Sevilla

Expo 92 la herencia perdida

  • Muchos de los avances que hicieron de la muestra de Sevilla un referente sobre el uso del agua y las cubiertas vegetales para combatir las altas temperaturas han sido olvidados

¿Cómo transformar una superficie yerma de 215 hectáreas de extensión para que sea atractiva y visitada por centenares de miles de personas? ¿Cómo bajar la temperatura unos 10O centígrados en la Sevilla de un pleno mes de agosto? La Expo 92 fue en multitud de frentes un enorme campo de experimentación para el grupo de profesionales que se encargó de ponerla en pie, una experiencia con más aciertos que errores que se ha convertido en modelo para acontecimientos de similares características celebrados con posterioridad, aunque también se han minusvalorado muchos de los avances logrados entonces a base de un presupuesto sin límites y de soluciones imaginativas.

La Expo Zaragoza 2008, inaugurada el pasado 14 de junio, tiene como referente principal el agua, un bien tan común como escaso sobre cuyo uso eficiente se debatirá intensamente en la ciudad aragonesa hasta el mes de agosto desde diversas perspectivas. El agua y sus aplicaciones fueron también en la Muestra hispalense elementos claves.

Con el Guadalquivir abrazando la isla de la Cartuja, el agua estuvo presente en la Expo de principio a fin: las fuentes, el lago, los canales, las pérgolas vegetales y la esfera bioclimática fueron pensadas y diseñadas para sofocar el calor y hacer más llevaderas las visitas. No hubo que ir muy lejos para encontrar inspiración. El amplio equipo dirigido por Jacinto Pellón y Ginés Aparicio, un cántabro y un murciano, recurrió a la arquitectura árabe, al aprovechamiento de sombras y del agua para crear un microclima del que muchos se mofaron antes de conocer sus resultados pero que fue uno de los aspectos por los que la Expo es recordada.

La zona que hoy ocupan las caracolas de la Gerencia Municipal de Urbanismo de Sevilla fue en su día un laboratorio donde se ensayaron la mayor parte de los proyectos de ingeniería antes de ponerlos en marcha. No todos vieron la luz. Varios años antes de comenzar la Expo se diseñó un sistema de refrigeración mediante un circuito de agua situado bajo las aceras con una levísima pendiente, similar al que se emplea en los cultivos hidropónicos o, para conseguir el efecto contrario, con los circuitos radiales de agua caliente en circulación. El sistema fue descartado al comprobarse que, además de necesitarse grandes motores para hacerla circular, el agua en movimiento no refrigeraba suficientemente por sí sola el ambiente.

La alternativa y la solución fueron los micronizadores, unos difusores de agua que la lanzaban en partículas inferiores a una micra y que permitían enfriar el aire al entrar en contacto con éste. La idea fue del catedrático de Termotecnia Ramón Velázquez y responsable del equipo de ingenieros a los que la dirección de la Expo encargó el sistema de climatización de la muestra.

Estos aparatos fueron situados en la festejada gran esfera bioclimática, cercana a la avenida de Europa, y en los 50.000 metros cuadrados de pérgolas vegetales que daban a su vez sombra en la mayoría de las avenidas de la Expo. El diseño de estas estructuras de hierro -de las que sobreviven algunas junto a la estación de Santa Justa y en Chapina, junto a las paradas de autobuses del Aljarafe- fueron ideadas por Aparicio y diseñadas por Félix Escrig, al igual que los sólidos soportes que las sostenían y que hacían las veces de asiento.

Además de los difusores, las pérgolas de 12x6m soportaban en sus laterales cuatro grandes maceteros de recia tela en los que fueron plantadas enredaderas cuyas hojas se extendían gracias a una malla de alambres. El efecto era tal que, una vez cubierta esa red, la luz apenas si podía pasar a través de las hojas. La ventaja respecto a los sistemas convencionales para dar sombra es que la vegetación es un elemento natural cuya humedad refresca el ambiente y forma pequeñas bolsas de aire entre las hojas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios