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París bien vale una camisa

  • Viaje. Justo hace 25 años el concejal Emilio Lechuga encabezaba una delegación de periodistas que viajaron a Nantes. Aquel 3 de julio del 92, los periódicos anunciaban la muerte de Camarón

Vista nocturna de la ciudad de París, con el Sena en primer término y la Torre Eiffel, al fondo.

Vista nocturna de la ciudad de París, con el Sena en primer término y la Torre Eiffel, al fondo. / D. S.

Si me permutaran por días de estancia en París los que he pasado dentro de esa ciudad en algunos de los libros que me han marcado, pasaría allí una buena temporada: el París de Flaubert, Stendhal o Balzac, la ciudad entrevista por Proust desde el destierro de Guermantes; el París luminoso de las memorias de Stefan Zweig; el omnipresente en los relatos de Cortázar y en algunos cuentos de García Márquez; en las mejores novelas de Bryce Echenique; el París festivo de Hemingway y el que no se acaba nunca en la topografía de Vila-Matas. Un París menos conocido, pero literariamente insuperable, el de la novela de José Antonio Gabriel y Galán Muchos años después, una fábula del exilio llena de ironía, acidez y ternura que mereció el premio más importante de literatura en Latinoamérica.

Pero lo cierto y verdad es que yo en París sólo pasé unas horas y eso ocurrió justo tal día como hoy de hace 25 años. Eran días de la Expo, verano del 92, pero habría olvidado la fecha si los periódicos que nos repartieron en el avión no vinieran todos con la misma noticia: ayer murió Camarón de la Isla. En los periódicos de París, la portada era otra: Mitterrand en uniforme castrense viajando a Sarajevo en plena guerra de los Balcanes.

Una delegación de periodistas de Sevilla, comandados por José María Asprón, íbamos a Nantes como embajada cultural y deportiva para jugar un partido de fútbol contra periodistas de esa localidad. Acababa de iniciarse una nueva edición del Tour de Francia, una de las cinco que ganó Miguel Indurain, que después de imponerse en la prueba fue un visitante estrella de la Expo, anfitrión de gala en el pabellón de Navarra. En la delegación viajaba el entonces delegado de Deportes del Ayuntamiento de Sevilla, el abogado Emilio Lechuga, un tipo muy cordial prematuramente fallecido que después de haber sido edil andalucista fue concejal del PP en Ayamonte.

En Nantes nos alojamos en el hotel Julio Verne y estuvimos en la casa donde nació el escritor que con la ficción profetizó tantos adelantos científicos. Todavía conservo la edición de Bruguera de Veinte mil leguas de viaje submarino que me regalaron mis tíos Ramón y Carmen, el primer libro que leí en mi vida. En Francia gobernaba, reinaba porque era el presidente del República, Mitterrand, y en España Felipe González. Dos buenos amigos del canciller Helmut Kohl.

Fuimos a Nantes a jugar un partido de fútbol contra periodistas locales

De Nantes me traje un paraguas con el nombre de la ciudad, la misma donde nació Jacques Demy, el director de la película Los paraguas de Cherburgo que vino a una de las primeras ediciones del festival de cine de Sevilla. Muchos años después lo haría su esposa, Agnès Varda. Tuvimos una victoria holgada en un campo rodeado por una arboleda con todos los verdes imaginables, como en un cuadro de Pissarro. El árbitro del partido era músico de la Banda Municipal y en el ágape posterior recuerdo que le pedí que nos tocara la música de la película de Jacques Tati Las vacaciones de Monsieur Hulot. El cómico personaje de este cineasta tenía el mismo apellido que el militar de la novela de Balzac Los chuanes, una historia del combate entre Napoleón y los rebeldes bretones que utilizaba por título la onomatopeya de las lechuzas, que era el ruido que usaban los de Bretaña para comunicarse, una variante del silbo gomero. Este general Hulot presumía de que siempre llevaba París en el bolsillo.

Eso he hecho yo con esas horas que pasamos en la Ciudad de la Luz aquel 3 de julio de 1992, administrar bien ese tiempo y regarlo con las lecturas parisinas. Ha pasado un cuarto de siglo. El actual presidente de la República, Enmanuel Macron, era un chaval de 14 años, le faltaba uno para la mítica edad del capitán de Julio Verne. Sevilla se llamó la Nova Roma, pero tiene también apuntes de petit París desde que los Montpensier se vinieron para el sur, el volteriano y la beata.

Meses más tarde, se jugó en Sevilla el partido de vuelta. Los franceses trajeron un cargamento de ostras y se deleitaron con las novedades de la Expo del 92, y eso que París fue el modelo de ese invento del siglo XIX que fueron las exposiciones universales. Hoy es una hermosa redundancia, porque la inmediatez expone todo a todos al instante. París bien vale una camisa, hoy me la rajo por Camarón.

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