El Cayado

“Cuando sea Miércoles”

  • En el corazón de la Semana Santa ya no se puede mirar atrás, sino encaminarte decididamente a lo que te aguardan las siguientes escenas en su intrínseco vericueto

El Cristo del Buen Fin.

El Cristo del Buen Fin. / D. S.

ASÍ termina el título de una inquietante película de la que no acierto a adivinar el director. Me resulta un discreto drama americano de los 80 y la ponen, de cuando en cuando, a la hora de la siesta en cierto canal de nombre impar. Se llama No mires hacia atrás cuando sea Miércoles. Y, pensando yo qué título ponerle a esta tribuna, recordaba la trama del filme en el que, portentosamente, se intuye el final de la historia cuando apenas has visto quince minutos de cinta. Es verdad: el paisaje no se parece al de nuestro Miércoles Santo. La historia es infinitamente desigual. Sólo coinciden en el título. En el corazón de la Semana Santa ya no se puede mirar atrás, sino encaminarte decididamente a lo que te aguardan las siguientes escenas en su intrínseco vericueto, las calles que aún no has podido recorrer.

Así es el Miércoles Santo. Miércoles, que dicen que viene de Hércules, y cuyo nombre le viene muy bien a la jornada, verdaderamente gigante y desmedida. En la belleza, en el horario, en lo complejo del recorrido, en la diversa policromía de los hábitos penitentes, las flores y hasta el espíritu de sus cofradías. Y es por eso, digamos, que el Miércoles Santo tiene tantas aristas que es imposible abarcar y nos desbordan y entumecen el alma. Hay casi 450 años de historia comprendidos entre la imagen portentosa del Santísimo Cristo de Burgos, nacida del numen creador de Juan Bautista Vázquez El Viejo, y el bordado exquisito de los faldones del palio de la Virgen de la Palma, en trance de restauración, una delicia regionalista para los paladares exquisitos que saben cuánto puso Gómez Millán de su talento en estas y otras muchas obras de la Semana Santa de Sevilla, la cual no le ha terminado de reconocer su peso y su labor.

Fue la del Buen Fin la cofradía de los curtidores, asentados con sus tenerías junto al río. Allí luego las primeras industrias de la ciudad, las factorías siderúrgicas de Bonaplata y Marvizón, de las que, arrancados de la rutina proletaria, salían los nazarenos de la corporación para acompañar al Cristo del que el año que viene diremos que lleva, en torno a sí, uno de los mejores misterios que procesionen con la autoría de Darío Fernández, que será profeta posmoderno en esta tierra, asolada tantas veces por la rácana mediocridad. Será los misterios del Carmen, La Lanzada, Las Siete Palabras y Los Panaderos los que, abarcando toda la Semana Santa romántica, posromántica, nacional-católica y posmoderna, pondrán ante nosotros la magia de una escenografía que capta el momento y hace imagen la palabra.

Si miras atrás cuando sea Miércoles, te encontrarás la sombra de la Cruz alzada desde Nervión, que la trae La Sed en un canasto con altísimos candelabros, que parecen fuentes de diez caños de los que mana el fuego de la oración. La imagen de Duarte tiene algo de Laocoonte romano devorado por las serpientes fieras de la extenuación sedienta. Hay tensión en todos sus músculos, en cada uno de los dedos de sus manos y sus pies, enclavados uno a uno para multiplicar el quebranto. Si algo falta, Longinos pone la Sagrada Lanzada en San Martín, y allí las Tres Marías, Parcas de un destino incontrolable, arbotantes de una catedral de pena sin medida, dejan caer, una sobre otra, suspiros de gótica tracería. Allí está la Virgen del Buen Fin, la que Astorga salvó de una guerra que vuelve a vivirse en Ucrania y que deja heridas el alma y la conciencia.

Venid conmigo a San Bernardo. Mirad los claveles de seda, y la dorada orfebrería de Refugio, que viene celebrando la Sevilla Mariana que nos acoge. Al Cristo de la Salud le faltan primaveras para seguir dormido en el madero. Torero mi Baratillo, hay un sueño paralelo en el Cristo de la Misericordia, que va dibujando el triángulo rectángulo de su anatomía en el blanco regazo de tergal de la Piedad. ¡La Caridad! Ella no hace caso y se vuelve a saludar a sus vecinos cuando atraviesa su itinerario. Todo lo que van dejando las cofradías atrás, cabe en las manos abiertas y extendidas del Señor de la calle Orfila. Bajo el olivo va la crueldad de un Judas traidor y la torpeza de tus apóstoles. Dejad que pase, coronada, la Virgen de Regla. Es Miércoles Santo y Sevilla ya no sabe mirar atrás.

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