El Palquillo

El triunfo de la rocalla

  • 1Aniversario La Hermandad del Polígono de San Pablo cumple 10 años de su primera estación de penitencia a la Catedral, cuando llevó prestado el manto de la coronación de la Macarena2Novedad El palio, diseñado por Javier Sánchez de los Reyes y bordado por Charo Bernardino, es el gran estreno de 20183Destello Sin duda, el techo, con la gloria de Díaz Arnido, es el elemento que más llamó la atención de cuantos lo vieron

Avenida ancha. Sol en lo alto. Lunes de marzo. La cofradía del Polígono de San Pablo avanza hacia el centro. Con su andar continuo. Siempre de frente. Como flecha presa del tiempo. La primavera se ha revestido, por fin, con sus ropajes. Hoy se está pendiente de otro cielo. De aquel que levemente se mece. Una obra nacida de mil puntadas. Hilo sobre malla y terciopelo. La Virgen del Rosario deja atrás la urbe de pisos altos. Las calles con nombres de palos flamencos. El barrio que vio nacer a Rafael Escuredo, Rafael Gordillo o Manuel Barrios. Política, fútbol y literatura entrelazadas. Pintura y bordado combinados en la gloria del palio.

Hace diez años la hermandad más joven del Lunes Santo hacía su primera estación de penitencia a la Catedral. Una década en la que caben siglos. La lluvia, el calor, la frustración y la alegría. La vida misma en diez lunes. En 2008 salió por primera vez la Virgen del Rosario. Obra de Luis Álvarez Duarte. Ojos verdes. Aquel 17 de marzo llevó prestado un manto de la Macarena. El de la coronación. El que bordó Esperanza Elena Caro con diseño de Marmolejo. Dicen los entendidos que fue la última gran obra del bordado del siglo XX.

Las bellotas han salido de Casa Rodríguez, oasis de artesanía frente a las franquicias

Cuando han pasado 10 años, la realidad es bien distinta. Cambio de nombres. Francisco Javier Sánchez de los Reyes y Charo Bernardino. Uno en el diseño y otra en la ejecución. La Virgen del Rosario ya no lleva nada prestado. Su manto es rojo. Liso. Pero su palio es un destello en las alturas. Donde la rocalla triunfa. Está pensado para esta luz de marzo. La que tan bien supo describir Romero Murube. La que juega con sus opacos y calados. Celosía de una primavera que creíamos perdida. Como aquellos cielos.

Metido en la entrañas de la ciudad, el paso baja por la Cuesta del Rosario. Donde desemboca Francos. La calle en la que se compuso su fleco de bellotas. El que remata las caídas. Minucioso enrejado que salió de Casa Rodríguez. Tienda centenaria con mucha Semana Santa en su interior. Tanta como artículos vende. El tiempo ha ido dejando sus cicatrices en el mostrador. Rúbricas del devenir. Negocios con alma. Oasis contra las franquicias.

La cofradía pasa por el Salvador en la sobremesa. Los más rezagados continúan con la cerveza. Otros disfrutan de un helado italiano en la antigua Plaza del Pan. Aunque aquí el pan viene acompañado de salami, tortilla y chorizo. El que engulle a esa hora otra parte del respetable mientras al paso le cae una lluvia de pétalos. El techo es la joya. Pintura de Antonio Díaz Arnido. Rayos biselados. Dualidad de terciopelo y malla. El gozo de la luz.

La Virgen del Rosario sigue adelante. Hacia la Campana. El palio le ha dado otra dimensión al paso. El público clava su mirada en las alturas. La tarde va ganando horas. La cofradía deja el centro y busca el barrio. El oro de la rocalla pasa ahora por Kansas City. La avenida con nombre yanqui. La vía de servicio que sirve a los nazarenos una vez al año. El oro recién estrenado refulge con la candelería encendida. Del sol a la cera. Todo el brillo del lunes para una cofradía con destello propio. La luz del Polígono.

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