En cada lágrima

El abrazo partido

Nos ha secuestrado esta gravísima crisis humanitaria el paisaje emocional. Nos faltarán en esa papeleta de sitio que no marcará un nuevo año, abrazos y reencuentros que solo nos son dados en este tiempo de gracia, tan extraño, tan duro este año. Las calles no solo están vacías por el lógico aislamiento decretado. Están vaciadas de esos reencuentros con sus cofradías. Volver a ser habitadas por la memoria de sus vecinos que vuelven, siempre vuelven. Tenemos la certeza de que en los templos vacíos de fieles está la presencia viva y el latido sufriente de la Eucaristía. Como en tarde de sagrarios pobres y encendidos, en los cuales se han convertido tantas vidas y corazones creyentes. En este capítulo de ausencias, podemos entonar con San Agustín: “tarde te amé…” Porque es la hora en este tiempo incierto de regresar al valor más esencial y fundacional de nuestras hermandades. Quizás devaluadas por nosotros mismos en esas periferias con las cuales las hemos ido adornando en tiempos de bonanza. 

Y volvemos a buscar su rostro -en la frontera de una humanidad tan vulnerable- que nos busca e interpela abrazando la Cruz: “¿qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?” Esa búsqueda en nuestro interior, las preguntas desveladas por nuestras propias heridas van tornándose en respuestas. Irán completando ese abrazo partido que nos falta.

He ido encontrando estos días aquellos signos. Las hermandades están permanentemente unidas a sus hermanos por otros medios. Nuestras Imágenes devocionales son cauce de consuelo y recordatorio visible de que no dejemos de ser hijos de la esperanza. La señal visual presente desde el interior de sus templos. Iniciativas desde la creatividad en el espíritu para mantener la alegría y la calma en los más pequeños. Tramos de voluntariado para atender a los mayores, a las personas en soledad. Sí han hecho todas (otra) estación este año. Las estaciones que abrazan la vida.

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