Calle Rioja

Reestreno de ‘Lolita’ en el cine Plaza de Armas

  • Vivencias. Nabokov admiraba a Borges y Borges a Joyce. Los tres murieron en Suiza y se fueron sin el Nobel. Un recuerdo personal del aniversario de la muerte del autor de ‘Lolita’

Pensión Gran Plaza, la misma donde se alojó el viajero hace 42 años.

Pensión Gran Plaza, la misma donde se alojó el viajero hace 42 años. / Juan Carlos Vázquez

LOLITA, luz de mi vida, fuego de mis entrañas... Así empieza una novela imprescindible que fue piedra de escándalo y es objeto de culto. El 2 de julio de 1977 se apagó la voz de Vladimir Nabokov. Yo tenía veinte años recién cumplidos y ese mismo día llegué a Sevilla. Lo hice en tren por la estación de Plaza de Armas, vulgo de Córdoba. Ya no hay ferrocarriles alí, pero ha recuperado el multicines. Sí existe la pensión en la que me alojé aquella primera semana de julio en la Gran Plaza. Desapareció la cafetería La Ponderosa en la que desayunaba todas las mañanas, sorprendido ante esos camareros diligentes que anotaban las consumiciones con la tiza prendida de la oreja y te ponían un vaso de agua. La misma cafetería en la que Juan Holgado Mejías le hizo la primera entrevista a Felipe González. Primicia que les costó a ambos una noche en la Gavidia.

Lolita y Sevilla. Escribe uno juntas las dos palabras y sale Lolita Sevilla, nombre artístico de Ángeles Moreno Gómez, actriz sevillana a la que con edad de la Lolita de Nabokov Berlanga le dio un papel estelar en Bienvenido, mr. Marshall, una película disfrazada de folclórica para burlar a la censura. La relación entre Berlanga y la patria natal de Nabokov es que el cineasta valenciano, un Goya al mejor director por Todos a la cárcel, estuvo en la División Azul, igual que Dionisio Ridruejo o Álvaro de La Iglesia, el director de La Codorniz.

Leí Lolita unos años después de la muerte de su autor. Compré el libro en 1986, el mismo año que muere Jorge Luis Borges, que visitó Sevilla en septiembre de 1984 para participar en un seminario de Literatura Fantástica. A esa visita pertenece esa fotografía de Atín Aya que es una joya de mi álbum periodístico.Borges y Nabokov nacen el mismo año de 1899. El ruso sentía especial devoción por el argentino, “¡con qué libertad y gratitud se respira en sus laberintos maravillosos¡”. Además de su recíproca admiración y el mismo año de nacimiento, en las postrimerías del siglo XIX, tienen otra cosa en común. Son dos de los tres grandes escritores del siglo XX que murieron en Suiza: el irlandés James Joyce (1882-1941), que muere en Ginebra; el ruso Vladimir Nabokov (1899-1977) en Montreux; el argentino Borges (1899-1986), en Zurich. Ninguno de ellos obtuvo el Nobel de Literatura, pero lo siguen recibiendo a diario de sus lectores.

La edición que 33 años después conservo de Lolita es de Anagrama, en traducción de Enrique Tejedor. En 1962 la llevó al cine Stanley Kubrick, con James Mason como Humbert Humbert, Sue Lyon como quinceañera Lolita, consagrada un año después por John Huston en La noche de la iguana, y con Peter Sellers en el papel del detective. Lolita es el mejor homenaje al tenis y al torneo de Wimbledon. En un epílogo a su propia novela,Nabokov cuenta que la terminó de escribir a mano en la primavera de 1954. Ese año se disputó el Mundial de Fútbol en Suiza, la patria mortuoria de estos tres escritores. Lo ganó Alemania frente a la mejor Hungría de la historia. En 1954 gana el Nobel de Literatura Ernest Hemingway, que siete años después, el 2 de julio de 1961, se quitó la vida, un año antes de que hiciera lo propio su admirado Juan Belmonte. Quince años después de la muerte de Nabokov, en plena Expo 92, moría José Monge, Camarón de la Isla.

Nabokov tenía a Borges en el altar de sus preferencias y Borges dijo maravillas del autor del Ulises en su poema Invocación a Joyce: “Inventamos la falta de puntuación, / la omisión de mayúsculas, / las estrofas en forma de paloma / de los bibliotecarios de Alejandría”.

En la ciudad de los hoteles y los pisos turísticos, es hermoso que continúe en pie la pensión Gran Plaza que acogió al viajero. Al lado le han puesto una boca de Metro desde cuya marquesina se ve la Giralda al final de Eduardo Dato con ojos de Amalio. El periódico al que vine estaba en la Carretera Amarilla. El Correo de Andalucía lo fundó el cardenal Spínola en febrero de 1899. La misma cosecha de Borges y Nabokov. Un siglo más joven que este Diario de Sevilla en el que rebobino este viaje en tren cuando el caballo de hierro pasaba al otro lado del muro de Torneo. Sigue en pie la fábrica de la Cruzcampo, de 1904, el año de la acción del Ulises. La cárcel de Ranilla es ahora un centro Cívico que lleva el nombre de los sindicalistas Soto, Saborido y Acosta, sevillanos del Proceso 1001 que iba a empezar el 20 de diciembre de 1973, cuando una bomba de ETA acabó con la vida del almirante Carrero Blanco. Dos semanas antes de la muerte de Nabokov se celebran las primeras elecciones de la democracia. Una semana antes, el Betis ganó en el Calderón la primera Copa del Rey al Athletic de Bilbao. El periodista que llegó a la pensión Gran Plaza oyó en el parque de María Luisa, antes de un trofeo Ciudad de Sevilla, glosa a la transición propia de este tiempo de Gobierno en funciones: “Ni Suárez, ni Tierno, el Betis al Gobierno”. La película de Lolita Sevilla fue al festival de Cannes y por las fechas de la muerte de Nabokov empezó a sonar otra Lolita, hija de Lola Flores. Lola de España y no la de Nabokov, derechos de autor de Merimée. Ese verano murió Elvis y resucitó Silvio.

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