La inauguración

Cassinello y los que creyeron el proyecto

  • El diplomático ocupó el puesto de su valedor Olivencia a nueve meses del estreno y recuerda los temores por llegar a tiempo a la inauguración.

Emilio Cassinello, que fue el gran jefe de la Expo desde nueve meses de su inauguración, cierra los ojos y sigue viendo una cuenta atrás. Hoy desde Toledo, donde dirige el  Centro Internacional para la Paz, el diplomático recuerda los temores por llegar a tiempo a la inauguración y, una vez superada la prueba, la ansiedad por respirar tranquilo el día de la clausura. Y este día llegó y cumplió sus objetivos, prueba es una foto que atesora en la que se ve al Rey fundirse en un abrazo con él tras cerrar la muestra.

Emilio Cassinello, director del Centro Internacional para la Paz de Toledo. Foto: Antonio Pizarro

Cassinello, que no es diplomático sólo de profesión, confió en sus posibilidades y quizás por ello fue el hombre elegido para gobernar una ciudad en la Cartuja e imponer la paz después de un auténtico fuego cruzado que forzó la salida de Manuel Olivencia, quien había sido el comisario general de la muestra universal desde finales de 1984.

Quien fue su sustituto llegó de su mano sólo un año después. De hecho, hoy Cassinello sigue admitiendo que el momento más difícil que vivió en la Expo fue tener que ocupar el puesto de su valedor. Pero, cuando fue su hora, estaba más que preparado. Hay quienes aseguran que con Cassinello en las labores administrativas y  Pellón en las ejecutivas, Olivencia se fue haciendo prescindible. Pero hubo algo más, claro.

La formación diplomática de Cassinello lo convirtió en el anfitrión ideal. Asegura que él, como el Rey, siempre creyó en el proyecto, como el andalucista Luis Uruñuela, el primer alcalde de la democracia en Sevilla. Él formó parte de la delegación que puso en marcha la idea y recuerda con claridad cómo don Juan Carlos, tras inaugurar la Expo,  le apuntó que su amigo, en referencia al entonces alcalde, Alejandro Rojas Marcos, no lo había citado en su discurso.

No todos los que fueron estuvieron en el 92 en primera fila. Ni Manuel del Valle, el alcalde que puso a punto la ciudad, ni Luis Yáñez, quien aspiraba a sustituirlo y conoció los orígenes del proyecto. Tragaron quina mientras otros se llevaron las mieles. Ni otro diplomático, Manuel Prado y Colón de Carvajal, uno de los padres de la Expo que sobrevoló en 1981 la Cartuja en helicóptero asustando a un rebajo de ovejas. Antes de morir recordó que el 20 de abril de 1992 lloró y se acordó que aquellos que pensaban que el niño, por la muestra, iba a salir subnormal, según sus propias palabras.

Años después, Cassinello ha seguido visitando otras exposiciones, como invitado, y tiene muy claro cuál fue el éxito de Sevilla: los sevillanos. Los mismos escépticos que hacían chistes sobre el fracaso de la muestra antes incluso de que empezara, reforzando los viejos tópicos. El egocentrismo suele ser un defecto de muchos sevillanos, que se creen el ombligo del mundo. Esta vez se lo creyeron y eso hizo posible que lo fueran.

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