a margen. Lo que plantea, de este modo, un nuevo desafío, desde el punto de vista de los mensajes de salud pública: cómo desactivar la fascinación humana por el lado oscuro y sus promesas. Especialmente entre los más jóvenes, los menos informados y los más pobres. Y para eso, legislar no basta.

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