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Sevilla estrena el vacío este Domingo de Ramos

  • No estábamos preparados para vivir lo que padecieron los padres de nuestros padres aquella Semana Santa de 1933. Nos ha tocado estrenar el vacío y el programa del corazón, porque el de mano nos lo han robado

Un peatón con mascarilla y carro de la compra recorre una desértica Plaza de San Lorenzo

Un peatón con mascarilla y carro de la compra recorre una desértica Plaza de San Lorenzo / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

ESTRENAMOS el vacío. Igual que lo estrenaron los padres de nuestros padres el Domingo de Ramos de 1933, cuando ni siquiera vino la Estrella desde San Jacinto. Estrenamos el programa del corazón, porque no tenemos el de mano, que el de mano nos lo robaron. Claro que estrenamos, ¿quién decía que esta Semana Santa no era como las demás en los ritos del primer día? Suena Soleá dame la mano y estoy viendo lo que no está ocurriendo, que Stravinsky dijo algo parecido al oír la que para muchos es la mejor marcha de la Semana Santa. O sí. Sí ocurre. Estoy viendo a Alejandro Ollero dejarse la voz por Cuna ante un imponente paso de palio que es un icono de esta Semana Santa que hoy comienza: la Amargura. “¡Hay que seguir, hay que seguir!”.

Y seguimos. Y tanto que seguimos. Tanto hemos estirado la Semana Santa todo el año que ahora no la tenemos. Nos obligan a vivirla de otra forma. Condenados a vivirla en casa. No tenemos ni templos abiertos, ni pasos montados al completo, ni un vía crucis que rezar junto a nuestros hermanos. Lo tenemos peor que en el 33. Nos ha tocado el vacío con todo su peso. Nos ha cogido por sorpresa. Hemos vivido la masificación, el esplendor económico, la era digital, la construcción de las casas de hermandad, la ampliación de la nómina de casi todos los días de la Semana Santa, la carrera oficial atestada de público...

Pero de pronto nos hemos quedado sin la Semana Santa por un virus. Retorno a la vivencia interior, a la música con la que se llega a Dios sin moverse de casa, a las colgaduras de 2020 que son las lágrimas de los balcones que no serán la atalaya de ningún saetero. Nos hemos quedado sin nada. Y un día tendremos que contarlo. En nuestra mano está que el relato sea de una enorme belleza, de un reencuentro con la mejor Semana Santa, que siempre hemos dicho que habita en el interior de cada sevillano y del que no lo es pero se ha acercado con el corazón abierto a la fiesta más hermosa de la ciudad.

La Casa del Nazareno cerrada La Casa del Nazareno cerrada

La Casa del Nazareno cerrada / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

En nuestra mano está aprender que con poco se puede lograr mucho. Recordando, paladeando, rezando, reviviendo, enseñando. Hay que volver a la caja de cartón, a las marchas del Soria 9, a aquellas grabaciones de Pasarela, a las fotografías, al álbum de la memoria que nunca está en las redes sociales, sino en el corazón.

Sí, algún día les tocará decir: “Yo viví la Semana Santa de 2020”. Y alguien les preguntará cómo fue, qué se hacía, cómo encauzaban la nostalgia, quién acompañó a las imágenes sagradas que esperaban en los altares. Y habrá que explicar que la Semana Santa, ¡ahora lo estamos aprendiendo!, es una arquitectura que se levanta con los pilares maestros del sentimiento, la fe y la memoria. Y que por extraño que parezca no necesita que se celebre íntegramente todos los años. De hecho, cuántas veces nos priva la lluvia de algunas cofradías e incluso de días enteros. La Semana Santa no es todo el año, es toda una vida.

Las colgaduras y las palmas deben lucir todos los Domingos de Ramos. Pero las cofradías salen cuando se puede. Quizás los años de sequía nos acostumbraron mal. Fíjense que durante décadas no llovió un Martes Santo. Y hace no mucho que padecimos tres seguidos bien pasados por agua. 

Es Domingo de Ramos. La ciudad estrena los zapatos de la memoria para recorrer el callejero de los recuerdos. Han sido debidamente ahormados no en los días previos, sino en todos los años previos de su vida. La Semana Santa es nuestra vida. La vida es la Semana Santa. Sabemos que hay alegrías y desgracias, llantos y sonrisas, emoción y frialdad, sufrimiento y el bálsamo del alivio. No nos sorprende ya casi nada. Sólo que no quedaba casi nadie que nos advirtiera que se podía repetir lo de 1933.

No estábamos acostumbrados. Pero lo ordena el capataz:“¡Hay que seguir, hay que seguir!”. Estoy viéndolo. Y con él seguimos todos, con este vacío insólito que un día acabaremos contando como una dulce experiencia para hartarnos de llorar en 2021, que será cuando nos demos de verdad cuenta de todo lo que hemos perdido este año.

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