Calle Rioja

En la Babilonia de los cien rostros

  • Esplendores. Enriqueta Vila repasa en su libro sobre el Consulado de Mercaderes la época en la que, con palabras de Braudel, América fue durante dos siglos "patrimonio de Sevilla".

EL Archivo de Indias en la portada del libro y el salón de actos para su presentación. Se titula El Consulado de Sevilla de Mercaderes a Indias con el subtítulo Un Órgano de Poder. La palabra órgano con mayúscula porque las investigaciones históricas de Enriqueta Vila Vilar, autora del libro, suenan a música celestial. Cada cual decidirá si es música de réquiem, de concierto triunfal o de fanfarria.

Si uno se detiene en el patio de butacas de este imaginario teatro del tiempo, se ve gente que han estudiado con rigor la mar océana, que la han cruzado de hecho, de derecho y de pertrecho: Antonia Heredia, también americanista, o Miguel Sánchez Montes de Oca, nombre fundamental en la génesis de la Exposición Universal de 1992 en Sevilla, época que a Enriqueta Vila Vilar le tocó vivir como delegada de Cultura en el Ayuntamiento que gobernaba Alejandro Rojas-Marcos. Éste se prodiga poco en actos públicos pero hizo una excepción.

Enriqueta Vila es partidaria de Helenio Herrera y piensa que con diez se juega mejor que con once. El libro, el último de su vasta producción, se lo dedica a sus diez nietos, a saber: Lucía, Reyes, Ana, Sofía, Juan, Javier, Rocío, Felipe, Alfonso y Paula.

Miguel Mañara, el fundador del Hospital de la Caridad, fue a Madrid a resolver una serie de pleitos. Desde allí envió una serie de cartas al Consulado, correspondencia que ha estudiado Enriqueta Vila en otro libro. A una de esas cartas pertenece la frase con la que arranca el prefacio de este libro: "No hay modo de persuadirlos a que los ladrillos de la Lonja han brotado oro".

La autora sitúa al lector en 1637. En pleno auge recaudatorio de Felipe IV y de su valido, el conde-duque de Olivares. Cientos de mercaderes esperaban la llegada del juez Morquecho, un vallisoletano que entre 1607 y 1615 fue fiscal de la Audiencia de Panamá, nudo principal del comercio con el Perú. No era una visita agradable. Venía a conseguir un préstamo de 800.000 ducados para la Corona.

El libro habla del esplendor de Sevilla. "Fue una época indescriptible", escribe Enriqueta Vila. "Una oportunidad de dos siglos de Oro que pocas veces ha tenido otra ciudad". Lo certifica con una frase de Fernand Braudel, el hispanista francés con el que más de una vez coincidieron en el Archivo de Indias Ramón Carande y José de la Peña Cánmara. "Por espacio de dos siglos", sentenció Braudel, "América fue, en general, patrimonio de Sevilla".

España la han reinado tres Felipes pares. Felipe II, el Señor del Mundo, como lo llamó en su biografía Hugh Thomas, amigo de la americanista; Felipe IV, con el que se abre el telón de este libro; y Felipe VI, en cuyo reinado se conmemorará el tercer centenario del traslado de la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz.

El cosmopolitismo de Sevilla vino dado por el río Guadalquivir. Un río como sinécdoque de un océano. Ochenta kilómetros navegables que propiciaron que la población de la ciudad casi se duplicara y fuera una de las pocas que en el mundo conocido superase los cien mil habitantes a comienzos del siglo XVII.

Una ciudad que se llenó de extranjeros. Enrique Otte, el discípulo alemán de Carande, enumeró de 1474 a 1515 hasta 543 genoveses, veinte florentinos, diez venecianos, 57 ingleses, dos irlandeses, siete portugueses, cinco flamencos "y algunos franceses". A los asiáticos les siguió la pista en sus protocolos notariales el académico Juan Gil, esposo de la americanista Consuelo Varela.

Sevilla es una "Babilonia de cien rostros", escribe Michel Cavillac en Pícaros y mercaderes en el Guzmán de Alfarache. La clave el 92 cuyo quinto centenario celebró el alcalde Rojas-Marcos. En 1492 se rinde Granada, sale Colón de Palos e imprimen en Salamanca la Gramática de Nebrija.

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