El Evangelio de la Alegría
Santa paciencia
El costalero interino. Microrrelatos de Semana Santa
Los nazarenos transcurren lentos, solemnes, cadenciosos, aburridos. El niño ya se ha comido el bocadillo y se ha adelantado tres veces para pedir cera, caramelos y estampitas. Ha repasado encima de él su colección entera. La madre le dice que no se baje más, que ahí encaramado, en el mismo regazo del abuelete, es donde mejor puede verlo. A su lado, dos señoras comentan con la mirada la paliza que le está dando al pobre viejo.
Pero el viejo no se da por aludido. Es un monumento a la paciencia. No se mueve, aguanta los pisotones y los cambios de postura del chaval. Sus manos churretosas de caramelo, dejando un rastro inconfundible en su ropa, brillante de tan desgastada. También parece inmune a sus preguntas. ¿Y esas manchas blancas? ¿Y esa virgencita que tienes ahí? Anda que te has buscado un mal sitio para verla. ¿Tú sabes cuánto le queda al paso?
Y el viejo, por un momento, se acuerda de Don Gonzalo de Ulloa, aquel de la comedia de Tirso, el convidado de piedra, que respondió a las bravas a las insensateces de un chaval solo un poco mayor que el que ahora le está quitando la vista y casi las ganas. Pero —suspira por dentro— él es de bronce, no de piedra, y en Semana Santa llamarse Martínez Montañés implica cierta responsabilidad.
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