El Palquillo

Jirones de primavera

  • Las tardes de los domingos de cuaresma se prestan a un recorrido donde la devoción se concreta en un beso. Conciertos y vía crucis completan la agenda de los fines de semana.

El besapié del Calvario es una magnífica oportunidad para contemplar de cerca la belleza de este Crucificado.

El besapié del Calvario es una magnífica oportunidad para contemplar de cerca la belleza de este Crucificado. / juan carlos vázquez

Hay sevillanos que en las ociosas tardes de domingo se preparan un recorrido para ir de templo en templo. Una especie de vía crucis con estación ante los altares efímeros. La temperatura invita a ello. De Triana a Los Remedios. Del Arenal a la Alfalfa. Devotos y curiosos (con preferencia masculina) que se cruzan una ciudad de punta a punta para contemplar de cerca las sagradas imágenes y todo el aparato estético que las rodea. Eruditos priosteriles. Se saben la agenda de memoria. De año a año retienen los cultos de cada domingo cuaresmal. La de este día está bastante completa. Más de una quincena (con vía crucis incluido), por lo que conviene seleccionar.

El recorrido empieza con el Nazareno de la calle Castilla, el de la tierna mirada. En las inmediaciones del Altozano hay gente que aún no ha acabado el almuerzo y otros que se han pasado directamente a la copa de balón. San Jacinto, visto desde lo alto del puente, es un mar de cabezas. Cartel de no hay billetes en los veladores. No queda ninguno libre. Transitar por el tramo peatonal es un ensayo de bulla cofradiera. Roces por todos lados y algún que otro ciclista que pide la venia. El sol, que alarga su puesta por el Aljarafe, obliga a agachar la mirada. Sobre el acerado, la huella del traslado que efectuó por la mañana la Estrella.

Hay quienes aún permanecen con el traje de la función matinal. Llegar a ella resultó una proeza. El Maratón estrangulaba el centro. La chaqueta y la corbata salen del ángulo oscuro del armario donde permanecieron guardadas todo el año, hasta que el arpa de los quinarios y septenarios los fue rescatando del olvido. En esta variedad de público también hay músicos de corbata desanudada que regresan de un concierto. Paisaje de cuaresma en Los Remedios, donde mirar de cerca a la Virgen de la Victoria es el postre más exquisito para los paladares exigentes.

La tarde llega hasta el Arenal y se difumina en el centro. En este recorrido de quienes desean gastar suela de zapato hay de todo y para todos los gustos. En algún que otro templo debe andarse con mucho tiento. El triunfo de la oscuridad incluye el riesgo de caída. Un tenebrismo barroco que no casa bien con el equilibrio humano. También hay colas, sinónimo de éxito en tierra hispalense. En la capilla del Baratillo llegaba hasta la calle Antonia Díaz. Los turistas se acercan sin saber muy bien qué ocurre en el recoleto templo. Mochilas y maletas salen de los apartamentos de quienes disfrutaron de una escapada (a bajo coste) en la capital andaluza.

Pasar por la Alfalfa es recordar la ausencia del horno con nombre de santo. Es tan apretada la agenda de este día que ni tiempo ha habido de probar una torrija. En San Nicolás se reposan los pies mientras se contempla al bello Nazareno de la Candelaria.

La tarde ensancha sus costuras. Son las siete y media y aún el cielo mantiene algún resquicio de luz. Es el momento perfecto para acudir a la Magdalena. El domingo se escapa entre los brazos abiertos del Calvario. Con qué poco se dice tanto. Y ahí, en esa verdad que no requiere de mayor parafernalia, surge, sin previo aviso, la oración cierta.

En Montserrat se escuchan saetas y sones de banda. Por el entorno del Museo la noche se pinta sola. Vía crucis del Santo Entierro. Oportunidad para contemplar de cerca esta magnífica talla. El gaznate aprieta y se antoja una cerveza. No sólo de rezos vive el capillita.

Y sin esperarlo, el domingo sorprende en su última chicotá. Un naranjo apunta al blanco del que hará gala en breve. Jirones de primavera.

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