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los invisibles

"Mozambique me ha regalado unos ojos nuevos, una mirada diferente"

  • María Eugenia Cornejo. Corre medias maratones en Mozambique y vive con plenitud su vocación religiosa como misionera. Una llamada que despertó su trabajo como enfermera

CAMBIÓ la comodidad de Los Remedios por la vida en Antiguos Combatientes, mísera aldea de Mozambique. María Eugenia Cornejo Lobato (Sevilla, 1976), Maru entre amigos, vino a ver a su familia. Vuelve el 15 de mayo a la antigua colonia portuguesa.

-¿Cómo surge su vocación?

-Fue fundamental ser alumna de los Padres Blancos, de la congregación de Sagrados Corazones, y estudiar Enfermería.

-En los Padres Blancos, el padre Isaac García creó una escuela de actores...

-Me moví más en el ámbito del deporte. Jugué al baloncesto, fui monitora de natación y en Mozambique animo a algunos chavales a correr medias maratones.

-¿Cómo canaliza su llamada?

-En mis prácticas de Enfermería trabajé con enfermos terminales y vi la vida que nacía en los paritorios. La vida es un regalo que muchas veces damos por supuesto. He visto la vida en los dos límites, en el inicio y en el fin.

-¿Dónde inicia su trayectoria?

-Hago el prenoviciado en Salamanca. En un centro de Puerto Ladrillo, barrio de gitanos.

-¿Cómo se lo tomó su familia?

-Al principio, muy mal. Soy la única chica de cuatro hermanos. Estando en el noviciado, a mi padre le detectaron una esclerosis múltiple. Pensaban que siendo enfermera me iba cuando más falta les hacía. Y encima el miedo y el desconocimiento sobre la vida religiosa. Pensaban que no iba a volver y que me iba a hacer una persona diferente.

-Pero sí volvió...

-Sí, volví a Sevilla, pero para hacer el noviciado. En una comunidad de Nervión tomé los votos temporales. Los clásicos: castidad, pobreza y obediencia.

-¿Y siguió su viaje interior?

-Y exterior. Hay una comunidad en las afueras de Lisboa, cerca del aeropuerto, en Galinheiras. Un barrio marginal con muchos problemas de drogadicción y una importante colonia caboverdiana. Allí asistí a enfermos en cuidados paliativos que volvían a casa para morir.

-¿Allí aprendió el idioma que le sería útil en Mozambique?

-Pero antes pasé por Madrid. Estudié Teología en Comillas y fui profesora de Religión y coordinadora de Pastoral en el colegio Paraíso, muy cerca del estadio Santiago Bernabeu. Los días de fútbol no se podía entrar en casa.

-¿Por qué Mozambique?

-La congregación tiene presencia en ese país y en el Congo. Mi primer destino fue la aldea de Antiguos Combatientes, también conocida con las iniciales de uno de ellos, PSK (Paulo Samuel Kankomba). Teníamos un centro de acogida de 38 niñas entre cinco y 18 años en situaciones de vulnerabilidad. Estábamos cuatro religiosas: una congoleña, una alemana y dos españolas.

-¿Fue un cambio muy brusco?

-Descubrí la sencillez de la vida y de la gente, el contacto con la naturaleza. Tuve que aprender y reaprender muchas cosas, porque la mayor parte de las que llevaba allí no me servían.

-¿Fue útil como enfermera?

-Trabajé con la Fundación Encontro en un proyecto de nutrición infantil y desarrollo psicomotor de la primera infancia. Pasé a colaborar en el proyecto Khumbuka, Acuérdate en la lengua chingana, en siete aldeas. En la casa donde estoy hay un centro infantil con 120 alumnos. Lo menos importante es lo que hago.

-Como María, la hermana de Lázaro...

-Lo fundamental es lo que vives por dentro. Mozambique me regaló unos ojos nuevos, una mirada diferente de ver las cosas.

-¿Ha sido duro volver a casa?

-Muy gratificante. Me encanta bailar sevillanas, me compré un traje de flamenca de segunda mano y fui a la Feria. Soy hermana de Santa Marta. Fui de nazarena pero no salió por la lluvia.

-¿Son dos mundos?

-Allí la gente vive para sobrevivir y te contagian su sencillez, aquí lo que veo es mucha gente aburrida. Hay cosas que te rebelan. El mundo de las oportunidades. La vida allí no vale lo mismo que aquí. Pero nos quedamos muy tranquilos con el discurso de ricos y pobres. ¿Son ellos más pobres porque no tienen dinero?

-¿Dios es global?

-Está en la gente sencilla. Me subleva que la globalización haya llegado a la telefonía móvil, a la aldea más remota de la selva, y no a la justicia social. Como si no contaran. Y están ahí.

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