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Cofradias

Refugio en San Lorenzo cuando cae la tarde

  • El día de San José es magnífico para las Fallas de Valencia, pero no cuajó como Miércoles Santo · La tarde quedó tocada con un aire antiguo y triste, que sólo halló consuelo con una estampa insólita del Gran Poder

OTRA vez apareció la lluvia en estos tiempos de sequía. Mientras nos amenaza el calentamiento global y bajan las reservas en los embalses, seguimos sin ver una Semana Santa completa desde 2001. Había tantas ganas de conseguir el pleno en 2008, después de tres días sin problemas, que la cruz de guía de La Sed se puso en la calle contra toda lógica. Pronto volvieron los nazarenos de Nervión al templo, sin que el paso de Cristo llegara a salir. Al mediodía del Miércoles Santo ya se frustró la posibilidad de repetir una Semana Santa con todos los pasos en las calles. Era día de San José, el patriarca bendito que es titular del Baratillo. Un día magnífico para las Fallas de Valencia, que no cuajó como Miércoles Santo. Fue un desastre inolvidable.

A partir de esos momentos tristes en Nervión, aderezados minutos después con dos chaparrones estratégicos que se lo pusieron imposible a San Bernardo, se nos quedó el Miércoles Santo tocado con un aire antiguo y triste de Tinieblas. En esta jornada, que la televisión de Madrid presentaba como el inicio de la segunda fase de la Operación Salida, ya nos habíamos quedado con cara de lluvia, y se intuía lo que pasaría después. El viejo arrabal de San Bernardo no está acostumbrado en los últimos años a estos avatares. Después de muchos Miércoles Santo viendo a su cofradía, en lo que llevamos de siglo XXI sólo se quedó en su templo una vez por la lluvia. Ese ambiente festivo que caracteriza al barrio en las primeras horas de la tarde del Miércoles Santo, que siempre nos admira como si fuera la primera vez, se recubrió con un velo de nostalgia. El puente tendrá que esperar.

El único consuelo estaba en San Lorenzo. A las seis de la tarde del Miércoles Santo, el camino cofradiero de muchos sevillanos desemboca en esa plaza, donde está el corazón espiritual de Sevilla. Allí, a esa hora, suele estar el Buen Fin, con sus inequívocas túnicas franciscanas. Pero ayer no vimos a la cofradía de San Antonio de Padua; no sentimos las cornetas y tambores de la banda de la Centuria Macarena acompañando la muerte poderosa del Cristo en la cruz, ni sonaron marchas triunfales para agitar las tallas del palio que cobija a la Virgen de la Palma. No había representaciones de la Soledad y el Dulce Nombre en la puerta de la parroquia, ni aguardaba la del Gran Poder con su estandarte delante de la basílica. No se notaba en la plaza que era Miércoles Santo.

Dentro de la basílica del Señor sí que se notaba. Allí sí era Miércoles Santo, a mayor gloria, en esta tarde plomiza de San José. En el templo había un rebullir de devotos y curiosos, atraídos por la posibilidad de ver al Señor en su paso con la túnica de los cardos, una de las obras maestras del bordado sevillano del XIX . Esta túnica, que recuperó espléndidamente el taller de Santa Bárbara, la ha vestido el Señor en el reciente besamanos, pero no salía con ella en su paso desde 1948, cuando la lució con carácter excepcional. Algunos piensan, cuando lo ven con la túnica lisa que se agita en las madrugadas, que este Señor es ante todo el Hijo de Dios hecho hombre. Con la túnica bordada de los cardos, el Gran Poder refuerza la suprema divinidad de su identidad de Dios, que contribuye a ennoblecer su humanidad.

Sevilla, tan barroca, tenía derecho a ver alguna vez cómo camina con esa túnica magnificente el Dios que sufre como hombre. Y en la tarde del Miércoles Santo muchos acudieron a la basílica para restregarse los ojos de la incredulidad, para ver y creer al modo de Santo Tomás, para encontrar en la mirada del Señor la respuesta a todas las verdades. Y supimos que con esa túnica, prodigio del bordado más romántico, también caminará como un hombre que sufre, mientras proclama toda la majestad de su Gran Poder.

Cae la tarde en San Lorenzo. Fuera no suenan tambores, pero dentro se está en la gloria.

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