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Derribando estatuas de Colón

  • Defensa del Almirante: Colón nunca estuvo en la División Azul, aunque algunos le atribuyan el 'Cara al Sol' y el Catecismo de Ripalda

El majestuoso Monumento a Colón de Sevilla, en el Parque de San Jerónimo.

El majestuoso Monumento a Colón de Sevilla, en el Parque de San Jerónimo. / José Ángel García

Fue una relación causa-efecto en cuanto vi ese desenfreno de derribar estatuas de Colón en diferentes ciudades de Estados Unidos, incluso con el beneplácito de la progresía hispana anclada en un indigenismo precario y gagá; raro era el telediario en el que no veíamos otra estatua del Almirante derribada, se supone que en señal de protesta contra la muerte del afroamericano Floyd George. Busqué en mi biblioteca, sección de memorias y biografías.

El libro lo editó Mondadori, se imprimió en 1987 y según anoté lo compré en 1989. Lleva más de treinta años acompañando a biografías o memorias de Lincoln, Joyce, San Fernando, Alfredo di Stéfano, Corín Tellado, Castilla del Pino, Carlos Barral o el rockero Silvio. El libro se titula Memorias de Cristóbal Colón y su autor, ya fallecido, era Stephen Marlowe, un neoyorquino que llegó a residir en un pueblo de Granada. Como íntimo desagravio, empecé a leer el libro. 656 páginas de Cristóbal Colón.

La obra es anterior a la celebración de la Expo 92 y a las dos películas que se le dedicaron a la gesta colombina, la más conocida la que dirigió y rodó en el Alcázar Ridley Scott con Gerard Depardieu y Sigourney Weaver. Una de las estatuas de Colón la derribaron en Chicago, la ciudad que iba a competir con Sevilla en la organización de la Expo 92 y que trajo a la ciudad la Torre Sevilla diseñada en el despacho en dicha ciudad por el arquitecto César Pelli. Marlowe, apellido de detective de las novelas de Raymond Chandler, narra los cuatro viajes que realizó Colón entre 1492 y 1504. El descubrimiento de América nada menos.

Lo curioso es que yo tuve el privilegio de participar en 1988 y 1989, soltero y recién casado respectivamente, en la reedición de los viajes segundo y tercero. En uno de ellos salimos de Huelva para entrar por San Juan de Puerto Rico; en el otro, desde Cádiz con escala en Cabo Verde, el mismo archipiélago donde de regreso hicieron escala Elcano y los supervivientes que en 1522 lograron completar la primera vuelta al mundo. En esta ocasión entramos por la desembocadura del Orinoco. En ambos casos, bajo la dirección académica de Miguel de la Quadra Salcedo y la batuta náutica del capitán Matías Enseñat, devorador de novelas de Conrad.

Con una diferencia de días, vuelve Colón de su último viaje, ya exhausto, mueren Isabel la Católica y el Papa Borgia, español de cuna, un personaje fundamental en las primeras andanzas de quien nació en plena travesía camino de Génova. Sólo por una frase valió la pena leer este libro. Se trata del legado de Isabel la Católica. "Sus últimas palabras fueron que en el futuro se conceda a todos sus súbditos igual protección ante la ley, ya sean cristianos viejos, nuevos o muy nuevos". Es lo que le dijo el fraile franciscano fray Juan Pérez a Colón cuando vino a Sevilla a visitarlo desde La Rábida. "¿Muy nuevos?", preguntó Colón. "Los indios, amigo mío", le matizó el fraile y cartógrafo. La novela es amena, mestiza, oceánica. Con un final trepidante cuando la Inquisición, entonces en pleno apogeo, intenta echarle el lazo a Cristóbal Colón acusado de criptojudío.

Le salva milagrosamente un documento que le facilita uno de los marineros, Diego Tristán, con nombre de futbolista de La Algaba que fue Pichichi con el Deportivo de la Coruña. Lo que no pudo hacer la Inquisición antigua, la de Torquemada y los autos de fe, lo ha hecho la nueva Inquisición de lo políticamente correcto. Con Colón entre los dos fuegos de una campaña electoral y una pandemia que está provocando más bajas entre la población estadounidense que la guerra de Vietnam. Si los que derriban las estatuas de Colón (y Hernán Cortés o Fray Junípero Serra) conocieran ese legado de la reina Isabel la Católica igual se lo habían pensado dos veces. Por apoyar al negro estaban haciendo el indio. Un trasvase que propició Bartolomé de las Casas, un cura de la misma orden dominica que Torquemada que fue consagrado en la iglesia de la Magdalena donde bautizaron a Murillo como obispo de Chiapas y fue uno de los primeros biógrafos de Cristóbal Colón.

Estas Memorias de Cristóbal Colón tienen un punto de viaje al futuro tocado por un sentido del humor que le llega a decir al personaje de sí mismo que es el más impopular entre los italianos después de Mussolini. Está perdidamente enamorado de Petenera Torres y ya intuye la competencia de Américo Vespucio. Colón descubrió América y Américo la colonizó nominalmente. Un genovés contra un florentino. La esencia del Renacimiento. Colón nunca estuvo en la División Azul, aunque algunos le atribuyan el Cara al Sol y el Catecismo de Ripalda, pero la gran estatua del Almirante que existe en Sevilla la regaló Rusia a la ciudad de Sevilla. Muy cerca del lugar donde a Bécquer le gustaba situarse frente al monasterio de San Jerónimo. 

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