La Campana

Volver a la Madrugada

  • La Madrugada es lo más frágil de la Semana Santa, y ha padecido incidentes lamentables en el siglo XXI

  • Esos puntos negros no han conseguido mancillar su pureza ni su gloria

La Virgen de la Esperanza en la noche del Viernes Santo.

La Virgen de la Esperanza en la noche del Viernes Santo. / Juan Carlos Vázquez

EN su Pregón de la Semana Santa de 2022, Julio Cuesta Domínguez remataba la faena con unos versos en los que dijo: “Y al ver las calles mecidas/ en palios, en canastillas/ de pasión, de amor, de anhelos/ contemplen cómo a Sevilla, /Dios le ha dado la gracia/ de convertirla en su cielo”. Esa percepción de Sevilla como cielo, o como paraíso terrenal, alcanza la plasmación perfecta en las largas horas que discurren desde la tarde del Jueves Santo hasta la Madrugada, con su epílogo de la mañana del Viernes Santo. Si hubiera que elegir lo más popular de la Semana Santa, sin duda la inmensa mayoría de los sevillanos, y de los que acuden a la ciudad, optarían por la Madrugada.

Hoy volveremos a tener la Madrugada más larga y emotiva, después de las dos interrupciones que nos dejó la pandemia. Este año se la espera con una emoción más intensa si es posible. Volver a ese prodigio en unos momentos difíciles, con el compromiso de preservar un tesoro de fe en lo que vale, como desde hace muchos años se ha vivido, en la sutileza del reencuentro con tantas queridas devociones sevillanas y universales.

¿Y qué diferencia a la Madrugada de los demás días de la Semana Santa? A esa pregunta se podría contestar con muchas respuestas. Para empezar, están las horas, que se inician en la medianoche, esa frontera entre el Jueves y el Viernes Santo, que es la noche de Jesús, la noche de la Pasión, la noche en que cantó el gallo para alertar de su muerte cercana y del abandono de sus discípulos. La noche con su oscuridad del alma, que incluye horas densas e intensas, con el cansancio de los cuerpos pugnando con la emoción del espíritu, con las tentaciones malignas de los necios y los enemigos que se agazapan entre las sombras, o que se burlan de ese amor que se prodiga a manos llenas. Noche entre el silencio, el poder de Dios, la tragedia del Calvario, la salud, las angustias y la infinita esperanza. Horas oscuras que se disuelven al llegar el día, en un rompeolas humano que acabará con las tinieblas al levantarse la aurora.

La Madrugada es diferente porque salen las devociones más universales de Sevilla (no todas, hay muchas más), imágenes que son referentes para la fe en Sevilla, y que se extienden por Andalucía, España y la Humanidad. El Gran Poder y la Macarena reúnen devotos por todo el mundo, son las dos imágenes que más devoción despiertan lejos de la ciudad. El Gran Poder es el Señor de Sevilla. La Esperanza Macarena es la Virgen de Sevilla. También la Esperanza de Triana es una devoción universal, y engloba el amor mariano de la otra orilla del río, la trianera, sin la cual nada se entiende. Como lo son el Señor de la Salud y la Virgen de las Angustias para el pueblo gitano, con el que se identifican muchos marginados, que hallan consuelo en sus devociones. El Silencio es la madre y maestra de las cofradías, una referencia para los nazarenos que siguen a Jesús Nazareno y a la Virgen de la Concepción, la Dolorosa que resume los amores concepcionistas de Sevilla. Y el Calvario es el dolor profundo de Cristo muerto en la cruz, como otra clemencia del Cristo montañesino, que despierta una visión evocadora entre los cuatro hachones de su paso.

Seis cofradías que han tenido muchos devotos desde que se fundaron, y a través de los siglos. En los últimos años han contado con una explosión de nazarenos, otra de las causas diferenciales de la Madrugada. Ningún día salen tantos nazarenos en seis cofradías. Las estimaciones apuntan que suman cerca de 15.000 nazarenos en el total de sus cortejos, si se cumplen las previsiones. Una penitencia larga, que por momentos se hará infinita, y que debe discurrir por la carrera oficial en un intervalo de pocas horas, en un tramo acotado desde la noche al día.

Y no es sólo la cantidad, la frialdad de las cifras. Esos cuerpos de nazarenos de la Madrugada se nutren de devotos incondicionales con muchas sensibilidades. Algunos sólo pertenecen y salen en su cofradía, la que colma sus devociones. Pero también hay nazarenos que salen otros días, además de la Madrugada. Y asimismo hermanos que llegan de otras poblaciones de la provincia de Sevilla y del resto de Andalucía, donde quizá también son nazarenos otros días, pero nunca dejarían de venir para acompañar a sus devociones sevillanas de la Madrugada. Y del resto de España, de cualquier lugar, incluso algunos que residen en el extranjero y vuelven por Semana Santa, o que son extranjeros y se enamoraron de Sevilla y aquí enraizaron su fe.

La Madrugada es diferente. Porque no puede ser explicada a través de los tópicos. Porque nadie conoce la verdadera profundidad de su esencia. Porque ha sido cincelada por el tiempo, que define una orfebrería delicada de piedad, donde el amor se posa en una zancada que invita a seguirlo, en una lágrima que nos humedece el alma, y que no es humana, sino divina. Porque el tiempo se desvanece y ya no existen las horas. Porque tampoco los momentos vividos son iguales que ese presente que se nos escapa de las manos y se transformará en recuerdo.

La Madrugada desemboca en la mañana del Viernes Santo. En las horas nocturnas salieron tres cofradías de ruán negro y tres de capas. Tres cofradías de silencio y tres de músicas alegres. Tres cofradías que ponían el acento en la Pasión y Muerte de Jesús. Y tres que también lo ponen, pero se difuminan por el brillo de la Vida. Cuando llega la mañana del Viernes Santo, hay más luz. Sevilla se viste plena y totalmente de luz. La ciudad se deja llevar por el río de las plumas blancas de los armaos por calle Parra pregonando la Esperanza de los macarenos. La ciudad se asoma al río verdadero que contempla los capirotes verdes de Triana por el puente. La ciudad encauza otro río de amores gitanos, que le cantan saetas al Señor de la Salud por la Puerta Osario.

La Madrugada es diferente, porque no puede haber otra igual, ni jamás la hubo. Sólo entonces descubrimos que el cielo bajó a Sevilla durante unas horas.

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