Cuaresming

Magis Santo

  • El día aúna la fuerza de la juventud y de la modernidad con la persistencia de nuestras costumbres

La Virgen del Dulce Nombre entra en la calle Cardenal Spínola en la tarde del Martes Santo.

La Virgen del Dulce Nombre entra en la calle Cardenal Spínola en la tarde del Martes Santo. / Juan Carlos Vázquez

EL Martes Santo es jesuita. San Francisco Javier nació un Martes Santo y eso imprime carácter. Aquel que predicó la Buena Noticia hasta confines nunca vistos, inspira este día que ha roto las costuras de nuestra Semana Mayor. Jornada creada en el siglo XX, atesora la esencia de la tradición y modernidad. El Martes Santo le dice a nuestra sociedad que no somos un rito obsoleto o antiguo, sino que somos la pujante Iglesia de vanguardia que va a las periferias cual Sanfranciscosjavieres llevando la Palabra de Dios allá donde sea necesaria.

Este día aúna la fuerza de la juventud y de la modernidad con la persistencia de nuestras costumbres. Este año conmemoramos cinco siglos de la conversión radical a Cristo de San Ignacio, y su brío ha inundado el día: espíritu valiente, misionero y evangelizador. Mirada nueva y atrevida sobre la misma realidad que conocemos. Esa ha sido la gran aportación del Martes Santo, y lo sigue siendo. Cofradías audaces y entregadas, actuales y renovadoras de una tradición heredada y asumida. Ese “ver nuevas todas las cosas en Cristo” que predicaba el santo de Loyola se ve en la joven y jesuítica mirada de los Javieres desde Omnium Santorum, en una Hermandad que, día a día, renueva lo antiguo haciéndolo nuevo, uniendo hombres, mujeres, jóvenes y niños en un espíritu común de fe y evangelización.

Como jesuita es también la sombra inerte del ciprés de la Universidad, baluarte y emblema. No es la Fama el sello de la Universidad sino este Cristo jesuita que, de la bruma del olvido, resurgió joven y actual entre sus estudiantes. Entrega de juventud, pescador incesante de vocaciones que con sus brazos abiertos siempre te echa las redes para que te entregues a Él. Y revolución. Cincuenta veces llevado por hermanos costaleros, otra innovación del Martes Santo, que descubrió que también se puede ser devoto bajo la trabajadera y rezar llevando al Señor. Para quien abomine de la idea, los costaleros son una bendición, un ejemplo de fe y fervor, de compañerismo y entrega, de compartir y hacer Hermandad. Todo lo demás es perversión de una gran idea, como tantas cosas que pierden su sentido en nuestros días, pero no por ello dejan de ser grandes ideas. Habla San Ignacio en sus ejercicios del fundamento y principio, verdad de la cual se deriva todo lo demás. Fundamento que es lo que permanece, como Santa Cruz y los nazarenos que comenzaron como uno solo esta jornada en la que ahora procesionan miles. Fecundidad de Misericordias enraizada en lo más clásico de nuestra Semana Mayor. Sobre Santa Cruz se asentó la roca firme de este día que se tiñe de negro en tres puntos distintos (Centro, Feria y Universidad). Otro principio Ignaciano es el abandono en Dios, no como un abandono huérfano, al contrario, abandono confiado aun sintiendo el desamparo, como lo sienten en el Cerro.

Tiene mucho que ver con los Dolores de su Madre que vienen siempre a socorrernos y que vela por su barrio y por su Hermandad. Queremos lo que Ella quiera, porque todo un barrio le pertenece, en la confianza que estamos en las mejores manos y que nos encontraremos con el rostro de Dios en Ella. O dejar a Dios la iniciativa, cuando por la Calzá nos enseñan en tarde de Presentación, huérfana hoy de trovador, pero radiante de corazones que empujan la cofradía más numerosa del día. He aquí el Hombre, que derrama su Sangre por nosotros en tarde de morados y fiesta de barrio. Reencuentros familiares y añoranzas por los que se fueron. De fe vivida y sentida a lo largo de los siglos.

O querer lo que Dios quiera, que en San Esteban aceptan aliviando el desamparo del Cristo vejado, aferrado a la ventana de su tristeza, que siempre está de guardia para acompañarnos en el viaje de nuestras vidas y sueños. O Porque a Dios todo pertenece, como la Virgen de la Candelaria que hace suyos los jardines, la que transforma la noche en día solamente con su presencia y su alegría.

Todo ello ad maiorem Dei gloriam, porque lo que uno tiene claro tras ver un Martes Santo, es que toda la gloria del Dios que recibe una bofetada reside en los ojos de la Virgen del Dulce Nombre. Martes de magis ignaciano, más. Es la esencia jesuítica que impregna nuestro Martes Santo. Magis. Más y mejor cada año. Más exigidos, más hermanos, más sevillanos, cofrades y cristianos. Más.

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