Los efectos de la movida La aplicación de la ley 'antibotellón' en las noches del fin de semana

Noche de permiso en la Alameda

  • La normalidad es la nota dominante en el céntrico paseo y el despliegue policial ha desaparecido · Varias decenas de jóvenes se concentran en el entorno de los bares, aunque optan por no beber

"Aunque tenemos frío, con copas a ocho euros no tenemos otra que hacer botellonas", dice Reyes González, que se sirve hielo y ron en la calle Vulcano. La tranquilidad reina en los alrededores de la Alameda y el dispositivo policial de meses atrás para velar por el cumplimiento de la ley antibotellón es sólo un mal recuerdo. También la Alameda actual es sólo la sombra de la que era antes de la prohibición de beber alcohol en masa en las calles. No obstante, la última tendencia es alcista y los jóvenes empiezan a ocupar el nuevo piso enlosado de la remozada plaza. La mayoría no portan, como antaño, vasos de plástico, pero siguen haciendo suyo el espacio público evitando los rigores económicos y ambientales de los bares de copas.

Aún con el miedo en el cuerpo, un grupo de jóvenes saca un lote en una de las bocacalles. "Cuidado que he visto pasar un coche de Policía". Los alrededores del Café Central permanencen bien poblados pese a que ha concluido el horario de uso de los veladores. El control de los bares de copas es muy riguroso y, con severa puntualidad, se cierran las puertas a los que quieren seguir disfrutando en el exterior de una cerveza y la charla.

Del oasis de libertad que antaño ejerciese la Alameda, las Sirenas permanecen como la última reserva hídrica de lo que un día fue una laguna en pleno centro de Sevilla. Las botellonas apenas resisten en los aledaños del centro cívico, tanto en su versión litronera como aquéllas constituidas por bebidas de alta graduación. Varios coches de Policía Local pasan por delante pasada la media noche y prefieren no inmiscuirse en las conversaciones. Relativamente distantes de edificios habitados y poco ruidosos, a excepción de un grupo de cafres de cabezas rapadas, el grupo permanece en la zona hasta bien entrada la madrugada. Pero apenas superan el centenar de personas. Junto al edificio municipal, otro grupo se concentra delante del bar las Sirenas, cuyo aforo es limitado. La gente charla con las manos metidas en los bolsillos y los pañuelos palestinos en el cuello.

Aunque latente, el espíritu que ha caracterizado a la plaza permanece. Quartier latin sin Sorbona de la aplazada revolución hispalense, la Alameda, que se hace interclasista y multicultural, sigue atrayendo adeptos. Fijos son los estudiantes extranjeros, que en su inexistente memoria histórica no comprenden la persecución de las botellonas. Es el escenario cambiante de la Alameda, donde un día los más asilvestrados dejaron de acudir y hoy empiezan a instalarse algunos jóvenes de estética más clásica al reclamo de un ambiente permisivo y plural.

José Luis Falconde, que puede adscribirse por indumentaria al segundo conjunto, bebe tranquilamente sentado en uno de los bolardos. "Soy vecino de la zona y el ambiente de los que viven aquí lo permite. El clima acompaña y esto es una tradición muy nuestra". Algunos advierten de los riesgos de aplicar al extremo la prohibición de beber, cuando la primera generación pos ley antibotellón asoma ya a la movida. "Muchos de los chavales que tienen 18 o 20 años querrán colocarse rápido y con copas a esos precios buscarán estímulos en las pastillas". Lo cierto es que la plaza ha sufrido mucho más que un lavado de cara. Las masivas concentraciones de antaño son ya tan historia como la Pila del Pato y los ecos del Caracol. Pero persiste cierto carácter reivindicativo, aunque sea la reivindicación menos ideológica de todas. Rosana apostilla: "Hasta que no bajen los precios de las copas y no se haga el botellódromo, que sepa el Ayuntamiento que esto va a seguir. Para nosotros ha sido una manera de socializarse, una cultura. "

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