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La Noria

Nociones de amistad

  • Un episodio sucedido en China al historiador William J.R. Curtis viene a demostrar que, en determinadas situaciones, disentir de la opinión de la mayoría es justo lo que permite a una urbe acertar sobre su futuro

AMI me pidieron mi opinión. Y les dije, esencialmente, tres cosas. Primero: Que no entendía cómo era posible que una civilización tan antigua como la suya reprodujera, como si se tratase de una mera fotocopia, todos nuestros problemas, los que sufrimos a diario en Occidente, en un mismo espacio urbano. Segunda: les llamé la atención sobre su obsesión por la verticalidad de los edificios, que estimo absurda. Y tercero: les aconsejé que si lo que querían era realmente interesarse por el futuro de su gente, se tomaran el tiempo necesario e hicieran una discusión de la que obtuvieran la síntesis de cuál debía ser su modelo en lugar de dejarse colonizar con ideas estúpidas que no respetaban ni su historia ni la naturaleza".

-¿Y cuál fue su reacción?

-"Todos se callaron. Un silencio bestial. Nadie se atrevió a decir nada. Quizás alguien perdió en ese mismo instante un contrato con Alcatel o cualquier otra multinacional de las que patrocinan este tipo de encuentros. Rem Koolhaas, el arquitecto holandés, dice siempre refiriéndose a estas presentaciones con fines publicitarios que un millón de gente -la mayoría- no puede estar equivocada. Yo creo justo todo lo contrario: a veces una voz sola es la que permite expresarse a quienes ni siquiera tienen voz. En el mundo contemporáneo se cree que hay que construir edificios que no son más que sueños estúpidos. Pero se olvida lo más importante: poner a la gente a pensar cuál es realmente la dimensión pública de las ciudades en las que viven".

La escena es verídica. Se produjo hace unos años, tras una conferencia internacional de prensa organizada para presentar el nuevo barrio de negocios de la ciudad china de Shanghai (Pudong), lleno de rascacielos y edificios de oficinas. Un territorio consagrado a los negocios a la manera china, que consiste en empezar a ser liberales en lo económico mientras se mantienen totalitarios -comunistas, en este caso- en lo político. Dos extremos que, con demasiada frecuencia, pero con máscaras algo más dispares, casi siempre terminan tocándose. Los promotores de la iniciativa habían invitado a un grupo de expertos y urbanistas para que valoraran en público (de forma positiva, se entiende) los diferentes proyectos elaborados para transformar lo que hasta 1990 no era más que un suelo ocioso situado al otro lado del Shanghai histórico, precisamente el mismo lugar donde se fundara el PCCh de Mao Tse Tung. En apenas una década, este mismo lugar es ya una ciudad futurista, hecha ex novo, estéticamente como la urbe de Blade Runner, ubicada entre el río Huangpu y el Mar de China Oriental, frente a la parte vieja de la ciudad tradicional, presa por completo de la especulación y de las autovías y de la que sólo quedan en pie los edificios bancarios de aire decimonónico construidos durante los años del protectorado británico. La mítica era del opio.

El protagonista de tal intervención, tan crítica, que consiguió romper el ambiente de optimismo general que reinaba en el ambiente, fue William J.R.Curtis, un inglés, bon vivant, dicharachero y hablador, al que muchos otorgan el título oficioso del mayor experto en arquitectura contemporánea. Autor de La Arquitectura Moderna desde 1900 (Phaidon), estuvo hace unas semanas en Sevilla con motivo de un seminario -de pago; el dedicado a Jon Utzon- y narraba, entre sonrisas, aquel episodio que hizo de su viaje a China un asunto delicado, por aquello de escupir en el plato que te da de comer. "Claro que a uno nadie, salvo uno mismo, le da de comer", precisaba el británico, al que disentir del lugar común no le preocupa. Más bien al contrario: lo tiene como un ejercicio harto saludable. Un signo de inteligencia siempre que no incurra en la caricatura, dado el contexto de papanatismo y la frivolidad imperante en las relaciones sociales.

el vicio de disentir

Curtis, igual que hizo en China, donde las multinacionales y el Gobierno chino han destruido su pasado para crear, pese a sus advertencias, uno de los territorios más fotografiados del orbe global -junto con la City de Londres, el Wall Street de New York, La Defense de París o la Isla de Hong Kong-, pero donde no vive nadie, tampoco tuvo miedo de disentir del discurso oficial que en Sevilla vienen haciendo desde hace tiempo tanto el gobierno local -con Monteseirín a la cabeza- como otras instituciones públicas -la Junta; el Estado- y hasta privadas, empeñadas en simular ante los ciudadanos un renacimiento urbano que no es tal porque confunde el sentido del progreso exclusivamente con lo aparente: la cáscara de los edificios (en lugar de la arquitectura), las reducciones de salsas en las comidas (en lugar de la gastronomía), el diseño de las cubiertas en los libros (en sustitución de la literatura) y el espectáculo (en lugar del periodismo). Curtis decía que, tras sus palabras, sólo una persona se acercó a él: el ingeniero jefe de Shanghai, un técnico que trabajaba para los políticos (en lugar de para los ciudadanos). Su frase se le quedó clavada: "Es usted un gran amigo".

-"Pero usted no me conoce de nada. Además, acabo de criticar el proyecto de su ciudad", dijo.

-"Es cierto. Pero yo llamo amigo a aquel que se atreve a decirme la verdad; aunque duela. Es lo único que nos permite acertar o saber que nos hemos equivocado".

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