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Del barrio de Salamanca de Madrid a los altares de Sevilla

  • A las 10:52, monseñor Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, leía el decreto de beatificación firmado por el papa.

De Sor Ángela a Madre María de la Purísima. Han pasado 28 años desde que la fundadora de las Hermanas de la Cruz subiera a los altares. Era 5 de noviembre de 1982 y fue beatificada por el papa Juan Pablo II en los campos de la feria. Ayer, 18 de septiembre, el Estadio de la Cartuja se convirtió por unas horas en catedral para albergar la ceremonia en la que subió a los altares Madre María de la Purísima de la Cruz, séptima sucesora de Santa Ángela al frente de su Instituto y segunda religiosa de la congregación en ser inscrita en el libro de los beatos. Unas 45.000 personas, según el Cecop, fueron testigos directos de una ceremonia que duró casi tres horas (170 minutos) y que tuvo varios puntos álgidos: la aparición de la Macarena en el estadio, la lectura del decreto de beatificación, la ovación cerrada a las Hermanas de la Cruz durante la homilía y la primera comunión de Ana María Rodríguez Casado, la niña del milagro, según el proceso.

La eucaristía estuvo presidida por el prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, Ángelo Amato; que estuvo acompañado, además de por el titular de la diócesis, monseñor Asenjo, por los cardenales Amigo Vallejo, arzobispo emérito de Sevilla; Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española; Agustín García Gascó, arzobispo emérito de Valencia; el nuncio en España, monseñor Fratini; 30 obispos y más de 600 sacerdotes.

A las 10:52, monseñor Amato daba lectura al decreto en latín firmado por el papa Benedicto XVI. El fraile capuchino, Alfonso Ramírez Peralbo, como postulador de la causa, fue el encargado de repetirlo en castellano: "Atendiendo el deseo de nuestro hermano Juan José Asenjo Pelegrina, arzobispo de Sevilla, y otros hermanos del episcopado y numerosos fieles, después de haber consultado a la Congregación para la Causa de los Santos, con nuestra autoridad apostólica, concedemos a la venerable sierva de Dios Madre María de la Purísima, quien gastó su vida en el servicio a los pobres y enfermos y la educación cristiana de la juventud, que de ahora en adelante pueda ser llamada beata y se pueda celebrar su fiesta el 31 de octubre, día de su nacimiento para el cielo".

En ese momento, siguiendo el rito, se descubrió el lienzo pintado por Daniel Puch con la imagen de la nueva beata, mientras de la visera del estadio comenzaron a caer pétalos de flores. Las campanas de la Giralda anunciaron a la ciudad el esperado momento y las personas presentes en el recinto fueron testigo de ello gracias a las pantallas de televisión que transmitieron los repiques en directo. Los vivas se sucedían y los pañuelos de colores al viento daban buena cuenta de los muchos lugares en los que la nueva beata dejó huella: Villanueva del Río y Minas, Estepa, Córdoba, o Lopera, por poner sólo unos ejemplos. Acto seguido, un grupo de hermanas depositó sobre el altar la reliquia de Madre: un hueso de una de las manos. Como testigos de la escena, la Esperanza Macarena que ocupaba el centro del cuerpo superior del altar diseñado por Alfonso Jiménez, y la escultura de Santa Ángela de la Catedral de Sevilla, obra de Navarro Arteaga. La ceremonia continuó con el agradecimiento por parte de monseñor Asenjo y el canto del Vamos a la casa del Señor, como signo de homenaje a la nueva beata de la Iglesia de Sevilla.

Durante la homilía, monseñor Amato dio buena cuenta de saber cómo meterse al público en el bolsillo: "Habéis convertido este estadio olímpico en la segunda catedral de Sevilla. Aquí luchan los mejores atletas del mundo, pero ahora contemplamos a los atletas de la santidad". Con los fieles entregados, Amato continuó como el mejor de los pregoneros de la Semana Santa de Sevilla. "Qué el Consejo de Cofradías lo fiche para este año", decían con humor algunas personas.

"La beatificación de Madre María de la Purísima de la Cruz es un nuevo regalo que el Santo Padre hace a la archidiócesis de Sevilla, tras la canonización de Santa Ángela de la Cruz", espetó el prelado. Acto seguido, Amato se gustó en un aplaudido párrafo dedicado a Sevilla: "Ha sido siempre una ciudad fecunda en santos y héroes: Leandro, Isidoro, Fernando [...]. Además, en todo el mundo, Sevilla es conocida por su monumental Catedral, por la Giralda, por las procesiones, llenas de fe y devoción, de la Semana Santa. Hoy estamos aquí en compañía de la Virgen Macarena". Aplausos.

Tras hacer un breve elogio a Santa Ángela y Madre María de la Purísima, "dos mujeres santas, pero también dos grandes bienhechoras de la ciudad", tuvo lugar el segundo de los hitos de la mañana. Las 45.000 personas que se encontraban en el estadio irrumpieron, puestos en pie, en una clamorosa ovación a las religiosas que se prolongó durante casi 4 minutos. Las monjas, humildes en su condición, escucharon la ovación con la cabeza baja. En el centro de ellas, la familia de María Isabel, aquella joven madrileña del barrio de Salamanca, de clase alta y gran formación, que un día lo dejó todo para servir a los ancianos, pobres y enfermos, y que ayer subió a los altares de Sevilla, también recibió el cariño de la gente.

Amato prosiguió resumiendo, mediante los testimonios recogidos en el summarium de la causa las principales virtudes de la beata: la caridad, la fortaleza heroica, o la obediencia al carisma fundacional del instituto: "Fue esta capacidad suya de mantener intacto ese espíritu la que hizo florecer su congregación de manera verdaderamente extraordinaria". Destacó, igualmente, su empeño en el trabajo, el espíritu de servicio, y la extraordinaria humildad: "Ella, nacida rica, vivió plenamente en la pobreza y en la austeridad requerida por las reglas". Por último, definió a Madre Purísima como la "Madre General del Posconcilio" por llevar a la práctica la verdadera renovación que requería el Vaticano II.

Finalizada la homilía, llegaron las ofrendas. Hasta el altar subieron, entre otros, Francisco Muriel , uno de los delegados diocesanos, junto a su mujer y su hijo Curro, portando el cáliz; Ana María Rodríguez y sus padres, con el copón; Adolfo Arenas y su mujer, con el vino y, por último, el hermano mayor de la Macarena, Manuel García; y el pintor Daniel Puch, con sendos cuadros para Amato.

A las 12:45, tenía lugar el último hito. Ana María Rodríguez, la niña del milagro según el proceso de beatificación, recibía la primera comunión.

Sin el Salve Regina, anunciado en el libreto, y con una invasión de la pista, terminaba la beatificación, mientras el paso de la Esperanza Macarena bajaba la rampa.

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