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Cofradias

La perfecta conjunción del sueño y la cochambre

  • No afean tanto la Semana Santa las 'setas' de la Encarnación como la mala educación de un público indolente, desahogado y sin tacto

La perfecta conjunción del sueño y la cochambre

 No afean tanto la Semana Santa las 'setas' de la Encarnación como la mala educación de un público indolente, desahogado y sin tacto 

LA ciudad de la cochambre. Una covacha como escenario de la cofradía por excelencia. Sonrojante por revelador. Dos de la madrugada del Lunes Santo. Los albos nazarenos de la Amargura, hieráticos, elegantes y hasta un punto presumidos (ellos se lo pueden permitir), caminan por una Plaza de la Encarnación en la que pareciera que se ha corrido un cotillón. A ambas filas de los enhiestos nazarenos hay basura. Literalmente basura. Un público reducido los acompaña hasta San Juan de la Palma. Son (somos) los mismos de cada año. Las setas no son los elementos que mayor agresión provocan a la estética de una cofradía (obviemos ahora el debate sobre el perjuicio a la ciudad), sino la mala educación del público que acude a ver las cofradías. O, mejor dicho, a convertir en estercolero una zona principal de la Semana Santa, por la que pasan cofradías a casi todas las horas. Un público al que no le duele arrojar platos y vasos al suelo cuando sabe que se trata de calles por las que habrán de pasar cofradías es un público de baja estofa, desahogado y que sale a la calle guiado por un consumismo que ni distingue, ni tiene criterio, ni valora cuanto ocurre estos días. Un tipo de público que en el mejor de los casos se arranca a aplaudir tamborrás y que en el peor vivaquea por las calles sin rumbo ni interés por preguntar cómo vivir una fiesta que cuenta su existencia por siglos. Ya no es cuestión de fe, ni de sentimiento, ni de memoria: simplemente de mala educación. La dolorosa estampa de contemplar a los mejores nazarenos de la Semana Santa sólo tiene un efecto positivo: la compostura de quienes llevando horas de penitencia, aguantando la verticalidad y la mirada al frente parecen completamente ajenos al panorama inmundo que les rodea. No culpen a las setas de la Encarnación de la fealdad de la ciudad cuando sus mismos ciudadanos no tienen ni la más mínima sensibilidad con el día en que arranca su principal fiesta. Lipasam podrá maquillar las vergüenzas, pero no puede reeducar a los ciudadanos. Las margaritas no son para los pasos. Ni para ciertos cerdos.

Pese a la cochambre, las mejores horas del Domingo de Ramos ocurren el Lunes Santo. Porque hay cofradías tan poderosas que pueden con las setas, con la basura y con el griterío que se amplifica por los callejones. Hay cofradías que pueden con esta Semana Santa de omeprazol en la que hay que sortear los efectos de la mala digestión que provocan determinadas estampas.

El primer día laborable de la Semana Santa siempre ofrece una suerte de sosiego tras el parto que supone la primera jornada. La Semana Santa se dispone a coger horma. Las colas matutinas para entrar en los templos desaparecen. El público de la carrera oficial es remolón en ocupar los estrechos asientos en los que el mínimo sobrepeso te deja fuera de juego. Sentarse un minuto es toda una experienciaRyanair, hasta en la barrila que dan algunos vigilantes del Consejo pidiendo más pases que el público de una plaza de toros, con sus chalecos reflectantes para que no falte un detalle en la comparación. Tal vez el público también sea en muchos casos low cost... Todo sea dicho.

La Alfalfa es el abrevadero de todo el gentío que trae la del Polígono de San Pablo, quizás porque esta zona y el Arenal son los dos grandes barrios (pueblos) dentro del centro. Y en Semana Santa se nota. Si en algo coinciden las clientelas de la Alfalfa y de la carrera oficial es en la de torrijas (que algunos cortan en trocitos como una tortilla francesa) y la de tragos largos que se sirven. Siempre es recurrente preguntar qué se consume en Feria, pero nunca en la Semana Santa, salvo en los dulces tradicionales, donde el peor pestiño suele ser de mejor calidad que la mejor torrija, sobre todo desde que las torrijas ganan azúcar y pierden huevo para abaratar el coste de la producción con el consiguiente efecto en los intestinos, sobre todo si hay que ceñir el abdomen con un cinturón de esparto.

La gran bulla del lunes, con enorme diferencia sobre cualquier otro pasaje del día, la trae el misterio de San Gonzalo, la perfecta confirmación de la supremacía de la coreografía costaleril sobre otros elementos de interés en la Semana Santa actual. El Tardón tiene la capacidad de congregar a las masas por muy laborable que sea el día. Comprobar cómo espera el gentío a Caifás es toda una experiencia. Ver cómo ve el público el misterio del Señor del Soberano Poder confirma hasta qué punto la gente tiene claro aquello por lo que merece la pena esperar horas en las circunstancias más adversas. Salir de una bulla de San Gonzalo -experiencia que requiere de la mayor paciencia del mundo- sirve para comprobar que hay personas, muchísimas personas, que aguardan la llegada del paso de misterio en la fila número 35 y con los obstáculos visuales de señales y de quioscos de prensa. Tal es la búsqueda del efectismo costaleril que el personal se atreve a pitar a un paso de misterio si no suena el corneterío. ¿Recuerdan cómo se silbó a un paso de palio el año pasado? ¿Vieron ayer por casualidad el perro vestido de nazareno cuya foto circuló toda la tarde por los teléfonos móviles? Ahora dirán algunos que en tiempos de Núñez de Herrera también se vestía con túnica y capa a los perros y se les paseaba por el barrio de la cofradía como el gitano a la cabra.

El resto de la jornada a esas horas en que la Campana alcanza su prime time costaleril presenta mucha más comodidad en otros puntos de interés si se obvia el sector de Francos, que en las dos primeras jornadas de la Semana Santa ha aumentado su fama de punto negro con ayuda de alguna negligencia en la tramitación de los pasos de peatones.

Más le valdría al Ayuntamiento organizar alguna campaña de concienciación sobre cómo moverse y facilitar el paso estos días (En Semana Santa, ceda el paso) antes que la desafortunada campaña de Lipasam sobre el perro -otra vez este animal- que hace sus necesidades a la voz de un humorista profesional que se dirige al can en la zapata trianera con la jerga y la intensidad de un capataz. Puestos a tomar la iniciativa desde las instancias oficiales, otra campaña podría promover el acompañamiento de las cofradías en sus recorridos nocturnos, las mejores horas de la Semana Santa a pesar de los pesares. La Semana Santa necesita mucho más mimo, su éxito o fracaso no puede ceñirse a los cielos despejados en un resultadismo (¿salen todas o no?) que poco tiene que ver con otros valores que sustentan siete días de pasión. Los cielos despejados permiten la salida de todas las cofradías -el sueño anhelado- y evidencian ciertas grietas que no se pueden disimular a golpe de tambor o de emoción sobredimensionada en algunas retransmisiones.

Si el público no es capaz de ver emoción en un paso a redoble de tambor, si no es capaz de mantener limpia su ciudad ni siquiera en Semana Santa, si no es capaz de vivir y sentir la Semana Santa más allá de un consumismo banal, si se vuelve parásito en una silla clavada en la calle como una sombrilla en playa ("éste es mi territorio") tratando la Semana Santa en plena calle como si fuera la retransmisión de televisión en el salón de casa, lo mejor sin duda es pensar que al menos no llueve y reducirlo todo a salir o no salir. Y el éxito está, obviamente, en salir. Lo demás es lo de menos.

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