Sevilla

Hablando de incentivar

LA Consejería de Educación merecería un premio firmado por Dalí, Valle Inclán y el autor del Mortadelo por haber logrado lo increíble, el no va más en esperpento y surrealismo. El suceso es un fenómeno sin precedentes en la historia del funcionariado educativo, máxime cuando su capacidad adquisitiva, como se sabe, es más bien escuálida.

El Programa de Calidad y Mejora de los Rendimientos Escolares en los centros docentes públicos (Orden del Boja del 20 de febrero de 2008), habla de incentivar a cambio de conseguir algo más de rendimiento en el trabajo, y he aquí más de 1.800 claustros de profesores -más del 60% de toda Andalucía, y en algunas provincias más del 80%- que, tras analizar y debatir su contenido, primero por separado y ahora juntos, se oponen frontalmente a su puesta en marcha. ¿Dónde está el talento que la hizo? No me negarán que… ¡Eso sí que es arte!

Incentivar la Educación Nacional es dignificarla en su globalidad, es decir, dotarla de los recursos humanos, materiales y financieros adecuados; otorgarle el prestigio social imprescindible para que su misión sea un éxito y no una vergüenza europea, que es lo que tenemos.

El sistema educativo de los USA no es precisamente modélico, pero tiene de bueno que no aplica el vejatorio rasero igualitario y considera que, a mayores méritos académicos, mayor competencia para ocupar puestos que requieren mayor cualificación y responsabilidad, y por lo tanto mejores incentivos. Existen maestros y profesores que simultanearon su trabajo con el estudio y obtuvieron hasta dos y tres licenciaturas, doctorado, reconocimientos y competencias inimaginables… como recompensa cobran por ello lo mismo que si hubiesen dedicado ese tiempo de reciclaje a silbar tangos por la calle. En todos los centros donde hay personal que estudió un poco más allá de lo imprescindible, la calidad de la enseñanza mejora automáticamente, pero eso siempre fue a cambio de nada.

Muchas de las objeciones al citado proyecto se fundamentan en un problema: en nuestro trabajo intervienen tal número de variables ajenas por completo a nuestra voluntad que no se pueden aplicar unos criterios de rendimiento y en consecuencia unos incentivos que son propios de una fábrica de zapatos. No puede ser igual trabajar en un colegio moderno y bien equipado, con un contexto socioeconómico favorable, que hacerlo heroicamente en otro que está bajo mínimos. No puedo olvidar mi propia experiencia en Dos Hermanas, donde tenía una clase que, pese a tener 40 niños, era una maravilla; pero de un día para otro aquello se convirtió en un infierno imposible de manejar porque cerró la fábrica donde trabajaban más de la mitad de los padres de los niños; es decir, el aula se convirtió en el colector de todas las crispaciones que salían de sus casas. En una clase normal donde se producen varios divorcios o desgracias familiares, lo normal es que estallen otras tantas bombas de neutrones que arruinan el deseado rendimiento académico medio del grupo. Por cualquier clase pueden aparecer, de la noche a la mañana, cuatro inmigrantes a los que hay que integrar, pero que desnivelan la nota media que podría ser buena… Cada profesor podría añadir mil y una variables, y siempre se quedaría corto.

Así resumió el problema el día de su jubilación nuestro inolvidable compañero ya fallecido, insigne maestro y mejor persona, Federico Reina Salas: "Lo hice lo mejor que pude, lo mejor que supe, y de la mejor manera que me lo permitieron las circunstancias, y éstas no fueron siempre favorables". Embotellar refresco americano viene a ser lo mismo aquí y en Minnesota; pero lo nuestro es trabajar con rostros visibles, realidades humanas muy diversas que andan ubicadas en barrios y territorios de una variedad inmensa, con unos condicionantes externos e internos que se nos escapan por completo de las manos.

Pero vamos al grano, a la raíz del mal: si la CEE recomienda a sus estados destinar a la Educación el 6%, del presupuesto nacional, en España éste no supera el 3,8%. En materia de formación de científicos que nos emancipen de nuestra humillante dependencia tecnológica, mejor no hablar. Los culpables del fracaso, naturalmente, nosotros.

En las últimas elecciones ninguno de los grupos mayoritarios en liza habló nada de esa tara histórica que llevamos respecto a Europa, y que por cierto, no lleva camino de arreglarse. Como los suspensos no se pueden disfrazar, se recurre a la socialización de la marrullería, a los sobornos encubiertos, a la doble moral, al fomento indirecto de las luchas cainitas dentro de los claustros de profesores a cuenta de las prebendas que el director pudiera repartir entre sus más allegados…Presuponen que habrá más aprobados a cambio de unas monedas que son más falsas que las de madera.

Como siempre, el Programa lleva la inequívoca marca de los teóricos puros que desconocen la realidad de las aulas, que quieren maquillajes estadísticos aplicando paradigmas cuantitativos, -nunca cualitativos- para salvar las apariencias.

¿Incentivos? Claro que sí, pero… ¿por qué no prueban de una vez a redactar de nuevo la ley sentando antes en la mesa a algunos de los que la han de poner en pie? Sería lo mínimo que deberían hacer la Consejería y el Ministerio ante un NO de este calibre. ¿A quién representan los dóciles sindicatos que están de acuerdo cuando existe esa absoluta desconexión entre ellos y la base?

Así que, permítaseme que arroje una sonoro ¡hurra! a mis compañeros de gremio que, por una vez, y de forma aplastantemente mayoritaria antepusieron a los intereses económicos su ética personal y su profesionalidad.

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