Opinión

La reordenación de la Semana Santa

Nazarenos de la Hermandad de San Gonzalo.

Nazarenos de la Hermandad de San Gonzalo. / Antonio Pizarro

El Consejo de Cofradías acaba de anunciar la puesta en marcha, en los próximos meses, de un calendario de trabajo con las hermandades, que tiene por objetivo la reestructuración de la Semana Santa. A juzgar por la acogida que ha tenido el proyecto en los medios de comunicación, mucho me temo que este artículo va contra corriente de la llamada “opinión pública”.

Aunque mirar al pasado no siempre sirve para solucionar los problemas del futuro, las causas que nos han llevado a esta situación sí merecen, al menos, un somero análisis, aunque sea para corregir errores sobre los que todavía estamos a tiempo.

La sobredimensión de la Semana Santa actual trae su causa de dos circunstancias: el número de cofradías y el tamaño de los cortejos. La primera de ellas obedece a la filosofía del buenismo que tanto autoridad eclesiástica como civil, sobre todo la primera, han venido ejerciendo las últimas décadas, cuando ya se podía adivinar lo que finalmente ha sucedido. El famoso “aquí cabe todo el mundo” nos ha dejado consecuencias muy difíciles de gestionar, con jornadas absolutamente sobredimensionadas. Pero lo mas sorprendente es que a estas alturas, todavía haya quienes pretenden incorporarse a la nómina y nadie se atreva a decirles, claramente y en público, que aquí lo que ya no cabe es un alfiler.

En cuanto al aumento de los cortejos, mucho me temo que se debe al error cometido por las propias hermandades de valorar más la cantidad que la calidad. Es cuando menos paradójico que en una sociedad en la que lo religioso, en todos los ámbitos, cada vez tiene menos presencia, las cofradías sigan aumentando sus filas de nazarenos de forma casi incontrolada. Creo que habría que explicar mínimamente qué sentido tiene hacer una estación de penitencia a todo el que se acerca a hacerse hermano y a sacar una papeleta de sitio, aunque sus razones íntimas y finales sean las que sean, y ponerles ciertas exigencias, aun siendo conscientes de que cualquier cosa que apuntemos en este tema nos hará caer, irremediablemente, en el saco de los rancios, carcas y vetustos que ignoramos los valores sociológicos y antropológicos de la fiesta. En vez de ello, nos hemos enfrascado en una competición para ver quién pone más nazarenos en la calle, sin importarnos lo más mínimo que en muchos casos sea el único día del año que pisan una iglesia. Mención aparte merecen en esta cuestión las bandas de música, a las que quienes tenemos ya cierta edad, hemos visto quintuplicar sus componentes, y por tanto su extensión, a lo largo de los años. ¿Son realmente necesarios tantos músicos o ese crecimiento se explica porque de elemento accesorio del cortejo han pasado a ser protagonistas del espectáculo?

Volviendo al plan del Consejo, vaya por delante, a modo de excusa no solicitada, mi más escrupuloso respeto a la junta superior por su iniciativa, muy necesaria, para solucionar los problemas logísticos que hoy por hoy afectan a nuestra Semana Santa. Es indudable que algo hay que hacer y hay que hacerlo pronto. Tengo que mostrar igualmente mi conformidad con los objetivos por mejorar: entradas tardías, cruces de hermandades, aglomeraciones de público, aunque algún punto, como por ejemplo la alternancia en la carrera oficial, se me antoja mas un medio que un objetivo. En cuanto a la ampliación de las jornadas por el tiempo de paso insuficiente, es el recurso del que más se ha tirado últimamente y pienso que no se debería seguir abusando de él, para evitar jornadas interminables, y a cambio insistir en una mayor exigencia en el cumplimiento de los horarios, donde podemos seguir mejorando. Si no, que alguien explique por qué algunos pasos solo saben correr cuando llegan las nubes

Pero donde guardo serios reparos es en los criterios que se tendrán en cuenta y en las formas de tomar las decisiones.

En cuanto a los primeros, me llama la atención y me preocupa la ausencia de la más mínima referencia a la historia o lo que hasta ahora habían sido los derechos adquiridos. Con algún que otro retoque puntual -el actual Martes Santo no ya tan puntual- el orden de las cofradías lo marca la regla de la antigüedad ininterrumpida saliendo en la jornada, de más nueva a mas antigua, con la excepción a la inversa de la Madrugada. Como consecuencia de ello, podemos decir que la nómina de la Semana Santa es, o ha sido hasta 2022, un claro reflejo de la historia de la Semana Santa. Nadie está donde está por casualidad ni porque le haya tocado en un sorteo, sino porque así lo ha determinado su propia historia.

Ahora parece que este criterio, al que se ha denominado anacrónico, romántico y no sé cuántos adjetivos peyorativos más, no cuenta para nada. La seguridad, o habría que decir el mantra de la seguridad, es lo único que manda. Todo sea por la Seguridad y por una “Semana Santa actual”, expresión que he leído recientemente. Cuánto daño hicieron los sucesos del año 2000, con sus correspondientes réplicas, por cierto siempre en la Madrugada, no tanto por lo que pasó como por la psicosis que nos ha dejado. La Seguridad, como concepto y como objetivo, no tiene techo ni fin. Si nos obsesionamos con ella, llegaremos a la conclusión de que lo más seguro es no salir a la calle.

Desde luego, si el plan se lleva a rajatabla con los criterios y puntuaciones anunciados, a modo de sistema de méritos de un alumno para entrar en un colegio concertado, tendremos que convenir, parafraseando a un famoso político, que corremos el riesgo de que a la Semana Santa de Sevilla no la reconozca ni la madre que la parió.

Nuestra Semana Mayor genera, necesariamente, aglomeraciones, bullas y cruces de cofradías. Por supuesto que hay que organizarla mínimamente y racionalizarla, pero, ¿hasta el extremo de hacerla irreconocible? ¿La hermandad que se acaba de incorporar a una jornada puede hablar al mismo nivel que la que inauguró esa jornada hace más de un siglo? ¿De eso se trata con tantas puntuaciones, más propias de un concurso de oposiciones públicas? Por no hablar de lo que ya están reclamando algunos, sobre dar un paso más y contemplar también los cambios de día.

Si unimos a estos criterios y puntuaciones la forma de adoptar los acuerdos -si no hay unanimidad bastará la aprobación de dos tercios de las hermandades de la jornada para sacar adelante una reforma- mucho me temo, y perdón por mi pesimismo en este tema, que aquí va a salir a relucir lo mejor de cada casa en el “deportivo” ejercicio del cainismo. Los pactos y las estrategias van a dejar a nuestros diligentes políticos en meros aficionados.

¿Hay que llegar a estas soluciones drásticas? ¿Hacemos todo lo que podemos para ayudar a solucionar los problemas de horarios y logísticos? ¿De verdad no existe un margen de mejora en la generosidad y la grandeza de cada cual, para poder alcanzar soluciones consensuadas por todos que nos ayuden a mantener una Semana Santa segura, pero reconocible y respetuosa con su propia historia? ¿Es que no deben tenerse en cuenta a quienes llevan siglos manteniendo y siendo el referente de la Semana Santa de Sevilla, frente a quienes se han incorporado más tarde, dicho sea con todo el respeto necesario a las hermandades más jóvenes? En los próximos meses podremos respondernos a todas estas preguntas. Quizás sea la última oportunidad que tengamos.

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