Como yo ahora ante el papel en blanco. ¿Qué podemos escribir? La vida nos ha puesto en una situación inimaginable. Lo que iba a ser el desierto anual de la Cuaresma, el apartarse para reflexionar, tiempo de cambiar, se ha convertido en un puro desierto existencial. Desierto y confinamiento. La noticia de la suspensión de las estaciones de penitencia nos ha sacado, de un bofetón, de la Cuaresma y nos ha metido, de golpe, en el vacío que sentimos cada Sábado Santo. No me refiero a la melancolía que nos ronda cuando vemos la última cofradía recogerse tras las puertas de su templo, no. El vacío del Sábado Santo es el de la nada, el que uno sabe que lo mejor está por llegar, pero hoy no. Hoy toca el frío de la ausencia. Sevilla es sabia y, al menos, nos regaló antes de la hecatombe un tempranero azahar. Difícilmente podíamos entender que esa flor blanca a destiempo que regaba nuestro suelo febrerino, no era otra cosa que las lágrimas de nuestra ciudad por lo que venía. Pero esta es una tierra que sabe superarse. No tendremos el encuentro con nosotros mismos, con nuestra memoria, con nuestro pasado y con nuestro futuro que supone cada Semana Santa en Sevilla.

Esta situación de vacío puede ser buena para también meter en cuarentena a nuestra Semana Mayor, y cuando diagnostiquemos los virus que la asolan, poder administrarle una vacuna que nos la devuelva radiante y auténtica. Es tiempo de repensarnos. Superaremos ésta, como superamos tantas otras (el Santo Cristo de San Agustín, al que le rezan los cofrades de San Roque antes de su estación penitencial, sabe del tema). Volveremos. Nuestra resurrección se dará el día que crucemos de nuevo las puertas de nuestros templos (¿quién nos descorrerá la piedra?) y nos reencontremos con nuestras devociones. Entonces, por un breve momento, será Semana Santa y todo se acrisolará en el fugaz instante del reencuentro. Venceremos. Sevilla se pondrá guapa de nuevo, y saldremos al mundo dando lo mejor que tenemos. Y esto no será más que un mal sueño de primavera.