Juan Parejo
¿Es peligroso salir a ver pasos?
A punta de bisturí
Tan ilusionante como solemne ha despertado el nuevo curso cofradiero de esta temporada 24/25, que como vibrante vuelta al cole ha tenido como epicentro al barrio del coso maestrante, allá donde la ciudad hace festejo de la muerte hasta alcanzar la gloria, tardes de oración en el Santuario de la Cruz de Forja, donde el principio y el fin conviven como dos realidades irremediablemente unidas. La Iglesia hispalense ha querido reconocer con la coronación canónica lo que ha sido siempre un secreto a voces, que es el amor del Arenal a esa niña mocita de piel de nácar que sostiene entre sus brazos a su Hijo Redentor, que parece alargar su mano para agarrarse a este mundo, Madre de la Piedad que ha pasado a ser así reina de la Iglesia de Sevilla y con ella a todo el Baratillo.
El Baratillo es espejo de la propia dualidad de la existencia sevillana, que tan a gala vivimos como esencia misma de esta bendita tierra de María Santísima, en la misma orilla de un río que separa las dos ciudades, altar de oración por tantas almas perecieran por la peste y que buscaran el descanso eterno bajo su cruz de forja, es frontera de la vieja urbe y puerta del Arenal, es vida en las manos de ese niño que sostiene Pepe Hillo vestido de San José y es muerte en tantas tardes en el ruedo, es cándida mocedad en la mirada de Piedad y lozana altanería en el rostro moreno de su Caridad, es el júbilo desenfrenado del Cordobés y la profunda genialidad de Morante, es clasicismo eterno el de su misterio y valiente roneo el de su palio, es botón rojo y botón blanco, es Sevilla llegando a Triana y Triana en el corazón de Sevilla, dos realidades tan distantes como necesarias, tan distintas como hermanas, tan incomprensibles como sevillanas.
Y con la coronación se cerraba no sólo una gran deuda, puesto que se hacía justicia con la que se puede considerar la gran devoción del barrio arenero, sino que se saldaba con nota muy alta un grandísimo reto al que la hermandad se enfrentaba, en una Diócesis donde concurren numerosas coronaciones anuales, un sinfín de actos y cultos, y qué decir de procesiones extraordinarias que saturan la agenda de nuestra ciudad, y eso también es Baratillo, su saber hacer, cuando ya pasa un mes de aquellos días de Gloria que aún dejan gran sabor en el retrogusto sus recuerdos.
El Baratillo es solemnidad en los cultos, y su culmen la eucaristía estacional en la Catedral, que nos acercó a las mismísimas puertas del cielo gracias al maravilloso acompañamiento musical de Arturo Artigas, inconmensurable interpretación de lo que significa que la oración cantada acerca a Dios.
El Baratillo es su gente, que han sabido contagiar a Sevilla con su amor a su Madre en los diferentes traslados en los que han llevado a su Piedad, con sobriedad y elegancia, con devoción y respeto, con fidelidad y con fe.
El Baratillo es sus jóvenes, que a pesar de la distancia que separa a la mayoría de sus domicilios de una capilla encerrada entre pisos turísticos, han querido sacrificarse en tantas veladas de priostía, ensayos de costaleros y de cultos, con tal entrega que han sabido contagiar al resto de hermanos y a Sevilla de su nobleza.
El Baratillo es procesión, es inundar de esperanza las calles de la vieja ciudad en su camino bajo el azul de la tarde, que parece teñir el hábito nazareno cada Miércoles Santo, es pasión contenida con la soberbia interpretación de lo mejor nuestra música sacra que el Carmen de Salteras regaló a la Piedad por las calles del Arenal hasta el Altozano, y es ebullición cuando se acerca a su hermana de la calle Pureza para devolver el amor desmedido que Triana entrega cada año en la calle del emperador romano.
El Baratillo es su hermano mayor, amigo del anonimato y de su gente, cercano del trabajo y la constancia, y fiel a sus principios y su Hermandad, que ha sabido unir al hermano de a pie y al de apellidos ilustres, al de familias con historia y el recién inscrito en la nómina, sintiéndose participes todos, desde el que se echó a sus espaldas la ejecución de la áurea diadema hasta el que acompañó con su cirio a la bendita imagen una noche de sábado hacia la catedral. Y ha conseguido que se sientan orgullosos todos los que le antecedieron en el cargo, los que están y los que lo presenciaron desde la barrera del tendido de la gloria, tantas almas que escribieron con letras de oro la Historia de la hermandad.
Quedémonos con todo lo mucho y bueno que se ha vivido en septiembre en el Arenal, que sirva para marcar un camino de lo que debe ser una celebración que aúna la liturgia, la fe, la devoción y lo artístico, pero sobre todo a los hermanos, que debe primar la solemnidad y la mesura, y que posiblemente haya marcado un hito y referente para las próximas citas similares, así como un listón al que acercarse a nivel organizativo. Por todo ello, y por lo que nos queda por vivir los próximos meses, de lo que haremos debido análisis las próximas entregas… Señor, ten Piedad.
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